Raíces Prohibidas

Capítulo 30: La Decisión de Isabella

La mañana llegó, y con ella, una fresca brisa que acariciaba las mejillas de Isabella. Se encontraba en el campo, de pie, mirando el horizonte. Las palabras de Jamal aún resonaban en su mente, pero esta vez, algo había cambiado en su corazón. Las dudas, aunque persistentes, no eran tan fuertes como antes.

Había estado pensándolo durante toda la noche, cuestionando sus propios sentimientos y las consecuencias de lo que podría venir. Pero algo dentro de ella le decía que no podía dejar que el miedo controlara su vida. El miedo de lo que dirían, de lo que sucedería. El miedo de perderlo todo.

¿Qué le quedaba si no se atrevía a vivir lo que sentía?

Tomó una respiración profunda, sintiendo cómo el aire frío llenaba sus pulmones, y con un leve suspiro, decidió que no podía seguir huyendo de lo que había empezado. Aunque sabía que lo que iba a hacer probablemente la lastimaría, no podía ignorar lo que había crecido entre ella y Edward. No podía ocultar más ese fuego que la quemaba por dentro.

"Lo que sea que pase, lo haré."

Decidió que sería honesta consigo misma, aunque eso significara perderse en el proceso. Isabella se dirigió a la casa principal, donde sabía que Edward estaría en ese momento. Su corazón latía con fuerza en su pecho, la incertidumbre la envolvía, pero al mismo tiempo, había una extraña sensación de calma. Ya había tomado la decisión.

Cuando llegó al gran jardín de la finca, vio a Edward de pie junto a una de las columnas, observando el horizonte, como si estuviera esperando algo o a alguien. Isabella se acercó lentamente, sus pasos resonando suavemente en el suelo. Cuando Edward la vio, su rostro mostró una leve sorpresa, seguida de una sonrisa pequeña, pero cálida.

"Isabella," dijo con voz baja, pero cargada de emoción. "Pensé que no vendrías."

Ella lo miró fijamente, sin apartar la vista de sus ojos, esos ojos que le provocaban un torbellino de emociones. Sabía que había llegado el momento.

"Vine porque ya no puedo seguir con esto," comenzó Isabella, su voz temblorosa, pero firme. "No puedo ignorar lo que siento por ti, Edward. Lo he intentado, pero ya no puedo más. Puede que me arrepienta después, puede que el mundo entero se caiga sobre mí por esto, pero no me importa. Ya no puedo seguir mintiéndome."

Edward la miró en silencio, su expresión seria, pero su mirada llena de comprensión. Se acercó lentamente, dando un paso hacia ella.

"No quiero que te arrepientas," dijo en voz baja, casi como un susurro, mientras tomaba suavemente su mano. "Y no quiero que esto te haga daño, Isabella. Sé que las cosas no son fáciles, sé que lo que sentimos no está bien según lo que el mundo espera. Pero yo... no puedo dejar de pensar en ti. No puedo dejar de desear estar cerca de ti."

Isabella sintió que su corazón latía más rápido. Sabía que lo que él decía también era cierto, pero al mismo tiempo, el miedo comenzaba a invadir su pecho, porque lo que estaban haciendo era peligroso. Pero, al mirarlo, viendo su rostro tan cercano al suyo, ese miedo se desvaneció, aunque no por completo.

"Entonces, ¿qué hacemos?" preguntó Isabella, casi sin aliento, mientras sentía como el mundo alrededor de ellos desaparecía.

Edward levantó su mano y acarició suavemente su rostro, mirando a los ojos de Isabella con una intensidad que la hizo sentir vulnerable y segura al mismo tiempo.

"Lo que hagamos no va a ser fácil, Isabella," dijo. "Pero yo quiero intentarlo, quiero luchar por esto. No sé qué nos depara el futuro, pero no quiero seguir viviendo sin saber lo que esto puede ser."

Isabella cerró los ojos por un momento, sintiendo la calidez de su toque, el roce de su piel sobre la suya, y la paz que, en un instante, se instaló en su corazón. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Sabía que lo que estaban a punto de hacer cambiaría sus vidas para siempre.

"Lo intentaré," dijo ella con voz suave, abriendo los ojos para mirar nuevamente a Edward. "Lo intentaré, aunque me asuste. Lo intentaré, aunque el mundo me diga que no lo haga."

Edward sonrió, una sonrisa que reflejaba esperanza y un brillo en sus ojos que Isabella había visto pocas veces. La atrajo hacia él y, sin pensarlo más, la besó. Un beso suave, lleno de promesas y temores, pero sobre todo, lleno de la fuerza de lo que sentían el uno por el otro.

Isabella correspondió al beso, dejándose llevar por lo que había estado sintiendo todo ese tiempo, lo que había estado negando, lo que había temido. Este beso era un reconocimiento, un acuerdo silencioso entre ellos. Sabían que no iba a ser fácil. Sabían que tendrían que enfrentarse a todo en su camino. Pero, por primera vez en mucho tiempo, Isabella sintió que estaba tomando control de su vida. Y, por primera vez, no estaba huyendo de lo que sentía.

Cuando finalmente se separaron, ambos se quedaron mirando el uno al otro, respirando entrecortadamente.

"Esto no es lo que el mundo espera de nosotros, Isabella," dijo Edward, su voz grave y llena de emoción. "Pero es lo que quiero."

"Lo sé," respondió Isabella, su voz un susurro, "y yo también lo quiero."

Ambos sabían que había un largo camino por recorrer, lleno de obstáculos y peligros. Pero en ese momento, bajo el cielo estrellado y con el futuro incierto, Isabella había tomado su decisión: amaría a Edward, sin importar las consecuencias. Y aunque temiera lo que vendría, sabía que ya no podía vivir sin él.




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