El sol ya se había ocultado detrás de las montañas, tiñendo el cielo de un tono naranja profundo. Isabella caminaba por el campo, sus pensamientos eran un revoltijo de dudas y sentimientos contradictorios. Había pasado todo el día en silencio, trabajando en los campos de algodón, intentando desviar su mente de Edward y de lo que había sucedido entre ellos. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no podía dejar de pensar en él.
“¿Qué estoy haciendo?” murmuró para sí misma, mientras observaba el cielo estrellado, buscando respuestas en las constelaciones.
Al día siguiente, Isabella se encontró nuevamente en la cocina, preparando el almuerzo, cuando Eliza entró, su rostro lleno de preocupación. La joven, aunque de una familia rica y poderosa, siempre había sido amable con ella, pero hoy había algo diferente en su actitud. Se acercó a Isabella con cautela.
“Isabella,” comenzó Eliza, con una voz suave, “he estado pensando mucho en lo que está pasando entre tú y Edward.”
Isabella suspiró, no quería hablar de eso. “No es nada, Eliza. Realmente no es nada.”
Eliza la miró fijamente, sin ceder. “No me mientas. Sé que hay algo entre ustedes. Y sé que te está costando. Pero, por favor, escucha lo que te voy a decir. Lo que está pasando no es fácil para ti. Lo sé, lo entiendo. Pero debes pensar en las consecuencias. Edward... no es como tú crees. Él está atrapado en una vida que no puede cambiar. No como tú, Isabella. Tú tienes libertad, aunque no lo creas. Tienes un futuro, y no debes dejar que él te lo robe.”
Isabella la miró con los ojos llenos de tristeza. “Lo sé, Eliza. Sé que es complicado. Pero hay algo en él. Algo... algo que no puedo explicar.”
Eliza suspiró, pero esta vez su mirada se suavizó. “Sé que lo sientes, Isabella. Y es por eso que me preocupas. Porque a veces los sentimientos nos ciegan. No quiero que termines lastimada.”
Isabella se quedó en silencio, tomando un poco de aire mientras continuaba con su trabajo. Eliza no lo entendía. Nadie lo hacía. No era solo una cuestión de sentimientos. Era algo más profundo, algo que no podía explicar. Pero ella no podía apartar su mente de Edward.
“Voy a hablar con él,” dijo Eliza de repente, sorprendiendo a Isabella. “Voy a hablar con Edward y ver qué está pasando realmente entre ustedes. Tal vez él no entienda lo que esto significa, pero lo haré entender.”
Isabella la miró, sin poder evitar sentir una mezcla de miedo y esperanza. “¿Y qué le dirás?”
Eliza sonrió débilmente. “La verdad. La verdad que tú no puedes decirle. No quiero que te hagas daño, Isabella. Y si eso significa hablar con él, lo haré.”
Antes de que Isabella pudiera decir algo, Eliza se dio la vuelta y salió de la cocina. Isabella quedó sola con sus pensamientos, mirando la puerta cerrada, sin saber si realmente lo que Eliza iba a hacer sería una solución o una complicación más.
Esa tarde, Isabella se encontró en su rincón habitual en el campo, donde las sombras alargadas del atardecer se estiraban por el suelo. Se recostó contra un árbol, mirando al horizonte, cuando de repente, escuchó unos pasos acercándose. No era Eliza. Era Jamal.
“Te he estado buscando,” dijo Jamal, con una mirada preocupada. “Tienes que estar más alerta, Isabella. La situación con Edward... es peligrosa. Sé que tus sentimientos son reales, pero tienes que pensar bien en lo que estás haciendo.”
Isabella suspiró. “Ya lo sé, Jamal. Ya lo sé. Pero hay algo en él. Algo que no puedo explicar. No sé qué hacer.”
“Entonces, no lo hagas. No lo sigas. No dejes que él te lleve por un camino que no puedas regresar. Tienes que ser fuerte. Nosotros, los esclavos, no tenemos la libertad para seguir nuestros sentimientos. No podemos darnos ese lujo.”
Isabella se levantó del suelo, su mirada fija en el horizonte. “Tal vez es justo eso lo que me asusta. Tal vez soy demasiado débil para saber cómo controlarme, Jamal.”
Jamal caminó hasta ella, tomándola por los hombros con firmeza. “Lo que realmente me asusta, Isabella, es que creas que el amor vale más que tu vida, tu libertad. El amor que sientes por él... es peligroso. Es un veneno disfrazado de dulzura.”
Isabella lo miró, sin poder decir nada. La verdad era que, aunque lo intentara, no podía evitar lo que sentía por Edward. Pero también sabía que Jamal tenía razón. Este amor, este deseo, estaba lleno de riesgos y consecuencias que ella no quería enfrentar. ¿Valía la pena arriesgar todo lo que había conocido, todo lo que había logrado como esclava, solo por un momento de amor prohibido?
Esa noche, Isabella se retiró a su barraca, su mente llena de pensamientos contradictorios. La decisión no era fácil, y sabía que cualquiera que tomara, cambiaría su vida para siempre.
Pero cuando se acostó, cerrando los ojos en la oscuridad, una voz suave resonó en su mente: “Haz lo que sientas, pero nunca olvides quién eres.”
Era la voz de su madre, la que siempre la había acompañado en sus momentos de duda. La voz que le recordaba que, aunque la vida era injusta, ella seguía siendo fuerte, incluso cuando no lo creía.
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Editado: 12.04.2025