Raíces Prohibidas

Capítulo 32: La Decisión de Edward

Edward llegó a la casa principal con pasos firmes, su rostro marcado por la determinación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no sería fácil, pero no podía seguir viviendo con la mentira. No podía seguir ignorando lo que sentía por Isabella.

Al entrar a la casa, se encontró con sus padres en la sala principal. Su madre, elegante y recatada, estaba sentada junto a su padre, que, con su rostro grave y serio, miraba algunos papeles en su escritorio. Todo parecía tan tranquilo, tan... normal. Pero Edward sabía que no podía seguir pretendiendo que todo estaba bien.

“Padre, madre,” comenzó, su voz llena de firmeza. “Necesito hablar con ustedes sobre algo importante.”

Ambos se voltearon hacia él. Su madre levantó una ceja, con una mirada que parecía algo desconcertada ante la interrupción.

“¿Qué sucede, hijo?” preguntó su padre, su tono autoritario y controlado.

Edward respiró hondo antes de continuar. “No voy a casarme con Lady Eleanor.”

El silencio invadió la habitación, pesado y denso. Su madre fue la primera en hablar, el desprecio se reflejó en su rostro.

“¿Qué has dicho?” replicó con incredulidad. “Edward, esto es lo que se espera de ti. El matrimonio con Lady Eleanor no solo es un paso natural en tu vida, sino que es lo que hemos decidido para tu futuro.”

“No quiero ese futuro,” dijo Edward, su voz tensa. “No quiero casarme con ella. Estoy decidido, no me importa lo que ustedes esperen de mí.”

El rostro de su madre se endureció, y su padre se levantó de su asiento, cruzando los brazos. “No tienes derecho a decidir sobre esto. Es una cuestión de familia, de honor. Todo esto ha sido arreglado desde hace tiempo, Edward. No puedes darnos la espalda ahora.”

Edward sentía cómo su enojo se acumulaba, pero luchaba por mantener la calma. “Yo no estoy de acuerdo. Y no me importa lo que digan. Mi corazón no está con ella, está con otra persona.” Miró a su madre directamente a los ojos. “Y no voy a casarme solo porque sea lo que esperan.”

“¡Eres un niño!” exclamó su madre, levantándose de la silla con furia. “No entiendes la magnitud de lo que estás haciendo. Si rechazas este matrimonio, nos estás rechazando a todos. Nos estás rechazando a tu familia, a tu posición en la sociedad.”

Edward apretó los dientes, luchando por no perder los estribos. “No voy a seguir una vida que no quiero. No voy a ser un esclavo de las expectativas de los demás.” Su mirada pasó de su madre a su padre, quien estaba más serio que nunca. “Sé lo que debo hacer con mi vida, y si ustedes no lo entienden, entonces no sé qué más decir.”

Su padre se acercó a él, con la autoridad que siempre lo caracterizaba. “Escúchame bien, hijo. Este matrimonio no es solo una cuestión de amor, es de poder, de alianzas, de negocio. Tú no eres el que manda aquí. ¿Piensas que puedes ignorar todo por una simple... atracción?”

“¡No es una atracción! Es algo más profundo. ¡La amo, padre! Y lo que siento por ella no tiene nada que ver con la posición social o el dinero. No quiero perderla.”

La tensión en la habitación era palpable. La voz de su madre se alzó nuevamente, esta vez fría y cortante. “No pienses que puedes hacer lo que quieras. Si te niegas a casarte con Lady Eleanor, no solo te perderás a ella, sino que también perderás tu lugar en esta familia.”

Edward miró a sus padres con furia, su paciencia ya agotada. No había espacio para más palabras. “Entonces, si esa es la opción, prefiero perderlos.”

Sin decir más, se dio la vuelta y salió de la casa, dejando atrás el sonido de los gritos de su madre y la mirada de decepción de su padre. Su cuerpo estaba tenso, su corazón latiendo con furia, pero a la vez, una sensación de alivio se apoderaba de él. Sabía que había tomado la decisión correcta.

La brisa fresca de la mañana le golpeó la cara cuando salió al patio. Sin pensarlo, caminó rápidamente hacia los establos. Su mente estaba llena de pensamientos, de dudas y miedos, pero también de una determinación renovada. Se subió a su caballo sin pensarlo dos veces, y con un rápido movimiento de riendas, salió disparado hacia los campos.

Cabalgar era lo único que podía hacer en ese momento para calmar su mente. El viento en su rostro y la velocidad lo hacían sentir más libre que nunca. Los pensamientos sobre el matrimonio, sobre sus padres, sobre la vida que le habían impuesto, se desvanecieron poco a poco mientras galopaba por la finca.

Su corazón palpitaba con fuerza, pero no solo por el ejercicio. También por la angustia que sentía al pensar en Isabella. ¿Qué pasaría con ella ahora? ¿Cómo le diría que no había cambiado su decisión, que estaba dispuesto a luchar por ella?

Pero… ¿cómo lo haría?

El caballo avanzaba con rapidez, y Edward no se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado hasta que el sol comenzó a ponerse en el horizonte. Solo entonces se dio cuenta de que se había alejado bastante de la finca.

Se detuvo junto a un árbol, tomando un respiro profundo. Miró al cielo, sintiendo el peso de lo que acababa de hacer. El compromiso con Lady Eleanor, la discusión con sus padres, el futuro que había tenido que rechazar… Todo lo que había hecho lo había hecho por ella. Por Isabella.

“No puedo vivir sin ella,” pensó, el corazón roto por la incertidumbre.

Al mirar hacia el campo que se extendía frente a él, Edward decidió que ya no podía dar marcha atrás. Había tomado su decisión. Ahora solo quedaba luchar por ella, por su amor.




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