Isabela caminaba lentamente por los senderos de la finca, las sombras del atardecer alargándose detrás de ella. El sonido del viento acariciando las hojas de los árboles y el canto lejano de los pájaros le daban un pequeño respiro de paz, aunque en su interior, la angustia era una constante. A medida que caminaba, su mente vagaba entre las viejas canciones que solía cantar y las imágenes de los campos, las largas horas de trabajo y el constante miedo que sentía al cruzarse con los guardias.
De repente, algo la hizo detenerse en seco.
A lo lejos, podía ver un grupo de hombres y guardias rodeando a un joven esclavo. Él no era más que un muchacho, quizá de unos 17 años, que se había detenido a mirar a una joven blanca que había llegado de visita. Los ojos de la joven brillaban con una belleza que él, en su juventud, no pudo evitar admirar. Pero eso había sido suficiente para que los guardias lo apresaran, sin importarle si el muchacho solo había echado una mirada casual.
Isabela se acercó un poco más, ocultándose entre las sombras de unos árboles cercanos, sin poder creer lo que sus ojos veían. Los guardias lo golpeaban con brutalidad, una y otra vez, sin piedad. El joven gritaba, pero pronto los gritos cesaron, y en su lugar solo quedaron los horribles sonidos de los golpes. La mirada en su rostro era vacía, el cuerpo ya no reaccionaba, y sus brazos caían inertes a los costados.
Isabela sentía cómo se le cerraba el corazón, su garganta se apretaba y las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos, pero no podía hacer nada. Era una esclava más, una sombra en un mundo de sombras, condenada a observar sin poder intervenir. El silencio la envolvía mientras el joven caía al suelo, sin vida.
La madre del muchacho, que había estado mirando en silencio, dejó escapar un grito desesperado. Corrió hacia él, con las manos extendidas, rogando que lo dejaran. Su llanto desgarrador atravesó el aire, pero nadie la escuchaba. Nadie podía hacer nada.
"¡Por favor! ¡Déjenlo! ¡Es solo un niño!" - gritaba la mujer, mientras se arrodillaba junto al cuerpo inerte de su hijo.
El padre, un hombre de aspecto fuerte pero con el corazón roto, se lanzó hacia los guardias. "¡Basta! ¡Ya es suficiente! ¡Mi hijo no ha hecho nada!" - dijo con voz rota por el dolor. Pero antes de que pudiera llegar a hacer algo, uno de los guardias lo derribó de un solo golpe. El padre cayó al suelo, sangrando, sin poder moverse.
Isabela no podía más. Sentía el peso de todo lo que había visto en su corazón. Un dolor punzante que parecía perforarla por dentro. Era un dolor que no entendía, pero sabía que había algo terriblemente injusto en lo que ocurría. Los gritos de los padres del joven se perdían en la lejanía, y las imágenes de los guardias golpeando al muchacho seguían grabadas en su mente.
En ese momento, alguien la tocó suavemente en el hombro. Isabela se giró rápidamente, sobresaltada, y vio a Mamá Lula, la mujer que siempre la había cuidado y guiado en silencio. Mamá Lula tenía los ojos llenos de preocupación y tristeza.
"Isabela, ven... ven conmigo, ahora." - dijo Mamá Lula con urgencia.
Isabela no pudo decir nada. Solo la miró con lágrimas en los ojos, sin poder procesar todo lo que había presenciado. Mamá Lula, con su gran fuerza, la tomó de la mano y la arrastró hacia la oscuridad de los árboles, alejándola del horror.
"No es justo, Mamá Lula. No es justo..." - murmuró Isabela mientras caminaban. "¿Por qué... por qué tenemos que vivir así?"
Mamá Lula la miró con los ojos llenos de tristeza y desesperanza. "La vida no es justa, niña. El mundo nunca ha sido justo con nosotros, pero no podemos dejar que nos aplaste. No podemos dejar que esa crueldad nos destruya por dentro."
Isabela sentía un nudo en el estómago. "¿Por qué... por qué los matan como animales? ¿Por qué no podemos ser libres?"
"Porque ellos, los de arriba, nos ven como menos. Nos ven como su propiedad, como si no tuviéramos alma, como si nuestra vida no tuviera valor. Pero eso es mentira, Isabela. Tú vales más que todo lo que ellos dicen." - Mamá Lula la miró fijamente, con esa sabiduría que solo el tiempo y el sufrimiento pueden dar. "Tú eres fuerte, y mientras sigas luchando, ellos no habrán ganado."
Isabela miró a Mamá Lula, el dolor en su rostro era profundo, pero también había algo más, algo que empezaba a despertar en su corazón. Un fuego, pequeño pero brillante, que se negaba a apagarse.
"¿Cómo puedo seguir adelante, Mamá Lula? ¿Cómo puedo vivir sabiendo lo que acaba de pasar?" - preguntó Isabela, sintiendo el peso de la injusticia que acababa de presenciar.
Mamá Lula apretó su mano. "Lo único que podemos hacer es seguir adelante. No podemos dejar que nos arrebaten nuestra humanidad. Y eso, hija, eso es lo que tenemos que cuidar. Nuestra alma, nuestra dignidad."
Isabela asintió lentamente, aunque sabía que las palabras de Mamá Lula no la hacían sentir menos dolor. "Lo intentaré... pero, ¿y la madre de ese niño? ¿Y su padre?"
Mamá Lula la miró con tristeza. "Lo que le hicieron al joven no lo olvides nunca, pero no podemos dejar que nos consuma. Si lo hacemos, ellos habrán ganado. Debemos vivir por los que ya no pueden hacerlo."
Isabela no pudo decir nada más, solo se quedó en silencio, mientras Mamá Lula la guiaba hacia la barraca, donde se encontraba su familia, donde encontraría algo de consuelo entre ellos.
El grito de la madre del joven aún resonaba en su mente, y mientras caminaba hacia la seguridad relativa de la barraca, Isabela sabía que esa imagen la perseguiría por siempre. Pero también sabía que, aunque el mundo fuera cruel y despiadado, no podía permitir que esa crueldad definiera su vida. Tendría que seguir luchando, aunque la batalla pareciera imposible.
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Editado: 12.04.2025