Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Jᴏɴʏ ﹣ Lᴏᴠᴇ ʏᴏᴜʀ ᴠᴏɪᴄᴇ
Domingo 12:00 am
Me despierto sobresaltada y me giro. Alguien pone sus dedos sobre mis labios mientras mi corazón golpea con fuerza contra mi pecho.
— Sígueme —escucho un susurro. Es Leo.
Veo su silueta caminar por la cabaña y se queda en la puerta. Aún tengo un poco los ojos pegados y apoyo mi cabeza de nuevo en la almohada, no voy a ir, estoy muerta de sueño.
Abro un ojo y lo sigo viendo en la puerta, sigue esperándome. ¿A quién quiero engañar? Gruño y me incorporo de nuevo. Me pongo mis zapatillas y camino despacio hasta llegar a la puerta.
Frunzo el ceño al verlo con sus deportivas puestas. En su mano están las mías. ¿En qué momentos las ha cogido? Salgo de la cabaña y dejo la puerta entre abierta para no hacer ruido al cerrarla.
— Póntelas —me ordena aún susurrando.
— No.
— Bambi, ponte las deportivas.
— No voy a ir a ningún sitio.
— Quiero hablar contigo.
— Habla —me cruzo de brazos y él gruñe.
No es un buen sitio para hablar, lo sé, pero sigo enfadada. No he vuelto a hablar con él desde que tuvimos esa pequeña conversación sobre Kenzie. La pelirroja descubrió el pastel y me hace pensar seriamente dejar todo esto con Leo.
— Cómo quieras —deja caer mis zapatos y empieza a caminar con una linterna en su mano, alumbrando el camino.
Junto mis labios en una fina línea y me quito mis zapatillas para ponerme las deportivas a toda prisa. Lo sigo, a una distancia prudente y con los brazos cruzados, que no se olvide que estoy molesta.
Kenzie y Ronan siguen durmiendo en la habitación de Leo y Diego, pero ya les han puesto un colchón; es decir, que la primera noche durmieron juntos. Leo y Kenzie juntos en una cama. Se me revuelve el estómago de sólo pensarlo.
Me quedo quieta al ver dónde se dirige. No, ni hablar, no voy a meterme ahí.
— B, ¿quieres venir? —Me hace una seña con su mano y me acerco.
— No voy a pasar por el trigal de noche —le susurro.
— No hay nada en el trigal.
— ¿Y tú qué sabes? Eso es un criadero de bichos, incluso puede hacer una serpiente.
Leo me apunta con la linterna a la cara y golpeo su mano.
— Tenemos que hablar y no podemos hacerlo aquí. Hay que cruzar el trigal.
— No voy a cruzar el trigal.
Leo se agacha y y me pone sobre su hombro, como si fuera un saco de patatas. Golpeo su trasero con mi puño pero él empieza a caminar, ignorando que estoy molesta y que no quiero ir por ahí.
— Leo cómo me salte algo, te mataré.
— No hagas tanto ruido, Bambi, por el amor de Dios —sigue susurrando.
— ¡Me llevas en contra de mi voluntad! —Susurro un poco más alto— Es un secuestro.
— Has venido por tu propia voluntad, no es un secuestro.
— ¡Ahora sí! —Golpeo su trasero y siento la palma de su mano en mi nalga— ¡Leo! —Me quejo y le doy más fuerte. ¿Es posible que vomite la cena? Siento su mano en mi nalga de nuevo y resuena en medio de la noche.
Leo me baja cuando cruzamos el trigal y me pongo el pelo bien para después llevar una mano a mi trasero y pasarla por él.
— Me ha dolido —frunzo el ceño.
— No me tientes a hacerlo más fuerte, B, vamos.
— Creo que podemos hablar aquí, Leo. Me da miedo caminar más allá.
Él se para y se gira. La linterna sigue en su mano y nos alumbra lo que hay a alrededor. He visto demasiadas películas de miedo para saber que esto no es buena idea. Puede aparecer alguien y perseguirnos hasta matarnos. A mí me matará primero porque soy la que corre menos, Leo quizás podría escapar y buscar ayuda, pero seguro que es más astuto que nosotros.
— ¿Por qué tienes miedo? ¿No confías en mí? —Se acerca a mí y tengo que mirar hacia arriba para encontrarme con sus ojos.
— Confío en ti, no confío en el asesino que puede andar suelto en busca de un poco de diversión.
Leo suelta una bonita risa y pone una mano en mi mejilla, ahuecando la. Agacha un poco la cabeza mientras aún mantiene una sonrisa en su rostro.
— Como sigas siendo así de dulce, B, yo sí que te daré un poco de diversión. Andando.
Su mano coge la mía y tira de mí para caminar. Lo sigo, mirando a todos lados mientras siento su mano, grande y caliente, apretar la mía. No sé en qué momento caí, quizás fue cuando sus ojos azules brillaron al posarse sobre los míos, o cuando su cuerpo invadió mi espacio personal y no me importó, me gustó.
Caminamos en silencio hasta llegar a la casa árbol y Leo apunta la linterna a las escaleras.
— ¿Subes primero?
— No —me apresuro a decir—, sube tú.
— ¿Estás segura? —Asiento— Vale.
Pone un pie en la escalera y miro a la oscuridad que hay a mí alrededor.
— No, no, no —lo agarró de sus camiseta—. Yo subo primero —lo empujó hacia atrás y él se quita con una sonrisa en su rostro.
— De acuerdo, sube tú.
Él alumbra la escalera y respiro hondo para después empezar a subir, esperando que nada me asuste cuando llegue arriba.
— No me mires el culo, Leo.
— Imposible, B, por cierto, me gustan tus bragas.
Me paro y pongo mis pantalones cortos bien haciendo que él se ría.
— ¿Me dejarás verlas mejor ahora?
— Que te den Leo —le respondo cuando llego arriba.
Él empieza a subir y lo espero con mis brazos cruzados, mirando hacia todo el bosque oscuro. Me da un poco de ansiedad no ver nada y cuando Leo llega, me mira.
— No hay nada ahí, B. Y si hay algo, no dejaré que te pase nada.
Me señala la puerta de la cabaña para que entre y me sorprendo al ver una sábana en el suelo.
— Pensé que vendrías con tus pantalones cortos, no quise que te sentaras en la madera así —dice.
Entro y no tardo en sentarme, Leo me imita pero apoya su espalda en la pared. Junto mis labios en una fina línea y flexiono mis piernas para abrazarlas.