Ramé

10; Bambi

Cojo un palo lo suficientemente largo y vuelvo a la cabaña. Son las nueve de la mañana y el sol ya da con fuerza. Llevo despierta unas cuantas horas porque apenas he podido pegar ojo, pero el chico que se quedó dormido en la cama de mi hermana aún no ha despertado.

Dejo la puerta de la cabaña abierta y me acerco prudentemente a la cama de mi hermana donde Leo yace desde anoche.

Alargo el brazo donde tengo el palo y lo pongo en su brazo, dándole. Frunzo mi ceño y vuelvo a darle.

Él se mueve un poco y me sobresalto. Vuelvo a darle.

— ¿Qué mierda estás haciendo? —Levanta un poco su cabeza para mirarme. Sus ojos están entrecerrados, su pelo revuelto y su camisa sucia casi desabotonada por completo.

— Comprobar si estabas vivo —llevo el palo detrás de mi espalda.

— ¿Cómo no voy a estar vivo?

Por lo flojo que respira y las contusiones que tiene en su costado, verdaderamente podría estar muerto. Ayer mi hermana y yo estuvimos debatiendo seriamente en llevarlo al hospital porque no luce bien.

Pero un “ha lucido peor” de parte del otro gemelo no nos hizo quedarnos más tranquilas, pero él nos mandó a la cama.

— Joder, me duele todo el cuerpo.

— Te montaste borracho en el caballo y te caíste —le informo en el caso de que no se acuerde—. Estás loco —añado.

— Tú me vuelves loco —exaspera y se incorpora con dificultad mientras mi corazón late con fuerza contra mi pecho.

Él se quita la camisa y mantengo mi mirada en su rostro, intentando no mirar hacia sus magulladuras o su torso perfecto, pero es imposible.

— Luce mal.

— Deja de decir cosas obvias, por favor.

Su costado está de un color morado muy feo y tengo una mueca en mi rostro mientras miro lo mal que luce.

Se levanta y pone una mano en su cabeza mientras murmura que necesita una pastilla. Cuando sale de mi campo de visión, me relajo porque me niego a que él me haga sentir nerviosa de nuevo. No se lo merece.

Paso la lengua por mis labios y muevo mi cabeza de lado a lado mientras salgo de la cabaña. El rodeo acabó ayer y tenemos que volver a los quehaceres de la granja, por lo que me voy al corral a ayudar a Diego, que está echándoles comida.

— ¿Ya lo has despertado? —Me pregunta.

— Sí.

— ¿Cómo está?

— Mal —hago una mueca—. Sigo pensando que debería ir al hospital.

— Dudo que quiera ir a uno. ¿Puedes llenar los bebederos, por favor?

Asiento y me dirijo a manguera para llenar los bebederos de agua y que las gallinas puedan hidratarse bajo este sol abrasador.

— He quedado esta tarde con Zev —le informo.

Diego se gira para mirarme y suelta el cubo para poner sus manos en la cintura.  Junto mis labios en una fina línea un poco incómoda. Me siento como si le estuviera pidiendo permiso cuando voy a hacer lo que me da la gana.

— ¿Te gusta de verdad ese chico o lo estás haciendo para darle en las narices a Leo?

Abro mi boca sorprendida por sus palabras y pongo también mis manos en mis caderas.

— Que le jodan a Leo, Diego. No hago las cosas pensando en qué puede molestarlo o no, simplemente estoy viviendo mi vida. Zev es agradable, gracioso y guapo. No es muy listo pero eso no es importante. Me trata bien.

Diego carraspea y vuelve a coger el cubo para dejarlo en su sitio.

— No quiero que te hagas daño, eso es todo, Bambi. Los chicos como él tienen experiencias con las chicas, no quiero que rompa tu corazón.

— No puede romperme el corazón alguien que no lo tiene. No me enamoro tan fácilmente.

— No, pero sí te ilusionas. Mente y corazón fríos, Bambi.

Ruedo los ojos. No me va a pasar como con Leo, esto es diferente, muy diferente. Leo me cogió con la guardia baja y estuve volando por el cielo durante unos meses, hasta que me arrancó las alas y caí en picado al suelo.

— No me hará daño —le digo.

— Eso espero, le cortaré los huevos si lo hace.

Agradezco que Diego se preocupe por mi. Antes solo tenía a Bárbara pero ella es más de decirme que viva el momento, sin importar el corazón. Ella no piensa en el futuro, simplemente hace lo que le apetece en ese momento y ya lidiará con las consecuencias después.

Yo no.

Yo soy más de intentar evitar el dolor, aunque lo he hecho fatal, la verdad. Sinceramente porque no lo vi venir, pensé que seríamos él y yo contra el mundo y al final me quedé sola.

— ¿No ibas a volver a California?

— Prefiero ir en coche a casa. No me apetece ir en autobús.

— Quieres seguir quedando con Zev.

Me apoyo en la verja y lo miro con una sonrisa en mis labios. Diego es el hermano que siempre he querido y ahora lo tengo. Es atento, lee entre líneas y se preocupa por mí y por Bárbara. Siempre.

No puedo decir lo mismo de Leo.

— Sí, quiero saber...

— No quiero que me cuentes qué quieres saber, Bambi —suelta una carcajada—. Las cosas sexuales a tu hermana.

— No iba a decir nada sexual —lo empujo—. Quiero saber cómo es, eso es todo.

— De acuerdo, pero que no te saque del pueblo, ¿vale? Nada de excursiones extrañas y necesito saber dónde vas a estar.

— Si me hubiera querido matar, ya lo hubiera hecho. Es más, si mi destino está en morir estas vacaciones, moriré de una forma u otra. Asesinada por Zev, por tu abuelo —él niega con la cabeza mientras tiene una sonrisa divertida en su rostro— o un caballo me dará una coz.

— Bueno, intenta no morir en manos de nadie, ¿vale? —Suspira— Creo que estas no son unas buenas vacaciones. ¿Cómo está Leo?

— Sigo pensando que debe ir al hospital.

— Si aún sigue vivo, está bien. Sólo se ha caído de un caballo, y no fue tan grave.

— Tiene todo su torso morado.

— De las anteriores caídas. Bambi, Leo ha estado con un brazo roto un día y no ha dicho nada. Siete años teníamos, se calló de un árbol y por eso nos montaron la casa árbol.




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