Ramé

15; Bambi

Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Sᴇʟᴇɴᴀ Gᴏ́ᴍᴇᴢ ﹣ Vᴜʟɴᴇʀᴀʙʟᴇ

 

Lunes 12:53 pm

Necesito dormir una semana entera después de las fiestas, pero es imposible con el abuelo de los gemelos aporreando la puerta para que nos levantáramos.

“Es tarde” Había dicho.

¿Tarde? Las siete de la mañana, por el amor de Dios, ¿qué hago yo en pleno Julio levantada a las siete de la mañana?

Limpiar a las cabras.

Miro con una mueca a una de ellas, que se ha quedado atrapada entre dos tablas de madera en la cabreriza.

— Eres tontísima —le digo, aunque sé que no me entiende—. No sé cómo sacarte, la verdad. Vendré después.

Me giro y me dirijo hacia Diego, que está limpiando. Su espalda ancha está cubierta por una camiseta de tirantes y lleva su camisa de cuadros roja amarrada a su cintura.

Yo llevo los pantalones de Leo que me dejó el primer día y una camiseta amarilla que me ha dejado el gemelo que tengo en frente.

— No sé cómo diablos sacar a la cabra —me cruzo de brazos y él me mira.

Sus bíceps están bien trabajados, e imagino que debajo de esa camiseta también tiene sus abdominales bien definidos.

—  Ahora iremos a sacarla, ayudame con esto.

Estamos haciendo lo mismo que con el corral. Quitar la paja, limpiar y poner nueva. También hay que limpiar los comederos y bebederos y me encargo de eso.

Ellos siempre cogen el trabajo más duro y no es porque nosotras no podamos hacerlo, si no porque, básicamente, no nos hace especial ilusión y ellos lo entienden.

No es nuestra granja, estamos aquí de paso. Sé que no vamos a volver, o por lo menos yo, claro. Cuando se acabe el verano, cogeré la maleta y volveré a la ciudad.

— Leo tiene que estar maldiciendo —se ríe—. Bárbara está hoy en la cocina. ¿Cuándo me va a tocar a mí estar en la cocina?

— Cuando quieras, tu tía siempre necesita ayuda —le digo intentando levantar la carretilla.

Diego ocupa mi lugar y lo sigo. Sé que tengo que ir al gimnasio para fortalecer mis músculos, pero no tengo tiempo. Bárbara crítica mi manera de tomarme mi paso por la universidad. Me gusta salir de fiesta, por supuesto, pero mientras que todo el mundo está yendo a las primeras fiestas y yendo a clase ojerosa, yo estoy tomando apuntes y estudiando toda la tarde.

Si quiero ser contratada por una empresa importante, tengo que ser la mejor porque tengo una beca que me paga la universidad. No puedo suspender.

— ¿Por qué no vas a ver a Leo? Quizás necesita ayuda, aquí no hay mucho que hacer —lo veo caminar con la carretilla y mordisqueo mi labio inferior.

Camino sin prisas hacia el establo porque apenas hemos tenido relación desde que nos besamos en los naranjos. Hemos hablado, pero delante de sus amigos o nuestros hermanos.

No he podido dejar de pensar en él y mi corazón se acelera cuando lo veo, como ahora. He asomado la cabeza por el establo y él está cepillando a Tormenta, ese caballo donde tuvimos nuestro primer momento caliente.

Tengo mariposas revoloteando libremente por mi estómago desde que me besó la primera vez.

Creo en el amor, pero no en el amor a primera vista. Me han gustado muchos chicos al verlos en la universidad o en la residencia, pero no puedo llamarlo amor porque no conozco a esa persona. Puede ser atractivo pero un tremendo imbécil.

Leo no lo es. Imbécil, me refiero. Atractivo lo es un rato, por eso estoy embobada mirándolo hasta que se da cuenta.

Lleva una camiseta blanca que se ajusta a su torso y unos pantalones vaqueros. Sus ojos claros se posan sobre mí y decido caminar dentro del establo.

— Hola —lo saludo poniendo mis manos detrás de mi espalda—. Me envía Diego por si necesitas ayuda.

Leo mira hacia el caballo y la comisura de su labio izquierdo se levanta en una sonrisa. ¿Por qué sonríe?

— ¿Quieres cepillar a Tormenta? —Me pregunta.

— ¿Es una buena idea?

Leo gira su rostro para mirarme de nuevo y asiente. Me da el cepillo y tira de mí hasta que me pongo delante de él. Su mano se pone sobre la mía y me guía para cepillar a Tormenta.

Su cuerpo está detrás del mío demasiado cerca. No voy a decir que no me agrada, porque sí, pero estoy un poco asustada porque nunca he sentido esto por nadie. Jamás había querido saltar encima de nadie, salvo de Leo.

Mis instintos me dicen muchas cosas. Una de ellas es que podría echarme un poco hacia atrás y sentir completamente su cuerpo pegado al mío, cosa que no hago, me mantengo prudente.

— ¿Qué piensa esa cabecita tuya? —Pregunta.

Pienso que me dio mi primer beso y lo hizo tan especial que me estoy montando mil y una historias en mi cabeza; cosa que no es bueno.

— ¿Qué habrá hoy de comer? —Pregunto haciendo que él se ría— Creo que estoy engordando mucho este verano, necesito un caldo.

Eso lo hace reír más y se separa de mí, dejando que mi mano caiga con el cepillo a mi costado. Leo se pone a mi lado y me mira, con los brazos un cruzados.

— ¿Un caldo con este calor?

— ¿Una ensalada, quizás?

— ¿Hierba? El abuelo te mandaría a comer con las cabras —deja caer sus brazos y lleva a Tormenta a su lugar.

— Qué simpático tu abuelo —murmuro mientras lo observo guardar al caballo.

Muchas veces me pregunto qué está pasando entre nosotros dos. ¿En qué momento sucedió todo? ¿Y en qué momento a él se le pasó por la cabeza que era buena idea besarme?

Creo en el amor, pero no en los comederos de cabeza que conlleva.

Me acerco al sitio donde Tormenta está y él tira de mi brazo cuando llego. Desaparezco detrás de la madera y mi espalda no tarda en estar pegada a ella. Sus grandes manos se ponen a ambos lados de mi cabeza y muerdo todo mi labio inferior.

— Apenas hemos podido tener tiempo solos —murmura y niego con la cabeza—. Necesito que me repitas que también quieres esto porque me estoy volviendo loco, B.




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