El sol ya comenzaba a asomar en el horizonte, tiñendo de rojo y naranja el cielo, mientras el caos invadía la finca. Las carreteras de tierra, que antes eran tranquilas, se habían convertido en un campo de batalla. Los gritos de los guardias y los esclavos resonaban en el aire. Los primeros intentos de escape de Edward e Isabella habían comenzado con furia, pero lo que nadie esperaba era la rebelión que surgió en los corazones de los demás esclavos al ver la opresión que ellos mismos sufrían.
Los esclavos que, durante tanto tiempo, habían permanecido en silencio, comenzaron a levantarse. Jamás habían tenido tanto valor, pero el sacrificio de Edward y Isabella, el coraje de querer vivir libres, los impulsó a desafiar a los opresores.
“¡Libertad!” gritó uno de los esclavos más jóvenes, su rostro lleno de furia y desesperación. “¡No vamos a vivir más en miedo!”
La escena era brutal. Los guardias intentaban contener la rebelión, pero los esclavos, con su fuerza y desesperación, los empujaban y golpeaban con todo lo que podían. Unos luchaban con palos, otros con las manos desnudas, mientras el fuego seguía ardiendo en el fondo, como un recordatorio de todo lo que estaba en juego.
Algunos cayeron bajo el peso de los golpes de los guardias, pero otros, más jóvenes y más ágiles, lograron escapar en la confusión. Los más viejos, aquellos que ya no podían luchar, se aferraban a la esperanza de ver, por fin, un futuro distinto. Y mientras la lucha se intensificaba, Edward y Isabella aprovechaban la oportunidad. El sonido de los disparos y las peleas los impulsaba a seguir, sin mirar atrás, sin detenerse. Solo corrían, el sudor les empapaba la frente y el miedo se reflejaba en sus ojos.
Pero lo que Edward no había previsto era la reacción de Jamal.
Mientras los dos corrían, escucharon un disparo cercano. Isabella apenas tuvo tiempo de reaccionar. En un abrir y cerrar de ojos, vio cómo Jamal, con los ojos llenos de desesperación y furia, levantaba una de las armas de los guardias y la apuntaba directamente hacia Edward.
“No…” susurró Isabella, apenas con fuerzas para pensar. Pero el sonido del disparo fue más rápido que sus pensamientos.
De manera instintiva, y sin pensarlo, Isabella se lanzó hacia él. Sintió el impacto de la bala en su pecho, el dolor inmediato, como si su cuerpo se hubiera destrozado en mil pedazos. Un grito de angustia salió de su garganta, pero rápidamente se ahogó en la sensación de frío y vacío que comenzó a envolverla. Su cuerpo, ahora debilitado, tambaleó y cayó al suelo con fuerza.
Todo a su alrededor se volvió difuso. Los sonidos de la lucha, los gritos, el fuego, se desvanecieron. En su mente, solo había oscuridad. Pero antes de caer por completo, lo único que pudo ver fueron las lágrimas de Jamal. Él había soltado el arma, y ahora se encontraba de rodillas, su rostro marcado por la confusión, la culpa y el dolor.
“¡Isabella!” gritó Edward, corriendo hacia ella con desesperación. “¡No! ¡No puedes irte! ¡No ahora!”
La imagen de Jamal llorando, su hermano, que había sido su apoyo durante tantos años, era un dolor más fuerte que cualquier herida física. Jamal, con los ojos llenos de lágrimas, observaba a su hermana con un sufrimiento inmenso. “Lo siento, Isabella… Lo siento tanto…” susurró entre sollozos.
Isabella, con esfuerzo, levantó la vista hacia él. No podía hablar, pero sus ojos reflejaban todo el dolor de la traición, de la pérdida. El tiempo parecía haberse detenido en ese momento. La última imagen que vio fue la de Jamal, su hermano, arrodillado sobre el suelo, llorando desconsoladamente.
Antes de perder completamente la consciencia, Isabella apenas pudo sentir las manos de Edward en su rostro, sus dedos buscando su aliento. “Por favor, Isabella, aguanta. No me dejes. No puedes dejarme…”
Pero la vida ya se desvanecía de su cuerpo. El dolor en su pecho se hacía cada vez más lejano, y todo se tornaba oscuro.
Su último pensamiento fue de amor por Edward. Y en ese último aliento, un pequeño suspiro salió de su boca. “Te… amo…”
Entonces, todo se apagó.
Jamal permaneció allí, de rodillas en el suelo, mirando la escena que acababa de presenciar. Las lágrimas caían sin control. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había fallado tanto a su hermana? Había hecho lo que pensaba que era lo correcto, pero al ver la vida desvanecerse de Isabella, entendió que su decisión había sido la más equivocada. Había traicionado su propio corazón, y ahora tenía que vivir con las consecuencias.
Edward, abrazando el cuerpo de Isabella, miraba a Jamal con una mezcla de furia y tristeza. No podía entender lo que acababa de pasar. En su corazón solo había espacio para una única verdad: Isabella lo había dado todo por amor, y él no podía dejarla ir. No así.
Los gritos de los esclavos, las luchas, la sangre derramada… Todo era irrelevante ahora. La vida de Isabella era lo único que importaba, y con ella se había ido una parte de su alma.
Pero había algo más en los ojos de Jamal, algo que Edward pudo ver claramente entre el dolor y la culpa. Era la desesperación de un hombre que había cometido un error irreversible, y que ahora debía enfrentarse a la consecuencia de su traición.
Sin embargo, en ese momento, Edward no podía pensar en nada más. Tenía que salvarla. Tenía que hacerlo, o su vida no tendría sentido. La rebelión, el caos, la traición… todo eso quedaba atrás.
El destino de Isabella no podía quedar en ese suelo. No podía ser.
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Editado: 12.04.2025