Raíces Prohibidas

Capítulo 25: Encuentro en la Oscuridad

La madrugada llegó con un cielo cubierto de nubes grises, y un aire fresco que traía consigo una ligera amenaza de lluvia. Isabella se levantó temprano, como siempre lo hacía, antes que la finca cobrara vida. Se sentó junto a la ventana de la barraca, mirando el vasto campo de algodón que se extendía ante ella. A pesar de la quietud de la mañana, su mente seguía llena de caos.

No podía dejar de pensar en lo sucedido con Edward. En lo que había sentido cuando sus labios se habían rozado, en la confusión que había nacido en su interior. Había huido porque sabía que, aunque sus sentimientos eran reales, este amor estaba destinado al fracaso. Había demasiadas barreras entre ellos. Era una esclava y él un hijo de los dueños. Y aún más importante, ella sabía que él no era libre para amar a alguien como ella.

Un suave golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. Isabella se levantó rápidamente y abrió. Allí estaba Mama Lula, quien la miró con una mezcla de comprensión y preocupación.

“Niña, tienes que salir. Ellos te están buscando,” dijo la mujer con voz baja, pero urgente.

Isabella la miró, desconcertada. “¿Quién me busca?”

“Edward,” respondió Mama Lula. “Viene por ti. Sé que estás confundida, pero tú decides si le enfrentas o si te quedas aquí.”

Isabella sintió una corriente de sorpresa y miedo. “No puedo… no debo. Mi lugar está aquí, entre los míos.”

Mama Lula asintió. “Eso lo sé, pero recuerda que el corazón también tiene un camino, y el de ustedes parece cruzarse. Haz lo que sientas.”

Isabella suspiró, y su mente luchaba con la idea. ¿Debía enfrentarse a él? ¿O debía ignorarlo y seguir con su vida, aún sabiendo que lo amaba?

Poco después, Isabella salió al exterior, caminando hacia un rincón apartado del campo. En lo más profundo de su ser, sabía que tenía que hablar con Edward, entender lo que había sucedido entre ellos. Pero aún así, la incertidumbre la llenaba de temor. La finca seguía tan tranquila que casi podía escuchar el batir de su propio corazón.

Finalmente, allí estaba. Edward la esperaba bajo la sombra de un gran árbol, como si hubiera estado esperando por mucho tiempo. Cuando la vio, se acercó lentamente, su rostro reflejando la misma mezcla de confusión y ansiedad que había sentido durante toda la noche.

“Isabella…” dijo, su voz suave, como si temiera romper el frágil silencio que los rodeaba. “Lo siento… por lo que sucedió.”

Isabella lo miró, su corazón latiendo con fuerza. “No, Edward. No tienes que disculparte. Fue mi culpa. Yo… no debería haber huido.”

Edward frunció el ceño, sorprendido por sus palabras. “¿Por qué huyes? Yo… yo no quiero que huyas.”

“Es que…” Isabella dudó, buscando las palabras. “Es complicado. Tú eres… tú eres el hijo de los dueños. Yo soy solo una esclava. ¿Qué puede haber entre nosotros? Lo que pasó, ese beso, no fue más que un error, Edward. Un error que podría costarnos todo.”

Edward dio un paso adelante, tomando su mano con firmeza, aunque sin presionarla. “No fue un error para mí, Isabella. Te lo juro. No sé lo que siento, pero… no quiero que te vayas. Quiero entenderte. Quiero que estemos juntos.”

Isabella lo miró fijamente, buscando una respuesta en sus ojos, pero no encontró nada que pudiera ayudarla a decidir qué hacer. Todo en ella le decía que debía huir, alejarse de esos sentimientos que parecían tan imposibles. Pero también, una parte de su ser le gritaba que debía darle una oportunidad, aunque temía que eso solo trajera más sufrimiento.

“Edward,” comenzó ella, su voz quebrada, “tú no puedes amarme. El mundo no nos lo permitirá. Yo soy… no soy más que una esclava. Y tú eres el hijo de los patrones. Y lo que más me duele, Edward, es que aunque lo desees, no podemos ser más que lo que somos. El destino ya nos separó antes de que siquiera pudiéramos intentarlo.”

Edward la miró, el dolor y la frustración reflejados en su rostro. “¿Y qué pasa si no me importa lo que diga el mundo? ¿Qué pasa si quiero luchar por ti? Yo quiero que seas libre, Isabella. Y aunque no sé cómo, voy a hacer todo lo posible para conseguirlo. No quiero seguir viviendo en un mundo donde me digan que no puedo amarte. Porque sé que lo que siento por ti no es un error.”

Isabella sintió un nudo en el estómago. Las palabras de Edward eran sinceras, pero aún así, el miedo a lo que podrían enfrentar juntos la invadía. Y lo peor de todo era que sentía lo mismo por él. Pero ella también sabía que no podían cambiar el mundo en el que vivían.

“Lo que sentimos no cambiará nada, Edward. No importa cuán fuerte sea. No podemos ser lo que queremos ser.”

Hubo un silencio tenso entre los dos, el aire cargado de palabras no dichas. Finalmente, Edward soltó su mano lentamente, pero no dio un paso atrás. “No me voy a rendir, Isabella. Aunque no te guste, yo seguiré luchando por lo que siento por ti. Porque no creo que el amor deba estar prohibido.”

Isabella lo miró por última vez antes de girarse lentamente y alejarse, con el corazón pesado. Sabía que lo que acababa de suceder cambiaría algo entre ellos. Pero no podía dejar de pensar en las consecuencias de lo que podría ser un amor prohibido.

Mientras caminaba de vuelta a la barraca, una sola pregunta rondaba su mente: ¿Qué sería de ellos? ¿Podrían encontrar una manera de estar juntos, o el destino ya había marcado su final desde el principio?




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