El sol caía con fuerza sobre los campos de algodón, abrasando la piel y drenando la poca energía que los esclavos tenían. Desde el amanecer hasta el atardecer, sus manos trabajaban sin descanso, arrancando las motas blancas como si fueran fragmentos de nubes atrapadas en espinas.
Isabela sentía sus dedos adoloridos, sus uñas rotas y la piel rasgada por las ramas. Pero no se quejaba. Nadie lo hacía.
El trabajo era la única opción.
Mamá Lula estaba unos metros adelante, con la espalda encorvada por los años y el esfuerzo. A su lado, Jamal trabajaba en silencio, su rostro cubierto de sudor.
Isabela suspiró y cerró los ojos por un momento, dejando que el viento acariciara su rostro.
Y entonces, comenzó a cantar.
Su voz se elevó, suave como una plegaria, melancólica como el llanto de un niño.
La canción del algodón
(Letra de Isabela mientras trabaja)
"El sol quema mi piel, mis manos sangran,
las cadenas pesan, pero mi alma danza.
Los campos blancos son un mar de espinas,
donde se ahogan todas mis heridas.
Mamá llora en la noche, papá ya no está,
sus voces se pierden en la oscuridad.
Pero en mi canto viven, en mi pecho están,
aunque el amo quiera hacernos callar.
Oh, viento, llévame lejos de aquí,
donde el río sea libre y pueda reír.
Donde mis pies corran sin temor,
y mi voz no sea solo un triste clamor."
Uno a uno, los demás esclavos dejaron de trabajar por un momento, escuchando la voz de Isabela. Algunos se unieron en un murmullo, otros simplemente dejaron escapar un suspiro.
Jamal cerró los ojos, balanceando la cabeza con el ritmo. Mamá Lula sonrió con tristeza.
Por un instante, el peso del trabajo se sintió más ligero.
Pero la paz nunca duraba mucho.
—¡¿Qué es esto?!
El grito cortó el aire como un látigo.
El capataz Montgomery se acercó con paso firme, su rostro rojo de ira. Todos bajaron la cabeza de inmediato, pero Isabela seguía con la mirada al frente, con el corazón latiendo con fuerza.
—¿Crees que esto es un espectáculo, mestiza? —escupió con desprecio—. ¡Las esclavas no cantan, trabajan!
Se acercó y la sujetó del brazo con brutalidad, apretando hasta hacerla gemir de dolor.
—¿Quieres otro castigo?
Mamá Lula se adelantó, con las manos temblorosas.
—Señor, ella solo canta pa’ no perder la fuerza. No hace nada malo…
Montgomery la fulminó con la mirada y la anciana retrocedió, sabiendo que cualquier palabra equivocada traería más dolor.
El capataz se volvió hacia Isabela, apretando más su agarre.
—No quiero escuchar tu maldita voz otra vez. ¿Me entendiste?
Isabela tragó saliva, pero no apartó la mirada.
—Sí, señor…
Montgomery la empujó con brusquedad, haciendo que cayera sobre el algodón.
—Sigue trabajando. Y que sea la última vez.
Se alejó, murmurando insultos, mientras el resto de los esclavos retomaban su labor en silencio.
Isabela sintió su pecho arder, pero no de miedo… sino de rabia.
Sus dedos volvieron a las plantas, pero en su cabeza, la canción seguía viva.
No dejaría que se la quitaran.
No dejaría que la silenciaran.
No importaba cuántas veces la golpearan, ella seguiría cantando.
Porque mientras su voz existiera, su gente seguiría siendo libre en su corazón.
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Editado: 02.04.2025