Creo que odio el rodeo —y no porque éste borracho ahora mismo intentando no caerme del caballo— Sino porque Bambi vuelve a estar con él.
Quería montarme con la botella de cerveza que estaba bebiendo en ese momento pero me la han quitado.
Me agarro fuerte porque todo me da vueltas pero grito de la emoción porque joder, necesitaba un poco de diversión, soltar adrenalina y estrés que he estado acumulando durante todo este tiempo.
Ha sido duro y jodido. No sólo las pruebas para poder ser parte del FBI, también no estar con ella. Se ha metido debajo de mi piel y no puedo sacarla, no cuando ese chico, Zev, ha girado su rostro y ha plantado sus labios en los de ella mientras yo estoy aquí, borracho encima de un caballo.
O estaba, claro.
Salgo volando y mi cuerpo golpea el suelo. Jadeo por el dolor y me quedo en la arena escuchando el pitido en mis oídos.
Creo que he tenido suficiente.
La cabeza me da vueltas y siento varias manos en mis brazos, tirando de mí para ponerme en pie.
Consigo decir que estoy bien pero me tambaleo, por lo que mi hermano no tarda en ayudarme a salir de allí.
— No es buena idea beber y montar en caballo, deberías saberlo —me dice.
— Me duele todo el jodido cuerpo —me quejo.
— Te llevaré a casa.
Pues sí, es lo mejor. Necesito tumbarme y dormir un poco, aunque eso no evitará que el mundo siga girando.
No sé exactamente lo que está pasando, solo me dejo llevar por mi hermano y alguien pone algo en mi frente.
Esta vez, no voy sentado en la camioneta de Kenzie, voy tumbado y veo a Bárbara. Su ceño está fruncido.
— ¿Te duele? —Me pregunta.
— ¿Qué?
Sus ojos se cierran un poco y niega con la cabeza. Mi cabeza no tarda en encontrarse en su regazo y bostezo. Ha sido una buena noche. Incluso creo que he bailado y todo.
— Jamás te había visto beber tanto —dice mi hermanastra.
— Eso es porque el año pasado tuve que cuidar vuestros culos borrachos.
— Yo no necesito que nadie cuide mi culo borracho —se ofende y yo miro al cielo oscuro.
— Tú y tu culo borracho no han podido llegar a casa sanos y salvos sin nosotros, así que, cierra el pico y agradécelo.
— Eres idiota, no sé cómo Bambi te prefiere.
Eso da tan fuerte en mí que casi se me sale el corazón del pecho.
— Ella no me prefiere, creo que Diego es su favorito. Al parecer no soy el favorito de nadie.
— No digas tonterías. Kenzie va a matarte como se entere que le has dado cerveza a Ronan.
— ¿Qué?
— Que le has dado cerveza al niño, cabeza de chorlito. Me dijo que tenía que esperar a hablar contigo cuando estuvieras borracho, y esperó y le compraste una.
Me río a carcajadas. — Adoro a ese niño. ¿Dónde está B?
— ¿Mi hermana? Está en la cabina con Kenzie y Ronan. Diego viene ahora, cuando acabe lo que estaba haciendo.
— ¿Una chica?
— Sí, hasta que te caíste del caballo.
No cierro los ojos porque el mareo aumenta y me mantengo con los ojos abiertos mientras mi cabeza está apoyada en el regazo de Bárbara.
“No puedes arruinar mi relación, no voy a permitirlo, Leo. Becky es a la mujer que amo y creo que me merezco ser feliz después de tu madre. Hay más chicas en el mundo para que te fijes en ella, por el amor a Dios. Madura, ve al FBI y encuentra a alguien, pero aléjate de Bambi”
Le había dicho que no iba a alejarme, que iba a seguir con ella porque era la chica que me gustaba.
“Tiene diecinueve años, Leo y estás haciendo que te pase fotos sucias por el jodido teléfono. Bambi y tú necesitáis centraros en el futuro. No te lo volveré a repetir. Aléjate de Bambi o tendré que contarle lo de las fotos a Becky y dudo que quieras que Bambi se meta en problemas cuando tiene los exámenes a la vuelta de la esquina, ¿no?”
Centrarnos en el futuro...
— Ya hemos llegado, vaquero —dice Bárbara—. Tienes que ayudarnos porque Bambi y yo no vamos a poder contigo si no pones de tu parte.
Me incorporo, dolorido, y me arrastro por la camioneta hasta bajarme. Me tambaleo y un cuerpo abrazándome me estabiliza un poco.
Ella.
— Date prisa, Barb.
Miro hacia abajo para ver su cabellera ahora rubia completamente y pongo mi brazo alrededor de sus hombros. Creo que debo volver a Texas y olvidarla.
La otra chica se pone a mí lado y me sostiene también. Los tres caminamos en silencio por el camino hasta llegar a la granja y la rodeamos.
— Creo que me vendrá bien tomar el aire en vez de ir a la cama —murmuro.
— Bueno, un rato solo —susurra Bárbara—, así voy al baño.
Me dejo caer en los escalones y Bambi se sienta a mí lado pero a una distancia prudente mientras Bárbara va al baño.
Quiero decirle muchas cosas pero de mi boca no sale ninguna.
—¿Sabías que el sudor de los hipopótamos es rosa? —La miro y ella, con su ceño levemente fruncido, me mira.
— No, no lo sabía.
Supongo que eso no es lo que debería de haber dicho.
— Y los caballitos de mar pueden mover sus ojos en direcciones opuestas.
— Interesante.
Será mejor que me calle. También puedo decirle que el olor de cada uno es único, como nuestras huellas dactilares, y que a mí, el suyo, me vuelve completamente loco, por lo que quiero decirle que nos abracemos un ratito para poder olerla mejor.
— Creo que voy a vomitar.
Me levanto y me tambaleo hacia los naranjos para echar la pota ahí. Ahora me sentiré mejor, estoy seguro.
— ¿Estás bien?
— Todo bien, dulce B —suspiro apoyando una mano en el árbol—. No es mi día.
— ¡Leo! —Exclama en un susurro.
Tengo los ojos cerrados y los abro un poco cuando ella levanta mi camiseta. Quiero preguntarle que qué está haciendo pero no puedo.
— ¿Qué ocurre? —Escucho la voz de Bárbara.
— Creo que se ha hecho daño y está tan borracho que ni le duele.