Era un día cálido, pero la tensión dentro de la casa principal era palpable, como si la finca misma estuviera respirando con un aire pesado. Los rumores sobre el talento culinario de Isabela se habían esparcido como un fuego incontrolable, y en los círculos de poder, donde el dinero se contaba en montañas y las decisiones se tomaban por simples caprichos, se veía claro que algo tenía que cambiar.
Un hombre había llegado ese mismo día. Un terrateniente rico, que no solo era conocido por su fortuna, sino también por su astucia y sus métodos implacables para conseguir lo que deseaba. Su propuesta fue sencilla, pero con un valor que el Marqués no pudo rechazar: ofrecer una suma generosa, mucho más de lo que cualquier otra oferta había implicado, a cambio de Isabela.
El trato era claro: Isabela sería suya, y la finca de los Marqueses recibiría una cantidad que les permitiría vivir sin preocupaciones económicas durante muchos años. Parecía una oferta perfecta, una que el Marqués no podía negar.
Sin embargo, esa misma tarde, antes de que la oferta pudiera ser aceptada oficialmente, una figura familiar llegó apresuradamente a la casa. Edward, el hijo de los Marqueses, había escuchado la conversación por casualidad, y su corazón dio un vuelco al escuchar que su madre, la señora Marqués, discutía sobre la venta de Isabela. No podía permitir que eso sucediera, no después de todo lo que había vivido a su lado, no después de todo lo que ella representaba para él, aunque no comprendiera por qué su corazón latía con tanta fuerza al pensar en ella.
Entró en la casa principal con pasos firmes, interrumpiendo la conversación entre sus padres. Su rostro estaba marcado por una mezcla de sorpresa y enojo. Sin pensarlo dos veces, se acercó a ellos.
"¿Qué está pasando? ¿Qué significa esto de vender a Isabela?" - dijo Edward, su voz grave, su mirada fija en sus padres. "Ella no está en venta. No puede estarlo."
La señora Marqués levantó una ceja, sorprendida por la vehemencia con la que Edward hablaba.
"Hijo, esta es una oportunidad que no podemos dejar pasar", respondió con calma, pero con una fría determinación en su voz. "Isabela es valiosa. ¿Te das cuenta de lo que significa? Con esa suma, podríamos asegurarnos un futuro sin preocupaciones, y tu padre podría expandir sus negocios. ¿Acaso no lo entiendes?"
Edward, sin embargo, no podía aceptar esa lógica. Su voz se alzó, llena de furia.
"¿A qué costo, madre? ¡Es una esclava, sí! Pero ella es más que eso. No puedes simplemente venderla como si fuera una propiedad más. No sé qué ha pasado, pero no me voy a quedar callado mientras ustedes hacen esto."
El Marqués, visiblemente molesto, también intervino:
"Edward, no entiendo qué te ha sucedido. Ella es solo una esclava. ¿Qué importancia tiene eso? No estás viendo el panorama completo."
Edward, herido por la falta de comprensión de sus padres, hizo un esfuerzo por calmarse, pero la frustración le nublaba el juicio. Se acercó a ellos con la determinación de quien ya había tomado una decisión.
Hubo un silencio tenso en la habitación. Finalmente, después de un largo intercambio de palabras y de la calma forzada por parte de los padres, Edward, en su firmeza, logró que sus padres reconsideraran la venta de Isabela. A regañadientes, la señora Marqués cedió.
Edward no respondió. Solo se alejó, dejando a sus padres en silencio, con la certeza de que había logrado lo que quería. Pero no podía evitar la sensación de que su madre, en su furia, no había terminado con la historia.
A la mañana siguiente, cuando todo parecía haberse calmado, la señora Marqués, furiosa por la situación, decidió actuar por su cuenta. Convencida de que había algo más detrás de la actitud de Edward, pensó que Isabela era la causa de todo. En su mente, algo oscuro había ocurrido entre ellos, y no podía permitir que una esclava tuviera tal influencia sobre su hijo.
Decidida a poner fin a esto de una vez por todas, la señora Marqués se dirigió a la cocina, donde Isabela estaba preparando una nueva tanda de galletas para la familia. Sus pasos eran firmes y seguros, como si la indignación la llevara hacia la joven esclava con una ira que solo las madres furiosas pueden sentir.
Isabela levantó la vista, sorprendida por la súbita llamada. Se acercó a la señora Marqués, con la cabeza agachada, sabiendo que, aunque todo parecía estar calmado, algo no iba bien.
La señora Marqués la miró fijamente, sus ojos brillando con una mezcla de furia y sospecha.
Isabela, completamente desconcertada, no pudo evitar sorprenderse ante las acusaciones. Pero no podía dar la impresión de que le afectaban. Sabía que cualquier error, cualquier debilidad, podría costarle caro.
La señora Marqués no aceptó esa respuesta. Estaba segura de que la joven esclava había manipulado a su hijo de alguna manera. Su voz se endureció aún más.
Antes de que Isabela pudiera responder, la señora Marqués hizo una señal con la mano, y uno de los guardias que estaba cerca se acercó rápidamente.
#2557 en Otros
#119 en No ficción
#646 en Relatos cortos
romance accion aventura drama, romance a escondidas, esclavitud y abusos
Editado: 12.04.2025