Raíces Prohibidas

Capítulo 34: El Plan de Escape

La luna seguía iluminando la finca, bañando los campos de algodón y las barracas en un manto plateado. El silencio de la noche se sentía denso, pero al mismo tiempo, cargado de una anticipación que Edward no podía ignorar. Había pasado el día elaborando cada detalle del plan con Eliza, y ahora sentía que estaba a punto de dar el paso más importante de su vida. Un paso que cambiaría su destino y el de Isabella para siempre.

Se dirigió hacia la pequeña barraca donde Isabella se encontraba, su corazón latía acelerado en su pecho. La idea de escapar con ella le llenaba de emoción, pero también de miedo. Sabía que lo que estaban a punto de hacer era peligroso, casi suicida, pero no podía vivir con la idea de perderla. No podía permitir que sus padres decidieran por él ni por ella.

Al llegar, miró alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie cerca. La última cosa que necesitaban era ser sorprendidos. Abrió la puerta con cuidado, y al entrar, encontró a Isabella en el rincón, sentada en la cama, mirando por la ventana. Estaba pensativa, como si su mente estuviera atrapada entre la preocupación y el deseo de encontrar una salida.

Isabella levantó la vista al escuchar la puerta, y su expresión se suavizó al ver a Edward entrar. Sin decir palabra, se levantó y caminó hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de confianza y tristeza. Aunque todavía no sabían exactamente cómo podría terminar todo esto, el lazo entre ambos se había hecho más fuerte que nunca.

“Edward,” dijo ella suavemente, “¿qué vamos a hacer? Cada vez que miro alrededor, veo que estamos atrapados. Y no sé qué más podemos hacer…”

Edward suspiró profundamente, tomando sus manos en las suyas. No quería que Isabella sintiera que no había esperanza, no cuando él ya había decidido luchar por ella, por su libertad, por el futuro que ambos merecían.

“Isabella,” comenzó, su voz firme pero con una vulnerabilidad que rara vez dejaba salir, “hay una forma. He hablado con Eliza. Tenemos un plan, y vamos a escapar.”

Isabella lo miró con incredulidad. No podía creer lo que estaba oyendo. “¿Escapar? ¿De verdad lo dices? Pero… ¿cómo?” La desesperación en sus ojos mostraba que aún no entendía cómo podría ser posible.

Edward apretó sus manos, dándole consuelo. “Eliza nos ayudará. Vamos a distraer a mis padres y, en ese momento, tú y yo saldremos. Ella se encargará de que no nos vean, de que todo parezca normal, y nos dará tiempo para huir. No tenemos mucho tiempo, Isabella, pero creo que podemos hacerlo.”

Isabella se quedó en silencio por unos segundos, su mente procesando lo que Edward acababa de decir. No era solo un plan arriesgado; era un plan de vida o muerte. Pero también sabía que quedarse allí no era una opción. Ya no podía más. No podía seguir soportando la humillación, ni la angustia, ni la sensación de estar atrapada en una vida que no le pertenecía.

“¿Estás seguro de que esto funcionará?” preguntó, finalmente, su voz temblando ligeramente.

Edward la miró fijamente, con determinación. “Sí, estoy seguro. No me importa lo que pase, no quiero perderte. Quiero que sepas que te amo, Isabella, y voy a luchar por ti. Esta es nuestra oportunidad.”

Isabella bajó la mirada, tocando suavemente su rostro con las manos de Edward. Había tantas dudas y miedos, pero, al mismo tiempo, una llama de esperanza comenzaba a encenderse en su corazón. Todo lo que había conocido hasta ahora le había enseñado a temer, a esperar lo peor, pero la forma en que Edward la miraba, la forma en que hablaba, le daba fuerzas para creer que, tal vez, solo tal vez, había algo más allá de las cadenas que la mantenían prisionera.

“Si decidimos hacerlo,” dijo ella con un susurro, “tendremos que estar muy seguros. No puedo… no puedo arriesgarme a que nos atrapen. No quiero que tú también… te hagan daño.”

Edward la abrazó, apretándola contra su pecho. “No va a pasar nada. Vamos a ser libres, Isabella. No importa lo que tengamos que hacer, lo lograremos. Solo confía en mí.”

Isabella asintió lentamente, cerrando los ojos al sentir el calor de su abrazo. El miedo seguía allí, pero también lo hacía la emoción. La idea de escapar, de dejar atrás todo lo que la oprimía, era tan real que podía tocarla. La posibilidad de un futuro juntos, lejos de la crueldad, de la pobreza y del miedo, comenzaba a convertirse en una realidad tangible.

“¿Cuándo será?” preguntó Isabella, abriendo los ojos para mirarlo.

“Tan pronto como Eliza nos dé la señal,” respondió Edward, tomando su rostro entre sus manos. “Pero necesitamos estar listos. No podemos dudar ni un solo segundo.”

Isabella lo miró fijamente, sabiendo que su vida iba a cambiar en cuestión de días, quizás horas. Todo lo que había conocido, todo lo que había vivido, quedaría atrás. Pero también sabía que, con Edward a su lado, todo parecía posible.

“Entonces, lo haremos,” dijo ella finalmente, con una determinación en su voz que sorprendió incluso a Edward. “Escapemos. Vamos a ser libres, juntos.”

Edward sonrió, un destello de alivio cruzando su rostro. No estaba solo. Isabella estaba lista. Y ahora, juntos, iban a luchar por lo que merecían: su amor y su libertad.

“Juntos,” murmuró Edward, besándola suavemente. “Nada nos detendrá.”

Ambos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad de ese instante. Sabían que la noche sería larga y peligrosa, pero, por fin, podían ver el amanecer de una nueva vida, una vida en la que ellos, finalmente, serían libres.




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