Luke
No me gustan las celebraciones.
Nunca me gustaron.
Demasiada gente, demasiados abrazos, demasiadas palabras.
Pero hoy...
Hoy el rancho se llena.
La idea fue de Caleb. Siempre lo es.
—No celebramos nada desde la cosecha del año pasado —dijo con una ceja en alto y un tazón en la mano—. Y con cómo están las cosas… ya va siendo hora.
No pregunté a qué se refería.
Todos lo sabíamos.
Samantha.
Emma.
Nosotros.
Y él en la casa junto al granero.
El porche está lleno de sillas. Hay una mesa larga con mantel a cuadros y platos que huelen a hogar. emma corre con otros niños del pueblo que Ruby y Caleb han invitado sin preguntarme. Samantha ríe con ellos, el cabello suelto, el vestido claro, los ojos más vivos que nunca.
Y yo…
Yo solo la observo.
Desde un rincón.
Con una cerveza en la mano y el pecho lleno.
—No recuerdo la última vez que te vi tan tranquilo —dice Ruby, acercándose con una sonrisa torcida.
—No recuerdo haberlo estado nunca —respondo.
Ella asiente, sin sorpresa.
—Porque ahora tienes a alguien que te hace querer estar.
Con esa reflexión, tan sabia como siempre, como cada vez que me senté en la barra de su restaurante de mal humor, como cada vez que lancé un gruñido en su dirección, se marcha dejándome pensativo.
En algún momento de la tarde, Emma sube a una caja de madera, con ayuda de mi hermano y un micrófono de juguete, y dice que quiere dar un discurso. Todos callan. Samantha se lleva la mano al rostro con una mezcla de ternura y pudor.
—Quiero decir que me gusta vivir aquí —dice la niña con voz fuerte—. Que Flame es mi amigo y que Luke hace las mejores galletas después de Ruby. Y los quiero mucho a todos.
Risas. Aplausos.
Mi garganta se cierra un poco.
—Y que mi mamá ya no llora cuando cree que nadie la ve. Eso es lo que más me gusta.
Más risas nerviosas.
Y luego, silencio. Uno bueno. Uno lleno.
Samantha se levanta y la abraza. Yo también me acerco. Pongo una mano sobre el hombro de Emma y beso la frente de Sam.
Ahí, delante de todos.
Sin necesidad de avisos.
Sin discursos.
Solo con hechos, declaro que ahora somos una familia.
Cuando la tarde cae, nos quedamos los tres en el porche. La casa huele a madera y pan tostado. El cielo se vuelve violeta. Emma se queda dormida apoyada en mis piernas. Samantha entrelaza sus dedos con los míos.
—No pensé que este fuera el final de mi historia —susurra.
—No lo es —le digo—. Es el comienzo.
Y así, en la quietud del rancho, lo entendemos los dos:
Lo que construimos aquí no nació de un impulso.
Nació de la necesidad de sanar.
De querer.
De quedarse.
Y eso, para mí, vale más que cualquier celebración.
FIN
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Muchas gracias a quienes habéis llegado hasta aquí. Espero que hayáis disfrutado de esta historia corta y un poco experimental para mí.
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Gracias <3