Ramé

2; Bambi

Está sonando Anne-Marie - Peak

Domingo 10:04 am

Abro los ojos con un poco de dificultad. La cabeza me duele y llevo mi mano a mi frente. Me fijo en la habitación que estoy y me incorporo con un poco de dificultad. Me doy cuenta que sigo desnuda y toco las sabanas.

Muerdo mi labio inferior con fuerza al recordar lo que paso ayer. He dormido toda la noche con él. Sus brazos han estado alrededor de mi cuerpo durante toda la noche y me siento bien, muy bien.

Lo he pasado bastante mal estos últimos meses y necesitaba a Leo, necesitaba que él me diera amor de nuevo, que me abrazara y me hiciese suya.

Me levanto de la cama y me pongo mi ropa interior. Mi vestido rojo sigue tirado en el suelo y me agacho para ponerlo encima de la silla del escritorio. Voy a su armario y cojo una de las camisetas que tiene allí para ponérmela. Cubre hasta casi mis rodillas y salgo de la habitación para ir a buscarlo.

— ¿Leo?

Me asomo al baño pero no está, tampoco en alguna de las habitaciones de la planta de arriba. Bajo las escaleras y vuelvo a llamarlo.

— ¿Leo?

Frunzo el ceño y el corazón empieza a latirme con dolor, o quizás es que estoy empezando a sentir dolor en el pecho y es como si doliera cada latido.

No está en la cocina, tampoco en la sala o en el jardín. Su coche no está en el garaje. Subo las escaleras a toda prisa, deseando que haya ido a comprar algo de desayunar. Entro en su habitación de nuevo y me acerco a la mesita de noche para coger mi teléfono y llamarlo, al lado hay una nota. Un trozo de papel. Lo cojo y dejo escapar un suspiro tembloroso de entre mis labios.

"Lo siento"

Lo ha vuelto a hacer.

Siento una presión en el pecho que no me deja respirar y lo único que hago es mover la cabeza de lado a lado intentando que las lágrimas no salgan de mis ojos.

No entiendo cómo ha podido meterse debajo de mi piel en solo dos meses; no entiendo por qué no puedo sacarlo de ahí, porque no puedo arrancar la estaca que ha clavado en mi corazón.

Me arrodillo en el suelo mientras aún sostengo el papel entre mis manos y respiro entrecortadamente.

Se ha ido de nuevo, me ha dejado otra vez. El dolor es tan grande que no puedo soportarlo, quiero gritar, pero también quiero esconderme en un rincón y abrazarme a mi misma. Quiero estar ahí, sola, para que no pueda hacerme daño de nuevo. No quiero sufrir más, no quiero volver a echarlo de menos, no quiero soñar con él.

¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué está jugando conmigo? ¿Qué le he hecho? ¿Le he hecho algo malo? ¿He sido mala con él? ¿He dicho algo que no debería?

Le he dado todo de mí, absolutamente todo. Cogí mi corazón y se lo entregué porque sabía que él lo cuidaría, confíe en él y me equivoqué. Ahora no tengo nada, solo un hueco vacío que duele como el infierno.

No puedo más, y por eso, lloro. Dejo que las lágrimas resbalen por mis mejillas porque me siento utilizada. Quiero que me devuelva mi corazón para poder arreglarlo y pegar las partes que se ha encargado de romper, quiero sentirme bien, pero no lo consigo, no lo he conseguido en todos estos meses.

Aprendí a vivir sin mi corazón, pero cuando lo vi... Cuando volví a verlo, él todavía lo tenía. Leo tiene aún mi corazón y está jugando con él.

— ¿Bambi? —Levanto mi cabeza y veo a su gemelo. Son idénticos y las imágenes de ayer vuelven a mi cabeza— Eh, ¿qué te pasa? No llores —se arrodilla frente a mí— Bambi, por favor —pone sus manos en mis mejillas y levanta mi rostro para que lo mire. Sus ojos marrones me miran con preocupación— ¿Qué ha pasado?

— Lo ha vuelto a hacer —sollozo y pongo mis manos en sus muñecas—, me duele tanto, Diego...

Lo escucho maldecir entre dientes y seca mis lágrimas con sus pulgares. — Escúchame, Bambi, vales mucho. Tenías a todos los chicos en la boda con la jodida boca abierta, eres increíble, que nadie te haga pensar lo contrario. Vales más, mucho más.

Agacho la cabeza porque ayer solo me había importado tener la mirada de un chico sobre mí, y la tuve todo el maldito tiempo porque él siempre está mirándome cuando estoy a su alrededor.

Sus ojos azules brillan cuando lo hace y no sé por qué está haciéndome esto. Diego me atrae a sus brazos y me aferro a su cuerpo porque necesito aferrarme a algo para no caer de nuevo.

Estoy llena de tristeza y me siento abatida mientras me aferro a la camisa blanca de Diego y la lleno de lágrimas. Él me está aferrando con fuerza y besa mi coronilla una y otra vez porque sabe que no hay nada que pueda decir para consolarme ahora mismo.

Había vivido el distanciamiento de Leo sola en Princeton. No había podido apoyarme en nadie ni contárselo a nadie y me había dedicado a llorar en mi cama cuando estaba sola. Que se fuese de buenas a primeras sin ninguna explicación me había dejado hundida. No me he recuperado, solo estaba aprendiendo a vivir con ello, y ahora estoy en el punto de partida de nuevo.

— ¿Por qué lo hace? —Le pregunto.

— No lo sé, Bambi, no lo sé —pone su mejilla en mi cabeza—. Dudo que él quiera hacerte daño intencionadamente.

— Lo está haciendo, Diego, no deja de hacerlo. ¿He hecho algo mal?

— No, claro que no, no has hecho nada mal, maldita sea, pequeña Bambi, no pienses eso.

— Entonces no lo entiendo... —mi voz sale en un susurro y cierro mis ojos con fuerza, dejando de llorar e hipando varias veces.

No lo había visto en seis meses y se había acercado a mí ayer, seduciéndome de nuevo, comiéndome el oído con palabras bonitas, diciéndome lo que quería escuchar y había caído de lleno en su caótico juego. Pensé que conocía a Leo West, pero me equivoqué. Tengo que levantarme del regazo de Diego y decirle que necesito una ducha porque sé que acaba de llegar de dónde sea que haya ido y está cansado, tiene que dormir.

— ¿Seguro que estás bien? —La palma de su mano ahueca mi mejilla cuando estamos de pie y asiento lentamente.




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