Ramé

7; Bambi

Fᴀᴏᴜᴢɪᴀ ﹣ Tʜᴇ ʀᴏᴀᴅ
 


 

Viernes 12:48 pm


Los peores días del mes es cuando me pongo con el periodo, por lo que me he llevado toda la mañana en la cama en posición fetal y ahora estoy terminando de limpiar la cocina después de hacer de comer.

La familia West es amable con nosotras. Nos tratan bien, aunque Nancy o como Leo y Diego la llamaban "monito" no había dejado de incordiarme. Ella siempre me miraba mal y ahora estaba limpiando el zumo que había derramado en el suelo sin querer.

Betty está haciendo la colada y miro a Nancy, que está sentada en la silla de la cocina y mueve sus pies de delante hacia atrás con una sonrisa inocente en su rostro.

— ¿No quieres ir a jugar con las cabras? —Le pregunto levantándome del suelo después de limpiar lo que ha ensuciado.

— Es más entretenido verte limpiar.

Le sonrío y me giro porque es repelente y no me cae bien. Sí, tiene unos cinco años y me está comiendo terreno, pero no puedo hacer otra cosa que callarme porque no tengo nada de autoridad sobre ella; ni siquiera soy realmente su prima.

— ¿Por qué estáis aquí? —Me pregunta.

— Créeme, me pregunto lo mismo —murmuro volviendo a fregar.

— ¿Y cuándo os vais?

— Pronto.

— ¿Cuándo es pronto?

— Cuando dejes de hacerme preguntas.

Ella se calla por un momento y solo se escucha la radio que tiene encendida la abuela en el salón. Ella tiene muchos dolores en las piernas y le cuesta mucho moverse. Es muy mayor y pasa la mayor parte del tiempo sentada escuchando la radio.

— ¿Por qué vas así vestida?

Su voz de pito está incordiándome de sobremanera y pienso que lo mejor es ignorarla. ¿No tiene nada que hacer? ¿Jugar? ¿Pintar? ¿Correr detrás de las gallinas?

— Pareces una vagabunda.

— Es mi ropa, ¿no le queda bien? —La voz de Leo hace que mire hacia la puerta y lo veo apoyado en el quicio con sus brazos cruzados.

— Te queda mejor a ti —responde la niña.

Sigo llevando sus pantalones y alterno las camisetas entre él y Diego, aunque siempre intento lavarlas ese mismo día y ponerlas a secar. No quiero abusar porque ellos también tienen que vestirse.

Si lo hubiera sabido, hubiera venido preparada.

— ¿Tú crees? —Él pasa su vista por todo mi cuerpo y me pongo tan nerviosa que se me resbala el plato de mis manos haciendo que el agua que hay en el fregadero me salpique.

— ¡Claro que sí! —Exclama la niña.

— ¿Por qué no vas a ver a Diego? Creo que ha encontrado un montón de caracoles.

Miro hacia atrás para ver a Nancy saltar de la silla y salir, por fin, corriendo de la cocina. Un suspiro de alivio se escapa de entre mis labios y aprieto la bayeta entre mis dedos para enjuagarla.

— A veces es un poco pesada —me dice abriendo la nevera.

No contesto y paso la bayeta por la encimera después de echar el producto para limpiar toda la superficie. Miro de reojo a Leo, que se ha abierto una cerveza y está apoyado en la nevera mirándome. Odio que haga eso porque me pone nerviosa.

— Deberíamos ir a la ciudad —sugiero—, podría comprarme algo de ropa.

— No me molesta dejarte ropa.

— Pero así tendría algo de mi talla.

Y que no oliese a él, claro. Leo no olía como los otros chicos, a la misma jodida colonia: One million. Leo huele a menta y almizcle. Su ropa tiene su aroma y cuando estoy alrededor de él, también huele a tabaco.

— Podríamos ir, si eso es lo que quieres.

Muerdo mi labio inferior con fuerza y paso la bayeta por la encimera con rapidez. Grito y me separo de la encimera mientras siento mis dedos entumecidos. ¡Casi me electrocuto!

— ¡Joder! —Lloriqueo mirando mis dedos.

— ¿Qué te ha pasado? —Se acerca a mí y sujeta mis dedos para observarlos.

— La tostadora me ha dado calambre —hago una mueca mientras aún siento el dolor en mi mano.

— La has tocado con las manos mojadas, y está enchufada.

Deja ir mis dedos y los abro y los cierro. Ni siquiera me he dado cuenta de eso porque me estaba sintiendo observada por él. Llevo mi mano al botellín de cerveza antes de que se lo lleve de nuevo a la boca y me apoyo en la encimera para darle un largo y refrescante trago.

— Creo que tienes que dejar de quitarme las bebidas —se apoya a mí lado—. ¿No te gusta estar en la cocina?

Muevo mis dedos de nuevo y lo miro. Sus ojos bonitos están mirándome, esperando una respuesta mientras sus bíceps se marcan porque está cruzado de brazos, ligeramente inclinado hacia mí.

— No es eso, no me quejo.

— No deberías beber alcohol si estás medicándote —Betty me quita la cerveza de mis manos y se la da a Leo—. Gracias por echarme una mano, Bambi —me sonríe—. Puedes ir a hacer lo que quieras, todo está bien por aquí.

— ¿Puedo llevármela entonces? —Pregunta Leo.

— Pero no muy lejos, no vamos a tardar en comer.

Leo abre la nevera de nuevo y saca una botella de agua. Lo sigo hasta salir de la cocina y cuando salimos, me pone un sombrero sobre mi cabeza. Él se pone otro y lo observo caminar con confianza y gracia.

— Vamos, sensual Bambi, no te quedes detrás.

Doy largas zancadas hasta ponerme a su lado y frunzo el ceño. Estamos pasando por toda la granja, llegando al trigal.

— ¿Dónde vamos? —Pregunto escuchando solo el sonido de nuestras pisadas en la tierra.

— Voy a enseñarte algo por lo que merece la pena estar en la granja.

— ¿Hay un McDonald's oculto?

— Oh no —se ríe—, para mí es mejor.

Leo se mete entre el trigal y yo me quedo quieta porque no voy a meterme por ahí. A saber los insectos y culebras que hay por ahí a sus anchas. Su mano se estira, para que ponga la mía encima, animándome a seguirlo.

— Si te siguiera la cabra, ¿correrías dentro del trigal?

Había visto mi lamentable escena, qué vergüenza.

— Supongo que sí, pero no es el caso.

— No, no es el caso. Confía en mí. No te haría caminar por un sitio peligroso lleno de bichos sabiendo lo poco que te gustan.




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