Raíces Prohibidas

Capítulo 20: Miradas de un Futuro Incierto

Isabela había estado preparando el té con una mezcla de hierbas frescas, sus manos trabajando con destreza y tranquilidad. Sabía que su tiempo en la casa principal siempre sería corto, ya que no pertenecía a ese mundo, pero durante esos momentos, cuando cocinaba o servía, se sentía un poco más cerca de su sueño de un futuro diferente.

Colocó las tazas delicadamente sobre la mesa frente a Eliza, quien la miraba en silencio, observando el movimiento de la joven esclava como si estuviera guardando cada detalle en su memoria. Eliza agradeció con una sonrisa cuando Isabela se sentó a un lado para esperar a que la joven probara el té.

"Este té tiene un sabor tan único, Isabela", dijo Eliza, tomando una taza con cuidado. "¿De qué hierbas es?"

Isabela, al escuchar la pregunta, sonrió ligeramente, sabiendo lo que eso significaba. "Es una mezcla de menta, manzanilla y un toque de rosa mosqueta. Algo que me enseñó mi abuela cuando era pequeña."

"Es increíble", respondió Eliza, saboreando el líquido con delicadeza. "Parece que cada sorbo trae consigo una historia."

Isabela no pudo evitar sentir una punzada de dolor en el corazón al recordar a su abuela. Pero rápidamente la apartó, pensando que si dejaba que sus sentimientos la controlaran, todo podría derrumbarse.

La puerta se abrió de repente, interrumpiendo la tranquilidad que había llenado el espacio. Edward, el hijo de los marqueses, entró en la habitación con su mirada fija en Eliza, pero al ver a Isabela, sus ojos se posaron en ella, intensos y curiosos.

"¿Puedo sentarme con ustedes?" preguntó Edward, su voz baja pero segura. No esperaba que nadie lo negara, y de hecho, el tono era más una afirmación que una pregunta.

Eliza, sin mostrar sorpresa ni incomodidad, asintió amablemente. "Claro, siéntate, Edward. Hay suficiente espacio."

Edward caminó hacia la mesa con pasos largos y decididos, pero sus ojos nunca dejaron de observar a Isabela, algo en su mirada hacía que Isabela sintiera una presión constante sobre su piel. Se sentó en una silla vacía junto a Eliza, y aunque intentó dar la impresión de estar relajado, no dejaba de mirarla, como si quisiera leer cada detalle de su rostro.

Isabela, mientras preparaba más té, sintió la tensión en el aire, especialmente porque Edward parecía no poder dejar de mirarla. Mientras servía las tazas con su mano firme, se dio cuenta de algo: Edward no venía a la casa principal solo por los condes ni por cualquier otro motivo trivial. Había algo más que lo traía aquí.

"No he visto muchas veces a la señora Eliza recibir a los sirvientes en la mesa", comentó Edward, rompiendo el silencio con un tono más suave de lo habitual. "Es un poco extraño."

Eliza sonrió, sin tomarse las palabras de Edward como una crítica. "Creo que los tiempos están cambiando, Edward. No todos los días tenemos una conversación tan interesante, ¿no?"

Edward no respondió de inmediato. Su mirada pasó nuevamente de Eliza a Isabela, con una intensidad que hizo que Isabela se sintiera incómoda. Sin embargo, no pudo evitar notar que, a pesar de la frialdad que siempre llevaba consigo, algo en Edward había cambiado desde su primer encuentro con ella. ¿Era posible que hubiera algo más que una simple curiosidad en su mirada?

Mientras Isabela terminaba de servir el té, se dio cuenta de que la conversación no la involucraba directamente. Así que, con un gesto de disculpa, se levantó para irse a la cocina. Pero justo cuando iba a dar un paso, Edward la detuvo con una palabra.

"Isabela… ¿puedo hablar contigo un momento?" preguntó, y su voz, aunque suave, tenía un matiz de determinación.

Isabela lo miró de reojo, dudando un momento antes de responder. "Claro, señor Edward. ¿En qué puedo ayudarle?"

Eliza los observaba desde su lugar, sin interrumpir, pero con el interés de quien ve algo más allá de lo que se muestra en la superficie. Sabía que la conversación entre los dos no era casual.

Edward se levantó lentamente, acercándose a Isabela con una mirada fija y penetrante. "A solas", añadió con una expresión seria, sugiriendo que quería hablar sin que Eliza estuviera presente.

Isabela asintió con cautela y los dos se apartaron de la mesa, caminando unos pasos hacia la terraza exterior. El sol empezaba a ponerse, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados.

"¿Qué quieres, Edward?" preguntó Isabela, sin mostrar miedo, pero con una tensión palpable en su voz.

Edward la miró fijamente, sus ojos más oscuros que nunca. "Sé que algo está pasando, Isabela. No puedo dejar de pensar en lo que ocurrió esa vez, cuando casi te castigan por salvarme. Todos dicen que fue un accidente, pero no puedo evitar pensar que tú… que tú quisiste hacer algo más por mí."

Isabela frunció el ceño. "No entiendo lo que estás insinuando."

Edward suspiró y dio un paso más cerca de ella. "Creo que no me entiendes a mí. Algo ha cambiado entre nosotros desde aquella vez. Tú sabes que no soy como los demás de mi familia. No quiero que sigas sufriendo, pero no sé cómo cambiar las cosas."

Isabela lo miró, viendo la vulnerabilidad en sus ojos. Algo en su interior le decía que no mentía, pero el miedo seguía dominando su alma. ¿Cómo podía confiar en él? Después de todo, él seguía siendo un hijo de los patrones, y su mundo estaba demasiado alejado del de ella.

"No sé lo que quieres de mí, Edward", dijo Isabela, manteniendo la distancia. "Pero yo solo estoy aquí para sobrevivir. No necesito nada más de ti."

Edward la miró, su rostro reflejando frustración, pero también algo más: preocupación. "Isabela… yo solo quiero saber si hay algo que pueda hacer para ayudarte. Para que dejes de sufrir. Hay una forma de salir de todo esto, ¿verdad?"

Isabela lo miró fijamente por unos segundos, sintiendo cómo la tensión crecía. "¿Cómo? ¿Qué puedes hacer tú, Edward? Eres parte de todo esto, y siempre lo serás."

Edward tragó saliva, su expresión más sombría. "Lo sé. Pero no puedo quedarme con los brazos cruzados sabiendo lo que te sucede."




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