Ramé

1; Bambi

Esᴛᴀ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Hᴀʀʀʏ Hᴜᴅsᴏɴ ﹣ Hᴇʟʟ ᴛᴏ ᴛʜᴇ sᴛᴀʀs

 

Martes 7:23 pm
 


El traqueteo del autobús por la mala condición del camino hace que abra mis ojos y mire a mi alrededor. Me quito los auriculares de mis oídos y muevo mi cuello de un lado a otro.

Apenas hay gente montada en el autobús a esta altura del camino. Se han ido bajando a medida que pasábamos pueblos. El pueblo de Concepción, Texas, es mi destino. El mío y el de esas tres personas que me van a acompañar este verano. Mi hermana y dos hermanos postizos, gemelos. ¿Por qué postizos?

Porque nuestros padres se habían conocido en una conferencia de autoestima y amor y se gustaron. El destino, lo llamaron. ¿Y qué han hecho para profundizar su amor? Irse a Cancún, sí, a Cancún. ¿Y qué han hecho con nosotros? Mandarnos a Texas.

Tom parece ser el hombre ideal para mi madre después de su divorcio. Mis padres no se soportaban y por el bien de todos, decidieron empezar una nueva vida por caminos separados.

Aunque no sé si mi madre está preparada para conocer a alguien, solo hace cinco meses desde que pasó eso y cuatro desde que dejó de insultar a mi padre cada vez que se acordaba de él.

No somos millonarios, su nuevo novio tampoco lo es, así que, tendré que serlo yo para mejorar mi calidad de vida porque así no es como pensaba pasar el verano con diecinueve años.

Alguien se deja caer en el asiento de mi lado y me sobresalto un poco. Leo está a mi lado enseñándome su dentadura perfecta y me tiende un sándwich.

— ¿Tienes hambre?

— Sí, gracias —lo cojo y no tardo en quitarle el plástico y darle un bocado— ¿Queda mucho?

— No, ya casi estamos —muerde su sándwich.

Es un camino largo, por eso me he sentado sola, porque he dormido y he puesto las piernas en el asiento de al lado, pero Leo no se va, así que, apago la música y miro por la ventana. Campo, eso es lo único que llevo viendo desde hace dos horas.

Esos chicos son agradables, simpáticos y no les molesta que su padre tenga una novia con dos hijas, a nosotras tampoco, mi madre tiene que hacer su vida y respeto con quien esté siempre que sea un buen hombre. Lo que no me hace mucha gracia es esta excursión cuando podría estar en casa tumbada en el sofá con el aire acondicionado.

— ¿Vienes todos los veranos? —Le pregunto.

— Lo intento.

Su familia vive en Concepción y es con quien vamos a pasar este verano. Leo y Diego han terminado la universidad, mientras que a mí me quedan tres y a Bárbara —mi hermana—, le quedan dos. Sí, soy el resultado de una cuarentena post parto incumplida.

— Ya estamos —su voz me sobresalta de nuevo porque me he quedado traspuesta y guardo los auriculares en mi pequeña mochila negra.

Me bajo después de Leo y Bárbara me sigue. Diego ya está cogiendo todas nuestras maletas y cuando el autobús se va, deja un rastro de polvo que me hace cerrar los ojos.

Y me encuentro allí, en medio de la nada al lado de una señal de parada de autobús, con una maleta y una mochila colgada a mi espalda.

— ¿Y ahora? —Pregunta Barb.

— Ahora tenemos que caminar —Diego señala hacia su izquierda—, no queda muy lejos.

Mi hermana me mira y rueda los ojos porque esto le gusta incluso menos que a mí. Somos chicas de ciudad, siempre hemos vivido en una y esto de estar en un pueblo con casi cien habitantes no nos hace gracia, aunque Barb ha estado feliz porque es otra experiencia y ya podría tacharla de su lista de "cosas que hacer antes de morir". En mi lista no está pasar un verano aquí con este insoportable calor.

Mientras arrastro mi maleta por el arcén, me doy cuenta que me sobra toda la ropa, y menos mal que escogí unos pantalones cortos para el viaje porque sabía que iba a enfrentarme a este bochorno; aunque no pensé caminar todo esto.

— Tenéis suerte, no hace tanto calor —dice Leo con una sonrisa.

— ¿Qué no hace calor? —Murmura mi hermana a mi lado— Esto es insoportable.

A pesar de que está atardeciendo, aún hace calor y yo, que tengo condición física -10, estoy agotada. Por suerte, la ropa de verano no ocupa mucho en la maleta, pero eso significa que llevo mucha ropa.

Escucho un coche a lo lejos y me aparto de la carretera para que no me atropelle, básicamente. Me echo a un lado, a la arena con los demás y sigo caminando.

La camioneta pasa por nuestro lado y toca el claxon. Los dos chicos que van delante de nosotras miran a la camioneta y mueven sus brazos. Miro a Barb cuando la camioneta se para y la cabeza de una chica aparece por el techo.

— Venga, vamos —nos dicen, apresurándose hacia la camioneta.

Meto el turbo porque no me quiero quedar atrás y Leo mete las maletas en la parte de atrás mientras Diego abre la puerta del copiloto.

— ¿Pero qué hacéis ahí, pringados? —Saluda esa chica pelirroja.

— Volvemos a casa en verano, ¿no estás contenta de vernos? —Le sonríe Diego.

— Por supuesto que sí, aquí solo caben dos —dice refiriéndose a la cabina—. Dejad aquí a las señoritas y subid vosotros atrás.

Barb es la primera que sube y yo miro a la parte de atrás. La camioneta es roja y vieja. Y a vieja me refiero que no sé cómo narices sigue en funcionamiento.

— Quiero montarme atrás, si puedo —le digo a Diego.

— Oh, claro, si es lo que quieres —empieza a caminar delante de mí y abre la puerta trasera donde está Leo entre las maletas encendiéndose un cigarrillo.

— Ayúdala a subir, quiere ir detrás.

— Oh, ¿qué dices? —Leo sujeta el cigarrillo entre sus labios y me tiende una mano.

La acepto y él tira de mí mientras Diego pone sus manos en mi cintura y también me ayuda.

— Gracias.

— Siéntate ahí —me señala Leo una de las esquinas que está pegada a la cabina—. Es el mejor sitio si no quieres irte a la mierda por un frenazo de Kenzie. ¡Eh, Kenzie! —Golpea el cristal de la cabina— ¡Intenta conducir mejor que la última vez!




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