Esᴛᴀ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Nɪᴀʟʟ Hᴏʀᴀɴ ﹣ Nᴏ Jᴜᴅɢᴇᴍᴇɴᴛ
Jueves 8:00 am
Hago una mueca al ver a las gallinas en el corral. Son las ocho de la mañana y no creo que esté totalmente despierta. Me he llevado meses levantándome temprano y ahora no puedo ni dormir hasta las diez porque hay que darle de comer a las malditas gallinas.
Leo sujeta un cubo con su comida y esto me recuerda a Cenicienta, pero yo no soy ella. Bárbara se ha ido con Diego a darle de comer a las cabras. Fui rápida en elegir a Leo y no tardé en estar a su lado dispuesta a acompañarlo.
— ¿Estás preparada? —Pregunta abriendo el seguro de la puerta.
— No —murmuro.
— Bien.
Leo abre la puerta y nos apresuramos a entrar. Las gallinas se vuelven locas cuando Leo empieza a caminar hacia el comedero.
— ¿Me van a picar? —Le pregunto agarrándome a su brazo.
— No, toma, coge, voy a coger los utensilios.
Cojo el cubo y echo la comida con manos temblorosas. Leo se aparta de mí y odio cada momento en el que estoy sola. Sé que todos los animales huelen el miedo y ahora mismo estarán todos empapándose del mío.
— ¿Cuánta comida les tengo que echar Leo? —Pregunto en voz alta.
Leo está concentrado y no se entera. Yo estoy parada, sin echar comida porque no sé si ya tienen suficiente.
Una gallina vuela, no muy alto, casi por mi hombro y grito porque me asusto. Estoy rodeada de gallinas y ni siquiera puedo andar a otro sitio o salir corriendo.
— ¡Leo! —Lloriqueo y les tiro comida más allá del círculo que han formado a mí alrededor para que se vayan pero no lo hacen.
— Dame un momento, Bambi —Mi hermanastro se ríe a carcajadas y lo veo terminando.
Nunca me ha gustado el campo, ni siquiera me fui de acampada con el colegio porque los animales y los bichos me superan. Ni siquiera soy capaz de acariciar a un perro, por el amor de Dios. A veces pienso que estoy fracasando como humano.
Vuelvo a gritar cuando otra vuela y me quejo. Leo viene riéndose y empieza a quitarme gallinas de en medio, es más, se apartan cuando él va pasando.
— Venga, suelta el cubo de comida, ya ha sido suficiente, ahora vamos a limpiar el gallinero.
Me da unos guantes y me los pongo. Me agarro a su brazo mientras salimos del círculo de gallinas y hay alguna que nos persigue, pero la mayoría ahora empieza a ir a su bola.
Llevo mi recogido en una coleta alta y unos pantalones vaqueros pero esta vez no son ajustados para tener mejor movilidad.
Tengo que decir que la mayoría de mi ropa es ajustada y apenas tengo ropa holgada, por lo que hoy llevo mi única camiseta holgada color mostaza de mangas cortas.
Veo el gallinero y hago una mueca mientras me tiende una mascarilla y me la pongo. Por suerte, me han dado unas botas para este momento, aunque me quedan un poco grandes, no me quejo, prefiero no ensuciar mis deportivas.
— Toma —me da una espátula—. Vamos a sacar las tablas y a limpiarlas de excremento.
Esto no puede estar pasando.
Le ayudo a sacar las tablas y me dice que me encargue de raspar mientras él coge un rastrillo para sacar los lechos, la suciedad y los excrementos. Ambos llevamos mascarillas puestas y ya he tenido varias arcadas y solo han pasado dos minutos. No me quiero imaginar ir a las cabras, pobre Barb.
— Ahora desinfecta —dice dejándome los productos y los estropajos.
Me tengo que poner de pie porque me canso al estar de cuclillas y cuando me echo un poco hacia atrás con las manos puestas en mis riñones, miro hacia la puerta, donde Jack está apoyado.
Me sonríe y me saluda con la mano y yo solo lo miro porque he intentado esquivarlo todo lo que he podido.
Vuelvo a agacharme y empiezo a limpiar todos los nichos mientras Leo está por otra parte. Intento no pensar en las gallinas y canto una canción, pero en mi mente, claro, no canto bien.
— Esto ya está, Leo —pongo mis manos en mi cintura y él me mira, dejando el rastrillo a un lado cuando el gallinero está despejado.
Se va a la manguera y deslia la goma para dirigirse hacia el gallinero. Observo como limpia el gallinero moviendo la manguera de arriba abajo y limpio el sudor de mi frente con mi antebrazo.
El agua fría da en mi rostro y parte de mi cuerpo y grito. No puedo ver la sonrisa divertida de Leo en su rostro, pero sí en sus ojos.
— ¡Leo!
— Pensé que tenías calor —vuelve a apuntar hacia mí y me giro. Vuelve a reírse.
— ¡No juegues! Quiero terminar ya.
— Tocan las cuadras.
— Dura todo lo que quieras entonces.
Lo escucho reírse de nuevo y cuando termina, ambos nos ponemos a raspar lo que está en el suelo. No tengo ropa ideal para esto. Nadie me había avisado que iba a hacer estas tareas, que íbamos a vivir en una granja.
Quiero apoyar mis rodillas en el suelo como está Leo pero no quiero mancharse los pantalones.
— ¿Por qué no me habíais dicho que venía a una granja? —Tiro la espátula al suelo y me pongo de pie.
Leo alza la mirada y se endereza, estando aún sobre sus rodillas.
— Tu madre dijo que no vendríais.
— Fue astuta, sí, pero no tengo ropa para esto —me señalo—. Tengo tres pantalones vaqueros en mi armario. Tres —utilizo mis dedos para enumerarlos— No puedo destrozar ningunos.
— ¿Y no tienes ropa de deporte?
— No, y la que tengo está en casa y es bonita. No tengo ningún pantalón feo que pueda utilizar.
— De acuerdo, yo terminaré esto y te dejaremos algo de ropa, ¿vale?
— Gracias.
Pero me agacho de nuevo para ayudarlo ignorando el dolor en mis piernas porque yo no soy así. No voy a dejar que el termine solo.
Ahora, cuando terminamos, solo son las once y media de la mañana y suspiro porque aún quedan muchas horas en el día. Acompaño a Leo a la casa y entramos en la cocina a beber un poco de agua fría.