Raíces en Ti

Capítulo 39

Samantha

Desde la barra del restaurante, vi a Luke con Nathan. No pude evitar acercarme, incluso quise gritar cuando me llamó Ruby.

El cuerpo se me tensó desde que lo reconocí. Ese andar arrogante, esa forma de sentarse junto la barra como si todo le perteneciera… aunque no tuviera nada. La última vez que lo vi fue cuando Emma aún balbuceaba, y ni siquiera entonces tuvo la decencia de querer conocerla.

Verlo hoy aquí, hablando con Luke, fue como una bofetada inesperada.

Me acerqué con la excusa de si necesitaban algo —lo suficiente para hacerme entender que no debía intervenir aún— y Ruby me llamó desde la cocina. Maldita sea. Si no hubiera sido por eso, me habría quedado. O quizás habría dicho algo. No lo sé. Solo sé que sentí el estómago anudado el resto de la tarde.

Emma no lo notó. Estuvo feliz, pintando con Ruby, contándole historias inventadas a cualquiera que le diera un minuto. Pero yo… yo sentía que el suelo temblaba bajo mis pies.

Ahora, en el rancho, Emma duerme arriba y Luke está demasiado callado. Sirve el té, recoge la mesa y apenas me mira a los ojos. Y yo no puedo más.

—¿Qué hacía Nathan hoy en el bar?

La pregunta sale de mis labios antes de que pueda decidir si es el momento.

Luke se detiene. Deja el vaso que estaba fregando con más fuerza de la necesaria, se queda de espaldas a mí unos segundos antes de girarse y apoyarse contra la encimera. Su expresión no es culpable. Es… tensa. Pero también hay algo protector en su mirada.

—Vino a pedirme dinero.

La presión en mi pecho crece.

—¿Para qué?

—Para desaparecer. Me dijo que si le daba suficiente, se iría y no volvería a molestarlas.

Me llevo la mano a la frente. Me siento en una de las sillas con las piernas temblando.

—¿Y qué hiciste?

Luke se cruza de brazos. Su tono es firme, como si lo hubiera ensayado en su cabeza muchas veces.

—Me negué. Pero también le dejé claro que si volvía a aparecer, tenía información suficiente como para que la policía se interesara por él. Le hablé de un robo que cometió hace años en una empresa, conozco a alguien en Terracorp Holdings. Confirmó que Nathan fue despedido por desviar fondos del departamento de suministros.

—¿Y eso es suficiente?

—Para asustarlo, sí. Para mantenerlo alejado… espero que también.

Me tapo la cara con las manos. Una parte de mí quiere agradecerle, abrazarlo, decirle que ha hecho más de lo que nadie ha hecho por mí en años. Pero otra parte está agotada. De tener que vivir siempre alerta. De que ni siquiera la tranquilidad de este pueblo me libre de su sombra.

—Tenías que decírmelo antes —susurro.

—Lo sé —responde con voz ronca—. Pero quería manejarlo sin ponerte más peso encima.

Alzo la cabeza y lo miro. Está ahí, de pie, con esa postura de hombre que se ha pasado la vida intentando no mostrar lo que siente. Pero sus ojos… esos ojos grises están llenos de cosas que no dice. De miedo, de ira, de protección. De amor.

—Gracias, Luke —digo al fin—. Sé que esto no era tu responsabilidad. Pero te lo has tomado como si lo fuera.

—Porque lo es. Si me dejas… si me dejan, quiero que lo sea. No solo por Emma. Por ti.

Me acerco y lo abrazo sin pensarlo. Él me envuelve enseguida, fuerte, como si temiera que pudiera escaparme.

—No vamos a irnos, Luke. No después de todo esto. Solo… avísame la próxima vez. No puedo con más sorpresas.

—Lo haré —promete. — Aunque tú también deberías contarme sobre ello…

— Puedo sonar estúpida, pero Nathan se acercó a mí por el dinero de mi familia, se dio cuenta que mi madre era el pez gordo, salió con ambas y para cuando anunciaba su compromiso con mi madre… yo ya estaba embarazada. Así mi madre me repudio y se casó.

—¿Por ellos acabaste aquí?

—No…— suelto un largo suspiro. —Tuve un novio…. Bastante horrible, la peor de mis decisiones…

—¿Debería preocuparme? — Luke me abraza con la preocupación más que graba en su mirada.

—De este no…Simplemente no hará el esfuerzo.

Ya debe estar atormentando a otra pobre alma… pienso y no lo digo.

Y mientras nos quedamos en silencio en medio de la cocina, me doy cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, no tengo miedo del mañana. Porque ahora, ya no estoy sola. Y Luke no es como mis malas decisiones anteriores

Hoy amanezco antes que Emma. No puedo dormir. No por ansiedad. No por miedo. Solo por esa inquietud buena que te empuja a hacer algo que has estado postergando.

Voy al armario de la habitación que Luke me ofreció en su casa con la excusa de darme el espacio necesario.
A un lado tengo una caja de cartón con algunas cosas dobladas, casi todas metidas de forma provisional. El tipo de equipaje de quien no quiere quedarse del todo.

La abro
La vacio.
Y cuelgo mi ropa.

Una blusa. Dos pares de jeans. Ese vestido que nunca usaba pero que a Luke le gustaba cómo me quedaba.

Cada prenda fue como un ladrillo.
Como una afirmación silenciosa: estoy aquí.

No es mucho. No lleno el armario. Ni he puesto mi cepillo junto al suyo. Pero he dado un paso. Uno real.

Cuando Emma se despierta, me encuentra ordenando.

—¿Nos vamos, mami?

—No —digo, sin pensarlo—. Ya no.

La veo fruncir el ceño, algo que rara vez hace.

—¿Entonces vivimos aquí?

La pregunta me golpea. No por sorpresa. Sino porque me la estaba haciendo a mí misma.

—Sí —respondo—. Si tú quieres.

Emma sonríe.

—¡Claro que quiero!

Me abraza fuerte, y se, sin necesidad de mapas ni promesas, que ya habíamos llegado al lugar indicado.

Luke llega más tarde, como siempre, con el olor a campo en la ropa y la mirada atenta tras su jornada de trabajo matinal. Me encuentra en la cocina, sirviendo jugo. Me mira de reojo, como quien nota algo pero se contiene.

—¿Ordenaste? —pregunta.

—Colgué ropa —respondo, como si no fuera nada.




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