Ramé

32; Leo

Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Bᴏʏ Eᴘɪᴄ ﹣ Dɪʀᴛʏ Mɪɴᴅ 

 

Sábado 11:06 am

Tuve que pensar en otra cosa para no terminar en el momento en el que ella bajó completamente. Le dolía y clavó sus dedos en mi pecho. Nunca lo he hecho con alguien que no lo había hecho nunca. Así que, dejé que ella guiara todo, pero no pudo.

Su dulce voz diciéndome que le dolía me hizo querer parar, pero lo intentó.

Ahora estoy apoyado en el quicio de la puerta mientras la veo dormir. Está amaneciendo y la poca luz que entra por las cristaleras del techo me permiten verla. Su pelo se extiende por la almohada y luce tan relajada... Desearía poder dormir tanto como lo hace ella.

Tengo miedo porque creo que estoy enamorándome. Bambi me gusta, me gusta mucho y siento cosas, muchas cosas que no sé si debo sentir.

Nuestro viaje se acaba dentro de unos días, y si yo consigo entrar en Quántico...

— Deja de mirarme —escucho su voz ronca y la comisura de mi labio se estira en una media sonrisa.

— No te estoy mirando —le respondo y ella gira su cabeza para mirarme.

Alza su mano y palmea el lado vacío de la cama. Me acerco a la cama y me tiendo en ella haciendo que su pequeño cuerpo se arrastre hasta estar cerca del mío.

Nuestras piernas se están rozando y llevo mis dedos a su cabeza para masajear su cuero cabelludo. Bambi tiene aún los ojos cerrados y sonríe un poco.

— ¿Llevas mucho tiempo despierto? —Pregunta.

— No, no mucho. Pensaba prepararte el desayuno, pero no quería despertarte.

Ella abre los ojos y sus mejillas se tornan un poco rojizas, dejándome ver una pequeña sonrisa en sus labios. Tiene un corazón puro que no quiero que nadie rompa; yo tampoco quiero romperlo. Me está dando todas sus jodidas primeras veces y me siento el hombre más afortunado del mundo porque le gusto, porque confía en mí.

— No tienes por qué prepararme el desayuno —dice.

— Pero quiero hacerlo, aunque admito que es más entretenido tenerte rondando por la cocina —cojo un mechón de pelo y lo lío entre mis dedos.

No suelo dormir con chicas, pero no me importó que su pelo diera en mi cara durante la mayor parte de la noche. No me importó que ella se moviera de un lado a otro buscando la postura y que me buscara para sentirme.

Al contrario, me había gustado.

— ¿Cómo has conseguido que nos dejen irnos este fin de semana? La universidad no abre hasta el lunes.

— Porque soy inteligente, nena. También porque tengo mucho poder de convicción.

— Oh... ¿Así me seduciste?

— No, no —niego con la cabeza—. Yo no te seducí, tú lo hiciste.

Sus miradas, su inocencia, su parte de chica rebelde, su cuerpo, su toque, la forma en la que se muerde el labio o rueda los ojos...

Yo no hice nada, ella lo hizo todo. Me tiene.

— Yo no te seduje. No hice nada.

— ¿No? Estaría loco, entonces —respondo y sus tripas rugen.

— Vamos a desayunar —dice.

Se había disculpado muchas veces el día anterior y había tenido que ir a buscarla al baño porque se llevó media hora dentro después de ducharse.

No me dejó ducharme con ella, y cuando conseguí que abriera la puerta, estaba tan roja que solo pude sonreír.

"Las primeras veces son difíciles, no tienes por qué preocuparte, tenemos todo el tiempo del mundo" le había dicho.

Bambi se levanta y yo la imito. Se desvía al baño y yo bajo a la cocina para empezar a preparar las tortitas. Tampoco nos hemos complicado mucho la vida. Hemos comprado un bote en el que solo hace falta echarle leche y moverlo para tener la masa.

Lo agito con fuerza esperando que la dulce chica baje y tener su compañía cuando escucho un golpe.

— ¿Bambi?

Dejo de agitar el envase y lo dejo en la encimera para después dirigirme a las escaleras. Alzo mis cejas cuando la veo en el suelo sentada con las piernas abiertas.

— Estoy bien —dice—. No he visto el último escalón.

— ¿Te has dado en la cabeza? —Le pregunto tendiendo mi mano para ayudarla a levantarse.

— No, no —pone su pequeña mano sobre la mía—. Estoy bien, solo me duele un poco el pie.

Me agacho y observo sus tobillos y sus pequeños pies con las uñas pintadas de rojo. Miro hacia arriba para ver a una Bambi sonriente.

— Estoy bien, no ha sido nada. Vamos a desayunar.

Me levanto y cuando voy a hablar de nuevo para preguntarle si está segura. Hace un movimiento con su mano y camina hacia la cocina.

La sigo y le quito la sartén. Ella deja que haga el desayuno y se sube de un salto a la encimera para observarme. Recoge su pelo en un moño y la miro de vez en cuando, sonriendo.

— Serán las mejores tortitas que has probado nunca —le digo.

— Hmmm... ¿Eres buen cocinero?

— Intento manejarme, ¿qué hay de ti?

— Igual —sonríe un poco.

— ¿Estás dolorida por ayer, B? —Le pregunto.

Cuando la miro, porque no responde, ella tiene sus mejillas en un tono rojizo y muerde su labio inferior con fuerza. Alzo mis cejas y ella deja su labio tranquilo para contestarme: — Un poco, pero estoy bien.

Tengo que concentrarme en el desayuno si no quiero morderle yo el labio y besarla hasta que los tenga hinchados.

Desayunamos mientras las noticias están puestas a un volumen bajo en la televisión y llevo mi tenedor con un trozo de tortita para que ella pruebe el sirope de arce.

— Hmmm... No está mal, pero sigo prefiriendo la miel —dice.

— Si quieres que sea feliz solo tienes que tener este sirope y mantequilla de cacahuete.

— Lo tendré en cuenta.

— ¿Qué comida debo de tener en casa para hacerte feliz? Además de aguacate.

— Oh, me conformo con el aguacate y que tú estés allí.

He terminado de desayunar y ella también. Me sonríe abiertamente y recoge nuestros platos de la mesa mientras yo respiro profundamente.



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En el texto hay: comedia, romance, juveniladulto

Editado: 12.09.2021

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