Raíces Prohibidas

Capítulo 14: La Fama que Cosechó

Cuando los condes se marcharon de la finca, dejando atrás sus elogios y palabras que aún resonaban en los pasillos de la casa principal, Isabela pensó que las cosas seguirían su curso. Pero lo que no sabía era que, como siempre sucede con algo que brilla demasiado, la atención comenzó a centrarse en ella. La fama, esa que había evitado durante tantos años, había llegado hasta la capital, y pronto se expandió por todos los rincones de la región.

Pasaron unos pocos días desde la visita de los condes, pero en la finca de los Marqueses ya no se respiraba el aire tranquilo de antes. Al principio, fue solo un murmullo, un comentario aquí y allá, pero pronto las noticias sobre la cocina de Isabela llegaron hasta los funcionarios más poderosos. Se hablaba de la esclava que no solo cocinaba mejor que cualquier chef en la región, sino que sus postres, sus sabores, eran algo que el mundo jamás había probado. La noticia llegó hasta oídos de los comerciantes más ricos y de los terratenientes con el poder de comprar lo que desearan.

Un día, en una mañana soleada, varios coches de lujo llegaron a la finca. El ruido de las ruedas sobre el camino polvoriento se hacía cada vez más fuerte mientras se acercaban a la casa principal. En esos carruajes, en lugar de viajeros de visita, venían hombres de negocios, comerciantes y, lo que más sorprendió a los sirvientes, varios funcionarios que no parecían tener ningún interés en la plantación más allá de un solo propósito: comprar a Isabela.

Aquel día, la finca estaba más llena que nunca. Los nuevos visitantes llegaron con trajes elegantes, joyas que brillaban con el sol y el aire de suficiencia que solo los ricos podían permitirse. Cada uno de ellos fue recibido con una cortesía fingida por los mayordomos y sirvientes, pero detrás de las sonrisas, todos sabían lo que realmente querían. Querían a Isabela.

Los rumores sobre sus postres habían viajado tan rápido que ahora hasta los hombres más influyentes deseaban tenerla a su servicio. Nadie sabía cómo lo hacía, pero todos querían el toque mágico de Isabela en sus casas, en sus fiestas, en sus banquetes. Incluso los más prestigiosos comerciantes de la ciudad le ofrecieron sumas de dinero a los Marqueses, dispuestos a pagar por la "joya culinaria" que ellos consideraban que era Isabela.

Isabela estaba trabajando en la cocina, ajena a lo que ocurría fuera de las puertas de la casa principal. Preparaba una mezcla de especias para un pastel especial, concentrada en cada detalle, sin imaginar que pronto su vida tomaría un giro aún más inesperado.

En el salón principal, donde se encontraban los visitantes, los Marqueses discutían entre sí. La señora Marqués, una mujer de porte altivo y mirada fría, sentía la presión de la situación. Sabía lo que significaba tener a Isabela en sus manos: fama, poder, reconocimiento. Pero también sabía lo que había invertido en ella. Isabela no solo cocinaba, sino que su presencia le daba a la finca un toque especial, una aura de distinción que nadie más podría proporcionar.

"Es una esclava, señora, ¿cómo podemos permitirnos perderla?" - preguntó el señor Marqués, un hombre corpulento que raramente sonreía. "Nos ha traído tanta atención... no podemos simplemente venderla, ni siquiera por una suma generosa. Ella nos está dando lo que muchos desearían tener."

Una de las mujeres que se encontraba en el salón, una rica terrateniente con un aire arrogante, insistió:

"¿Pero qué valor tiene para ustedes una esclava? Piensen en lo que podrían hacer con todo el dinero que recibirían. Mi casa podría beneficiarse enormemente de su talento. Sería una inversión excelente."

La señora Marqués dudó por un momento, pero entonces recordó el comportamiento de Isabela en la cocina. El amor que ponía en cada platillo, la forma en que su presencia había logrado hacer que la finca fuera el centro de atención de toda la región. ¿Realmente quería venderla?

Mientras tanto, los sirvientes y los demás esclavos miraban desde lejos con temor y esperanza. Sabían que en ese momento, el destino de Isabela podía cambiar por completo. ¿Sería vendida como propiedad o seguiría siendo parte de la familia de esclavos que la había adoptado? Nadie quería imaginar lo que pasaría si se la llevaban. La vida de Isabela había sido difícil, sí, pero los lazos que ella había formado con ellos, el cariño que se tenían, era más fuerte que cualquier contrato de compra-venta.

De repente, Isabela fue llamada a la casa principal, para entregar algunos platillos adicionales. Cuando entró en la sala de estar, los ojos de los visitantes se posaron sobre ella de inmediato. Su presencia, silenciosa pero imponente, llenaba el espacio con una energía que no podían ignorar.

El joven Conde, que había sido uno de los más impresionados por los postres de Isabela, la observó atentamente, como si nunca hubiera visto a alguien como ella antes. Sonrió suavemente, pero su mirada también reflejaba un toque de codicia.

"¿Podrías prepararnos algo especial para la cena esta noche?" - le pidió, casi con suavidad, pero con un matiz de exigencia.

Isabela lo miró directamente a los ojos. No era miedo lo que sentía, sino una mezcla de cansancio y comprensión. Sabía lo que quería de ella, lo que querían todos, pero no estaba dispuesta a ser reducida a una mercancía, no importa cuán sabrosas fueran sus galletas.

"Solo cocino lo que el corazón me dicta", respondió Isabela, con firmeza, mientras observaba a cada uno de los visitantes. "Y no estoy en venta."

El silencio en la sala fue denso, pesado. Todos los ojos se volvieron hacia los Marqueses, esperando una reacción. Finalmente, el señor Marqués levantó la mano, interrumpiendo la creciente tensión.

"Isabela no está en venta", dijo con una voz grave, mirando a los visitantes. "Ella tiene un valor incalculable para nosotros."

La sorpresa fue palpable entre los visitantes. Algunos se miraron entre sí, sin saber cómo responder. El joven Conde frunció el ceño, pero no dijo nada.




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