Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Aᴠɪᴄɪɪ ﹣ Wᴀᴋᴇ ᴍᴇ ᴜᴘ
Domingo 8:21 am
Leo me había mentido. Al mirar la hora en mi reloj de pulsera me niego a levantarme de la cama. Pensé que el domingo era día libre y podría dormir hasta que el calor me dejara.
— Venga, arriba —Leo tira de mí sábana y gruño— Hay que ir a misa.
— Tienes que estar de broma —jadea Bárbara.
— Soy agnóstica, no me jodas, Leo —pongo la almohada sobre mi cabeza.
— No es excusa para la abuela, os queda una hora para estar listas.
Levanto la cabeza cuando él se va y miro a mi hermana, que ha vuelto a tapar su cabeza con la manta. No me emociona ir a la iglesia, pero supongo que es mejor que trabajar en la granja, así que, muy a pesar de la abuela de los gemelos, vuelvo a cerrar los ojos a pesar de que Bárbara me avisa un par de veces que tengo levantarme.
Levantarme temprano no es mi fuerte y lo he estado haciendo toda la semana, el domingo debería respetarse, no voy a aguantar mucho a este ritmo. Moriré la semana que viene seguramente.
Doy un grito al sentirme volar y caigo al suelo entre la sábana y con el colchón encima. Risas es lo único que escucho mientras me enfado porque no me hace gracia.
Empujo el delgado colchón fuera de mi cuerpo y me siento en el suelo viendo a Diego riéndose a carcajadas, al igual que Bárbara —que ya está arreglada—, Leo me mira desde la puerta de la granja de forma divertida.
— Muy gracioso, Diego —me levanto y pongo mis manos en mi cintura.
— Lo siento, Bambi, siempre he querido hacerlo y no he podido dejar escapar la oportunidad. Te quedan diez minutos para vestirte —golpea el reloj de su muñeca y sale de la cabaña seguido por Leo.
— Ha sido gracioso —dice Bárbara—. Tendrías que haberte visto la cara, es una pena que no lo haya grabado.
Suspiro pesadamente y me dirijo al armario para ver qué puedo ponerme para ir a la Iglesia. A regañadientes, estoy montándome en el coche al lado de Leo, que lleva un cigarrillo en su oreja deseando encendérselo.
— Me dijiste que hoy era día libre —le digo.
— Y lo es —enciende el mechero y lo apaga varias veces seguidas—. ¿No quieres ir a confesar tus pecados? ¿A pedir perdón por ellos?
— Yo no peco —me cruzo de brazos.
— Ninguno vamos a pecar este verano —ríe Diego, aunque más bien se lamenta desde el asiento del copiloto.
— ¿Ni de pensamiento? —Leo me vuelve a hablar y lo miro.
No contesto y echo mi cabeza hacia atrás para después cerrar los ojos. No traigo ropa adecuada para ir a la iglesia, o eso creía, porque todos vamos más o menos con el mismo tipo de ropa. Jeans y camiseta, salvo sus abuelos y sus tíos, que van más arreglados.
La iglesia es blanca y pequeña, muy pequeña. Miro a Bárbara porque no es como habíamos planeado nuestro domingo y bajamos del coche. Me siento en las últimas filas con los gemelos y mi hermana y Jack de une a mí lado.
Su pelo está peinado hacia arriba de manera desordenada y lleva una camisa blanca remangada hasta la altura de sus codos y unos pantalones vaqueros. Cuando llego a sus ojos, él sonríe porque me ha pillado haciéndole un escaneo completo. Miro hacia delante y juego con mis dedos esperando que esto termine.
Jack me da en mi pierna para que me levante y lo hago. Echo mi cabeza hacia atrás y miro hacia el techo haciendo una mueca con mis labios. Bárbara coge mi mano y tira de mí.
La miro sorprendida porque nos estamos yendo, y para mi sorpresa, Jack nos sigue. Salimos del lugar sin hacer ruido y sigo a los chicos hacia un lateral donde da la sombra. Los gemelos se sientan apoyados en la pared y Jack los imita.
— ¿Y ya está? ¿Esperamos a que termine la misa? —Pregunta Bárbara mientras me siento al lado de Diego.
— Sí —Leo se enciende el cigarrillo—, ¿pensabas que íbamos a escuchar misa?
— Sí —mi hermana se sienta al lado de Jack—. ¿Solo te dedicas a trabajar en la granja, Jack?
— Sí, por ahora sí —escucho, porque no puedo verlo.
Bostezo y Diego también lo hace. Lo miro y sus ojos marrones se posan sobre los míos. Es idéntico a Leo, no podría diferenciarlos si no fuera por los ojos y porque llevan el pelo de una manera diferente.
Diego lo tiene rapado, al uno o dos, no lo sé y Leo lo lleva un poco más largo, dejando su flequillo siempre desordenado, o quizás es que pasa mucho las manos por él y por eso siempre lo tiene así.
— Así que... Ingeniería, ¿por qué?
— Porque me gusta —me encojo de hombros—. Quiero tener un buen futuro y los números no se me dan mal.
— Yo soy un desastre en matemáticas, por eso me metí el turismo. Me gusta la historia y la gente, esa carrera es para mí. Sé que esto es muy aburrido, pero a partir de mañana empezaran a llegar los demás y lo pasaremos mejor.
— ¿Los demás?
— Charlie, Roddy, Justin y Ginger.
— ¿Ginger? Dime que es pelirroja y tiene el pelo rizado.
— ¡No! —Se ríe— ¿También viste los dibujos?
— Por supuesto. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Diego me sonríe. Nunca es demasiado tarde ni demasiado temprano para beber cerveza, y eso es lo que estamos haciendo en el único bar del pueblo donde se congregan algunas personas después de la misa.
Nosotros hemos llegado antes que todos ellos y hemos cogido una de las mesas para poder beber tranquilos. El olor del bar no es muy agradable y tampoco entra mucha luz, pero no voy a quejarme después de ser el único bar que hay por aquí. Por suerte, los vasos están limpios y el sabor de la cerveza es inmejorable.
Legalmente, no puedo beber cerveza hasta dentro de dos años, pero aquí parece que no importa mucho y aprovecho. Solo me bebo una cerveza porque no suelo beber.
La cerveza acabó gustándome un día en el que me di cuenta que las cosas amargas no me disgustan, como el café. Jamás he bebido algo más de alcohol que no fuera cerveza. Nunca he ido a fiestas y mi consumo siempre se resume a refrescos.