Isabela estaba en la cocina, limpiando algunos utensilios y ordenando la despensa cuando de repente, un guardia entró apresurado, interrumpiendo el silencio que había llenado la cocina. Su rostro estaba serio, como siempre, y sus ojos parecían más inquietos de lo habitual.
"Isabela, ven rápido. Los patrones te necesitan en la casa principal", dijo el guardia, con una voz que no admitía réplica.
Isabela se detuvo un momento, sorprendida. Los patrones rara vez la llamaban para trabajar en la casa principal, y menos para algo que no fuera en los campos. Pero, sin decir una palabra, dejó lo que estaba haciendo y siguió al guardia por los caminos empedrados hasta la gran casa de los marqueses.
Cuando llegaron, la puerta de la mansión se abrió y un sirviente la condujo hasta el salón principal, donde la joven blanca, a quien nadie conocía, la esperaba sentada en una silla frente a una mesa adornada con flores frescas y té de hierbas.
Isabela se detuvo en el umbral, observando a la joven. Era una mujer de cabello rubio, recogido en un moño sencillo, y sus ojos azules brillaban con una calma que Isabela no esperaba. A pesar de la vestimenta cara y elegante de la joven, algo en ella parecía diferente. No tenía la misma dureza que los demás miembros de la familia.
"¿Eres la esclava que cocinó para los condes?", preguntó la joven con una sonrisa amable, sin mostrar la arrogancia que Isabela había esperado. Su voz era suave, tranquila, como si no estuviera en un lugar donde el odio y el sufrimiento fueran el pan de cada día.
Isabela asintió, sin decir nada, nerviosa ante la presencia de alguien de su misma raza pero que vivía en un mundo completamente distinto. Se sentó lentamente frente a la joven, sin atreverse a mirarla directamente.
"Me llamo Eliza", dijo la joven, mirando a Isabela con una curiosidad amistosa. "Vine de la ciudad, de estudiar en la capital. Mis padres me han contado mucho sobre ti. Dicen que eres la mejor cocinera de la finca."
Isabela la miró de reojo. "Soy buena en lo que hago", murmuró, manteniendo la mirada baja.
"Eso lo he notado", dijo Eliza, sonriendo con simpatía. "Quiero que me cuentes un poco sobre ti, si no te importa. Y si puedes, me encantaría probar algo de lo que haces. Tengo entendido que eres famosa por tus postres."
Isabela la miró sorprendida. ¿Por qué alguien como ella querría saber algo sobre una esclava como Isabela? No era común que los patrones, y menos sus hijos, se interesaran por los que estaban bajo su yugo.
"Me han dicho que eres muy buena en la cocina, Isabela", continuó Eliza, sin mirar a los sirvientes que las rodeaban, como si estuviera completamente ajena a la jerarquía que las separaba. "Mis padres me enviaron aquí para aprender a administrar y criar esclavos. Aunque, no estoy segura de cómo podría lograrlo."
Isabela levantó la vista, por un segundo sorprendida por lo que había dicho. "¿Cómo se supone que te pueda enseñar algo, señora? No soy más que una esclava."
Eliza la miró fijamente, con una expresión triste. "No me llamo señora, y no te considero solo una esclava. Yo… no entiendo por qué tienen que tratarlos como lo hacen. Tú eres más que eso, Isabela. Hay algo en ti que me dice que eres diferente, que tienes algo mucho más grande dentro de ti."
Isabela parpadeó, sin poder creer lo que estaba escuchando. Nadie, nadie jamás le había dicho algo como eso. Ella estaba acostumbrada a ser vista como una sombra, una simple herramienta en las manos de otros. Pero Eliza… Eliza la miraba como si fuera más que eso.
"¿Qué quieres decir con eso?" preguntó Isabela, sin poder ocultar su curiosidad.
"Me refiero a tu corazón", dijo Eliza suavemente, y sus ojos brillaron de una manera sincera. "Hay algo dentro de ti que no se puede someter ni destruir. Algo que ni tus patrones pueden quitarte. Eres una mujer fuerte, y por eso te admiro."
Isabela no sabía qué decir. Todo lo que había vivido la había llevado a ver a los blancos como enemigos, y ahora, esta joven, de ojos azules y palabras suaves, le hablaba como si estuviera en un nivel igual al suyo. Como si su vida no fuera menos valiosa que la de ella.
"¿Por qué no me habías dicho algo así antes?" murmuró Isabela, con la voz quebrada. "Porque… los demás nunca lo han dicho."
Eliza la miró, un brillo de compasión en sus ojos. "Es que no es algo que muchos comprendan, Isabela. Pero yo lo veo. Aunque no puedo cambiar el sistema, puedo ser diferente, puedo intentar que las cosas sean mejores para ti y para todos los demás."
Un silencio cayó entre las dos. La joven blanca la observaba con una mezcla de empatía y curiosidad, como si fuera un ser completamente distinto a los demás que la rodeaban.
"Lo que quiero decir, Isabela, es que si algún día necesitas ayuda, si alguna vez deseas salir de aquí, yo... yo podría ayudarte", dijo Eliza, casi con temor de que Isabela pudiera rechazarla.
Isabela la miró, sintiendo una mezcla de incredulidad y una sensación extraña de esperanza. Nunca había imaginado que alguien de la familia pudiera ofrecerle algo tan simple como eso: una opción, una salida.
"Gracias", dijo finalmente Isabela, con la voz temblorosa. "Pero… no sé si eso sea posible."
"Tal vez algún día lo sea", respondió Eliza, y sus ojos se llenaron de una determinación que sorprendió a Isabela. "Lo que sé es que no debemos rendirnos, nunca."
Con un suspiro profundo, Isabela comenzó a preparar el té, como le habían pedido, mientras Eliza seguía observándola en silencio. A pesar de los muros que las separaban, algo en el aire parecía haber cambiado, como si, por un breve momento, el destino de ambas estuviera entrelazado.
Isabela no sabía si confiar completamente en las palabras de Eliza, pero algo en su interior le decía que tal vez, solo tal vez, esta joven blanca podría ser su aliada en un mundo lleno de oscuridad y crueldad.
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Editado: 12.04.2025