Ramé

28; Leo

Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Pᴜʙʟɪᴄ ﹣ Mᴀᴋᴇ ʏᴏᴜ ᴍɪɴᴇ



 

Sábado 06:08 am

Estoy sentado en la cama mientras escucho a Diego roncar. Apenas he podido pegar ojo en toda la noche y ya está amaneciendo. Las palabras de la tía Betty no han dejado de resonar en mi cabeza. Se casan, mi padre se casa. Estoy feliz por él, pero no por mí. Quizás tenía una pequeña esperanza de que lo suyo saliera mal para que lo mío con lo de Bambi pudiese salir bien. Soy un egoísta.

Kenzie y Ronan duermen en un colchón en el suelo plácidamente. Cuando Diego y yo nos vayamos, esta habitación será de ellos hasta que Kenzie decida lo que hacer.

Me levanto y me pongo ropa de deporte, necesito correr.

— ¿Leo? —Escucho la voz adormilada de Kenzie y me giro.

— Voy a correr —me acerco a ella y me agacho para besar su frente—. Es temprano, duerme —susurro.

Ella cierra de nuevo los ojos y salgo de la habitación con cuidado. Me encuentro al abuelo montándose en la camioneta. Le doy los buenos días y empiezo a trotar por el camino que lleva a las afueras de la granja.

No hay apenas coches por allí, por lo que puedo correr por el arcén sin ningún tipo de problema.

Cada vez que corro, intento despejarme, no pensar en nada, pero hoy, la dulce chica que es hija de la prometida de mi padre ocupa mi mente.

Me siento un mal hijo, pero no puedo evitarlo. Algo me pasa con Bambi, no quiero alejarme de ella, no quiero que todo acabe cuando lleguemos a casa. Quiero pasar un fin de semana con ella en Brandon y que todo vaya bien.

Quiero decirle a mi padre que estoy en algo con ella, que no sé cómo pasó, pero pasó. No es mi culpa, no elijo quien me gusta. Ella hace que mi cabeza vuele y no pueda pensar en nada más.

Tengo que volver a poner los pies sobre la tierra de nuevo, pensar bien y hacer lo correcto.

Dejo de correr y respiro agitado por la carrera. He corrido más rápido que de costumbre y pongo mis manos en mis caderas para mirar al claro cielo de Agosto.

Estoy sudando y cansado. Casi he llegado al pueblo y doy media vuelta. Está vez voy andando mientras mi cabeza sigue dando vueltas. ¿Es mejor seguir escondidos y esperar a ver dónde llega todo? ¿Es mejor decirlo? ¿Y si entro en la academia? ¿Cómo lo vamos a hacer?

Estoy tan absorto en mis pensamientos que ni siquiera me doy cuenta que he llegado a la granja hasta que el perro ladra.

Parpadeo un par de veces y veo que Kenzie está sentada en los escalones del porche con un zumo entre sus manos.

Dentro de casa, se escuchan las enérgicas vocea de Ronan y Jack. Me siento al lado de Kenzie y ella me da el vaso frío de zumo.

— Gracias —le doy un largo trago y suspiro.

— Siento cómo me comporté. No soy nadie para juzgarla, no se decide a quién se quiere —la miro y ella se encoge de hombros—. Aceptaré tu dinero si me prometes que lo cogerás de vuelta cuando te lo devuelva.

— Está bien. ¿Qué tienes pensado?

— Austin.

— ¿Justin?

— Vive solo en un apartamento y tiene dos habitaciones libres. Pagaríamos todo a medias y conocería a alguien. Buscaré un trabajo y apuntaré a Ronan al colegio. Creo que puede ser un buen comienzo. Además, nunca he tenido una habitación propia.

Cierro los ojos porque eso me duele, que no haya tenido las mismas facilidades que todos nosotros. Que haya tenido que estar cuidando de su hermano, su tío abusador y alcohólico y encima, dándole su sueldo.

— Sé que te irá bien, puedes con todo, y Justin no es un mal chico —pongo mi mano en su pierna.

— Sé que no lo es —carraspea.

— Nada tiene por qué cambiar entre nosotros, Kenzie —meto su pelo tras su oreja y ella evita mirarme— Kenzie —pongo mis dedos en su mentón y la obligo a mirarme— Te quiero, ¿lo sabes?

Ella asiente torpemente y pongo mi brazo alrededor de sus hombros para abrazarla.

— Siempre voy a estar para ti, solo tienes que levantar el teléfono; incluso si es para darle una paliza a Justin.

Ella se ríe y huelo su perfume. Hay tantos recuerdos de mi infancia aquí que me da pena dejarlos atrás. Sé que a partir de ahora todo va a ser diferente.

— Gracias —besa mi mejilla y nos levantamos para entrar en casa.

Dejo el vaso de zumo vacío en la cocina. La mayoría está desayunando sentado en la mesa, pero Bambi no. Subo a ducharme y me quedo en medio del pasillo viendo como ella intenta desenredar su pelo con el cepillo.

Me apoyo en la pared y cruzo los brazos. Se queja y yo observo su cuerpo metido esos pantalones vaqueros cortos y su camiseta blanca ajustada. Esa camiseta que nos hace a todos mirar.

Me acerco al baño y ella me mira. — ¿Quieres un poco de ayuda, B?

Ella hace una mueca y suelta el cepillo, que se queda enganchado en su pelo haciéndome reír.

— ¿Has ido a correr?

— Sí.

— ¿Lo haces todos los días?

— Sí —quito el peine de su cabello con cuidado y me pongo detrás de ella.

Me doy cuenta, que Bambi ni siquiera llega al espejo, solo se le ve un poco de frente, lo que me hace reír a carcajadas.

— No te rías —me da un codazo—. No entiendo cómo los demás de la casa consiguen verse. Tu tía no es mucho más alta.

— Lo siento —muerdo todo mi labio inferior.

— Intenta ir por zonas, mechón a mechón, por favor, que no me duela.

Cojo un mechón de su cabello y paso el cepillo con cuidado, me da miedo hacerle daño, pero tengo que dar algún que otro tirón para poder peinarla.

— ¿Siempre es así? —Le pregunto.

— No. Se me ha acabado la mascarilla, pero necesitaba lavarme el pelo hoy. Se suponía que ya deberíamos estar en Kansas. ¡Ay!

— Lo siento —sigo pasando el peine por su cabello y ella se agarra al lavabo— ¿Kenzie no tiene?

— No le he preguntado, Leo.

— Kenzie no es mala, B.

— No pienso que lo sea. Leo... ¿Crees que Nancy dirá algo?




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