La tarde había caído en la finca, pero el aire aún se sentía pesado. Isabella había regresado a su barraca, sentada junto a la ventana, mirando hacia el campo de algodón. Sus pensamientos iban de un lado a otro, como las hojas arrastradas por el viento. No podía sacarse de la cabeza lo que había ocurrido con Edward, ni la intensidad de su beso, ni las palabras que aún resonaban en su mente: “No me voy a rendir, Isabella. Aunque no te guste, yo seguiré luchando por lo que siento por ti.”
¿Qué debía hacer? Su corazón le decía una cosa, pero su mente la arrastraba en otra dirección. Estaba atrapada entre el amor y el odio, entre los recuerdos dolorosos de su pasado y las promesas inciertas del futuro.
Fue en ese momento que escuchó el suave golpeteo en la puerta de su barraca. Mama Lula, como siempre, estaba allí, dispuesta a ofrecer consuelo, aunque sus propios ojos mostraran la tristeza de años de sufrimiento.
“¿Te puedo hablar, niña?” La voz de Mama Lula, aunque suave, estaba cargada de sabiduría.
Isabella levantó la vista, y, con una expresión cansada, asintió. “Claro, Mama Lula. ¿Qué pasa?”
La anciana se sentó a su lado, mirando hacia el campo. “Tú estás luchando con algo grande, mija. Algo que ni yo misma puedo evitar. El amor y el odio se enfrentan en tu corazón, ¿verdad?”
Isabella soltó un suspiro, sus ojos llenos de incertidumbre. “No sé qué hacer, Mama Lula. Siento que lo amo, pero… mi odio por los blancos, por lo que hicieron, lo que me hicieron, no me deja pensar con claridad.”
Mama Lula la miró con compasión. “Es natural, hija mía. Es normal que te sientas así. Esas cicatrices son profundas, y el corazón se puede cerrar por mucho tiempo, pero debes entender algo muy importante: nadie manda sobre el amor. Aunque tú quieras pelear contra él, el amor siempre encuentra un camino. Tú lo sabes, ¿verdad? Todos lo sabemos.”
Isabella bajó la mirada, su voz quebrada. “No sé si puedo perdonar, Mama Lula. Un hombre blanco mató a mis padres. ¿Cómo puedo olvidar eso?”
Mama Lula guardó un largo silencio antes de hablar. “No fue Edward quien te arrancó a tus padres, hija. No fue él. Lo que ocurrió, lo hicieron otros. No todos son iguales. Y aunque el odio te consume por dentro, el corazón tiene que sanar. Tú no puedes seguir viviendo atrapada en ese dolor.”
Isabella sentía el peso de sus palabras, pero el conflicto dentro de ella seguía presente. “No puedo olvidarlo, Mama Lula. El odio sigue dentro de mí.”
Mama Lula la miró con cariño, tomando su mano con firmeza. “No te estoy pidiendo que olvides, mi niña. Solo te pido que dejes que el amor tenga espacio, aunque sea pequeño. Porque si te cierras al amor por completo, entonces ya has perdido la batalla. El odio te consume, te destroza. Y no quiero que sigas viviendo así. No lo mereces.”
Isabella cerró los ojos, dejando que las palabras de Mama Lula calaran en su corazón. Pero el dolor era más grande que cualquier consejo, más grande que cualquier amor que pudiera nacer. “¿Y si me hace más daño, Mama Lula? ¿Y si al final me duele más?”
“Todo en esta vida duele, hija mía,” respondió Mama Lula con una sonrisa triste. “Pero te aseguro que hay más dolor en el odio que en el amor. Aunque el amor trae sus propios desafíos, al final es lo único que te da paz. El odio te deja vacío, te consume.”
Isabella miró al suelo, pensando en todo lo que Mama Lula le había dicho. La verdad era que ella sentía que su corazón ya no podía soportar más peso. Estaba agotada de tanto odiar, pero también le aterraba la idea de amar a alguien como Edward.
“Entonces… ¿qué debo hacer?” preguntó Isabella en voz baja.
Mama Lula le acarició la cabeza con ternura. “Haz lo que tu corazón te dicte, pero con sabiduría. Elige el camino que te haga libre. No el camino que te ata al dolor del pasado. La vida no es justa, hija, y quizás nunca lo sea. Pero si dejas que el odio guíe tu vida, nunca podrás encontrar la paz que tanto buscas. Solo tú decides cuándo dejar ir el sufrimiento.”
Isabella asintió lentamente, sintiendo una mezcla de incertidumbre y esperanza. ¿Podría aprender a amar a Edward sin perderse en el odio que había marcado su vida? ¿Era posible que pudiera, de alguna manera, reconciliar esos dos mundos, tan diferentes y tan distantes?
“Gracias, Mama Lula,” murmuró. “Aún no sé qué hacer, pero al menos ahora sé que no estoy sola en esto.”
“Jamás estarás sola, mi niña,” respondió Mama Lula. “Y recuerda, cuando el amor entra en tu vida, todo cambia. Todo.”
Mientras Isabella se quedaba allí, con el corazón lleno de preguntas y la mente invadida por los recuerdos de su doloroso pasado, algo en su interior comenzó a cambiar. Sabía que el camino hacia el amor no sería fácil, pero también comprendió que no podía seguir viviendo atrapada en el odio. El amor debía ser libre, sin barreras, sin cadenas. Y aunque temía lo que el futuro les deparara a ella y a Edward, algo dentro de ella le decía que el amor merecía ser intentado.
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Editado: 12.04.2025