Raíces en Ti

Capítulo 38

Luke

Hay cosas que no se dicen, pero se sienten.

Samantha no ha cambiado en nada… y al mismo tiempo, en todo.
Ayer me abrazaba con la cabeza sobre mi pecho. Hoy, se queda quieta a mi lado sin dormirse. Finge que no pasa nada, pero yo ya aprendí a leerla en lo que calla.

No le pregunto.
No todavía.

Presionar no sirve.
Y si algo me importa más que estar con ella… es no hacerle daño. Esperaré, ella decidirá cuando quiere compartirlo

En el rancho, la rutina ayuda a disimular, o eso quiero creer, he pasado mucho tiempo junto a ella y cuando no lo hago Sam me busca.

Emma corre como siempre, Flame relincha cuando nos ve llegar al establo, y Caleb deja un tarro de galletas, que robo de la cocina, sobre la mesa con la excusa de que "las niñas necesitan azúcar para sonreír". Pero él es la niña, serán todas para él.

Miro a Samantha cuando lo dice, está en otro lado. Siempre le ríe las estupideces a mi hermano.

Lo noto cuando su mirada se pierde más de la cuenta. Cuando el teléfono suena, tarda demasiado en apagarlo. Y me rompe un poco. No porque desconfíe, sino porque me doy cuenta de lo frágil que sigue siendo todo. Tengo miedo de que se arrepienta de su confesión, o que todo esto sea fruto de reaccionar como un idiota y no responder.

Esa noche, la invito a caminar.

Solo los dos.
Solo el rancho, el aire fresco, y la distancia justa para hablar si quiere… o para quedarse en silencio.

No dice mucho al principio. Se limita a mirarme de reojo, como si intentara decidir si me va a dejar entrar a ese pensamiento que le pesa.

—No tienes que contármelo —digo, cuando llegamos al árbol que plantamos con Emma—. Pero estoy aquí.

Ella se detiene. Mira la tierra, el tronco pequeño, la copa aún débil. Y luego me mira a mí.

—¿Cómo sabes que no me voy a romper?

—No lo sé —respondo—. Pero me da igual si te rompes. Porque si lo haces, estaré aquí para recogerte.

Su garganta se mueve. No llora. Pero casi.

—A veces me da miedo lo que siento —susurra—. Me da miedo que todo esto no sea real. Que me lo arrebaten. Que no lo merezca.

—Esto es real, Sam.
Y sí, da miedo.

Pero si va a tener miedo…que sea conmigo al lado.

No dice nada más. Solo me toma la mano. La aprieta. Fuerte.

Y así caminamos de regreso.
Más juntos.
Más conscientes de que el amor, cuando se construye de verdad, se sostiene incluso en el temblor.

A la mañana siguiente, dejo a mi hermano a cargo de Emma y acompaño a Sam al trabajo, planeo sentarme en la barra hasta que Caleb deje a la niña en el colegio y venga a buscarme para empezar a trabajar.

Así que me senté en la barra y pedí un café. Solo café. Samantha me echó una mirada divertida, como si no creyera que fuera capaz de quedarme ahí sin gruñirle a medio pueblo. Tal vez tenga razón, aunque últimamente ha hecho que mi humor mejore.

—¿Esperas a Caleb? —me pregunta con una sonrisa.

—Ajá.

No miento, pero, sobre todo, no quiero dejarla sola. No ahora que parece tan preocupada por algo que descoozco.

Estoy dando un sorbo al segundo café cuando el aire cambia. Literalmente. El perfume me rodea volviéndose asfixiante. Miro hacia mi derecha y ahí está Nathan. Con traje impoluto y ese andar de rata que no sabe si va a colarse por la grieta o quedarse a envenenar el lugar.

No me muevo.

Él sí. Directo hacia mí.

—Carter —dice, como si no nos hubiéramos visto en mi casa hace días, sino como amigos—. Necesito hablar contigo.

—Hazlo rápido —mascullo. No le doy espacio a sentirse bienvenido junto a mí, quiero se incomode.

—Mira… sé que tú y la Samantha están… juntos o lo que sea. Y que a esa niña la cuidas como si fuera tuya —empieza, manteniendo su postura de chupaculos—. Así que pensé que tal vez podrías hacer un gesto. Por Emma.

—¿Qué gesto?

—Un pago. No mucho. Lo justo para que me largue. Para que me olvide de Samantha. De la cría.

Aprieto la mandíbula. Me arde la sangre. Lo peor no es la propuesta, sino el descaro. El decirlo como si fuera lógico, como si se tratara de comprar un par de botas usadas.

—¿Cuánto vale tu ausencia, Nathan?

—Diez mil y desaparezco. Lo juro.

Estoy a punto de hablar cuando siento una sombra moverse frente a nosotros.

—¿Pasa algo? —Es Samantha, con el ceño fruncido, acercándose sin saber qué escena se está gestando. La tensión se corta en el aire.

—Todo bien —respondo rápido, sin apartar la vista de Nathan—. Solo negocios.

Nathan sonríe, con esa sonrisa torcida que me dan ganas de romperle.

Pero entonces Ruby llama desde la cocina:

—¡Sam! ¡Necesito ayuda con la máquina de hielo! ¡Se está saliendo el agua!

Samantha me lanza una última mirada, pero obedece. Sabe que, si no le digo nada, es por algo y eso pesa más que cualquier amenaza.

Cuando se va, me acerco un poco a Nathan.

—No vas a volver a tocar a mi puerta, ni a acercarte a Samantha o a Emma. ¿Entiendes?

Él se ríe, como si no me tomara en serio. Mala idea.

—¿Y si no?

—¿Recuerdas a Dexter Parks? Porque yo sí. Y da la casualidad que trabaja para Terracorp Holdings, ¿te suena? Me ha dicho que tu nombre no les es ajeno. Fíjate que sorpresa llamar a mi viejo amigo y gestor financiero y enterarme de que alguien como tú ya hizo desaparecer cierta cantidad de dinero en un "ajuste de cuentas" hace un par de años.

Nathan deja de respirar por un segundo. La mueca de superioridad y chulería desaparece.

—Eso no…

—No lo he dicho yo, lo dijeron ellos. Y créeme, están encantados de hablar si alguien con uniforme hace las preguntas correctas. Así que piénsalo bien antes de quedarte en este pueblo y joderme. Porque lo que tú llamas un malentendido… puede acabar siendo robo con agravante en el estado de Montana.— Chasqueo la lengua con desagrado y sigo arremetiendo. — Sorprendentemente, las casualidades existen y no me ha hecho falta preguntar demasiado para saber de ti.




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