Raíces Prohibidas

Capítulo 22: Un Toque de Alegría

El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosas. La finca se encontraba en un silencio profundo, salvo por el sonido ocasional de los animales y el murmullo del viento entre los árboles. Edward caminaba lentamente hacia un rincón apartado del jardín, un pequeño claro cubierto por hiedra que daba a un viejo banco de madera. Sabía que allí, alejada de los ojos curiosos, encontraría a Isabella.

Él había notado su tristeza. Durante los últimos días, Isabella había estado más callada de lo habitual, pensativa, casi distante. Había algo en sus ojos que no lograba comprender. Quizás era la carga de su vida, quizás algo que él no podía ver. Pero Edward no soportaba verla así, especialmente sabiendo que él mismo se sentía impotente para cambiar la situación.

Al llegar al claro, lo vio. Isabella estaba sentada en el banco, su rostro reflejaba una mezcla de cansancio y melancolía. Sus manos, tan hábiles en la cocina, ahora descansaban inactivas sobre su regazo. Edward la observó por un momento, su corazón apretado al verla tan vulnerable. Sin pensarlo dos veces, se acercó en silencio.

"Hola", dijo suavemente, su voz sacándola de sus pensamientos.

Isabella levantó la mirada, sorprendida de verlo. Al principio, su rostro no mostró ninguna emoción, pero cuando sus ojos se encontraron, algo en su interior se suavizó. "Edward", respondió en un susurro. "¿Qué haces aquí?"

"Vine a buscarte", respondió él con una sonrisa traviesa. "Creo que necesitas un poco de distracción. Y yo soy el experto en eso."

Isabella arqueó una ceja, sorprendida por sus palabras. "¿Distracción? ¿De qué hablas?"

"De reír", dijo él, caminando alrededor de ella con una actitud juguetona. "Sé que te sientes mal, y sé que algo te preocupa, pero hoy, te voy a hacer reír."

Isabella lo miró con una mezcla de incredulidad y diversión. "¿Tú? ¿Hacerme reír?"

Edward sonrió con confianza. "Sí, yo. Y no solo eso. Voy a hacerlo de una manera que ni siquiera tú podrás resistir."

Ella lo miró en silencio, sin saber qué esperar. Edward siempre había sido serio, pero ahora había algo en su actitud que era completamente diferente. Como si estuviera dispuesto a hacer cualquier cosa para verla sonreír.

Sin darle tiempo para responder, Edward dio un paso atrás, dio una vuelta en el aire y, con un salto exagerado, cayó de rodillas al suelo, mirando a Isabella con una cara totalmente seria. "¡Te lo dije! ¡Soy un maestro de la comedia!" exclamó, levantando una mano al aire como si hubiera realizado una hazaña grandiosa.

Isabella lo miró, sin poder evitar que una pequeña risa escapara de sus labios al ver el ridículo que acababa de hacer. Edward, al ver su reacción, decidió continuar con su espectáculo.

"Eso no fue nada", dijo, levantándose del suelo con una exagerada gracia. "Ahora viene lo bueno."

Sin esperar su respuesta, Edward comenzó a hacer una especie de baile ridículo. Movía las piernas de un lado a otro, levantaba las manos como si estuviera bailando una danza extraña, y de vez en cuando hacía un giro sin ningún sentido. Cada paso parecía más torpe que el anterior, y su cara mostraba una seriedad absoluta mientras lo hacía, como si estuviera completamente convencido de que lo que hacía era impresionante.

Isabella, primero sorprendida, no pudo evitar soltar una risa suave al ver la torpeza de Edward. Se cubrió la boca con la mano, intentando disimular, pero los intentos fueron en vano.

"¡No te rías!" dijo Edward, deteniéndose por un momento y adoptando una pose exagerada. "¡Esto es una obra de arte! Si no te ríes, me siento profundamente herido."

Isabella se echó a reír abiertamente, la risa cálida y sincera llenando el aire. Fue un sonido que hacía tiempo que no escuchaba, y Edward sintió un alivio profundo al escucharla reír. Él seguía haciendo su danza absurda, cada movimiento más ridículo que el anterior.

Finalmente, después de unos minutos de pura comedia improvisada, Edward se desplomó sobre el banco, fingiendo estar exhausto.

"Bueno, parece que no soy tan malo después de todo", dijo con una sonrisa amplia, mirando a Isabella.

Ella estaba recostada contra el respaldo del banco, las lágrimas brillando en sus ojos de tanto reír. Se estaba riendo a carcajadas, como si todo su dolor y preocupación se hubiera desvanecido por un momento.

"Te lo dije", dijo Edward, sonriendo satisfecho al ver que finalmente había conseguido lo que se proponía. "Un maestro de la comedia."

Isabella dejó escapar una última risa, secándose una lágrima de la mejilla. "No sé qué decir. Eso fue… increíblemente ridículo. Pero gracias. No sabía que pudieras hacer algo así."

"Y eso es solo el comienzo", respondió él, sonriendo con una sonrisa ligera. "Si alguna vez necesitas otro espectáculo privado, ya sabes dónde encontrarme."

"Definitivamente, no lo olvidaré", dijo Isabella, su sonrisa todavía radiante. "Aunque debo decir que no soy fan de tus 'habilidades' de baile."

Edward soltó una risa nerviosa, rascándose la cabeza. "Bueno, nadie es perfecto."

Por un momento, ambos permanecieron en silencio, disfrutando de la paz que había caído entre ellos. La tristeza que había oscurecido a Isabella parecía haber desaparecido, aunque fuera por un rato. Edward se sintió agradecido de haber podido sacarla de su propio mundo oscuro, aunque solo fuera por un breve instante.

"Gracias, Edward", dijo ella finalmente, mirando hacia él con una mirada suave y agradecida.

"No tienes que darme las gracias", respondió él, su voz ahora un poco más seria. "Solo quiero verte sonreír. Eso es lo único que importa."

Ambos se quedaron allí por un rato, mirando las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo. Aunque las sombras seguían siendo parte de sus vidas, esa noche, al menos, la risa de Isabella llenó el aire, y Edward no podía evitar sentirse como si hubiera hecho algo bueno por primera vez en mucho tiempo.




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