Diego se mueve de un lado a otro preocupado porque Bambi no contesta al teléfono y aún no ha llegado. Ya pasan las once de la noche y la pequeña chica no da señales de vida.
Yo no me muevo de un lado a otro pero estoy acabándome el paquete de tabaco, necesitaré comprar más mañana a este ritmo. No quiero lucir extremadamente preocupado pero maldita sea, lo estoy.
No soy quien para decirle con quien debe o no debe de salir, ninguno lo somos, pero no conocemos a ese chico. Incluso hubiera preferido que se hubiera fijado en Roddy, al menos sabría donde buscarlo si tengo que partirle las piernas.
— No habrá cobertura, deja de intentarlo, Diego —dice Jack—. ¿No sabes dónde iba?
— No tengo ni idea —gruñe guardando su teléfono en el bolsillo—. Ni siquiera ha avisado que no venía a cenar.
— Cállate —le digo.
Me está poniendo de los nervios y estoy apunto de coger el coche y recorrerme todo el maldito condado si hace falta cuando escuchamos el ruido del motor de un coche.
Los tres miramos a la carretera y cuando esa camioneta nueva para frente a nosotros, vemos a Bambi con el ceño fruncido. Nos mira, se gira, se acerca a ese chico y yo tengo que mirar hacia otro lado.
— Sí, hasta mañana —la escucho decir, y cuando cierra la puerta del coche y este se aleja, me giro.
Diego y Jack la miran fijamente, enfadados, yo... Estoy dolido y enfadado.
— ¿Qué ocurre? —Pregunta metiéndose un mechón de pelo tras su oreja.
— Son las once —le informa mi hermano.
— Sé que hora es.
— Y te hemos llamado, al móvil —dice esta vez Jack.
— ¿Ha pasado algo?
— Lo que ha pasado, dulce e ingenua Bambi, es que no sabíamos dónde estabas —respondo tirando la colilla al suelo.
Sus ojos sobre mí me molestan porque a saber qué habrá hecho con Zev. ¿Ya se ha acostado con él? ¿La ha tocado? ¿Ha tocado su caliente y perfecto cuerpo? ¿Ha tirado de su pelo y mordido su labio inferior como yo lo hacía? Tengo ganas de vomitar.
— No hay cobertura aquí, lo siento. Intenté llamar para avisar que no vendría a cenar pero ni siquiera hacía llamada —habla calmada, con su dulce tono de voz.
Puedo sentir aún sus dedos por mi magullado costado, extendiendo la crema. Puedo recordar perfectamente la inseguridad en su mirada. No quiere acercarse a mí y lo entiendo, de verdad que lo entiendo.
— Que no vuelva a pasar, Bambi, por favor. No lo conocemos —jadea mi hermano— ¿Quién sabe qué podría haberte hecho?
— Eres muy dramático. Con ese pensamiento nunca voy a conocer a ningún chico —ríe un poco—. ¿Tú qué opinas, Jack?
— Que tienes un punto, pero no me gusta ese chico.
Hombre, menos mal, pensaba que era el único.
— No lo conoces, no puedes decir eso —se encoge de hombros y nos esquiva para caminar hacia la casa.
— Tú tampoco lo conoces —dice Diego, siguiéndola.
— No, pero si tengo que morir, moriré. Asesinada, en un accidente de coche o atragantada con una uva.
Respiro hondo mientras escucho su voz alejarse y miro a Jack, que tiene las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y me está mirando.
— ¿Qué?
— Nada —se encoge de hombros—. ¿Qué le has hecho?
— ¿A B? Nada, ¿por qué? —Carraspeo y camino hacia la casa con Jack a mi lado.
— Porque no quiere acercarse a ti y el año pasado no se separaba de ti.
— Me comí la última croqueta, no lo supera.
Jack suelta una carcajada y golpea mi hombro. — Entonces la entiendo, siempre hay que dejar la última croqueta a tu hermana, Leo. Ella no es Diego.
— Por supuesto que no lo es.
Solo está intentando darme celos y lo está consiguiendo. Aunque no hace falta que quiera llamar mi atención porque la tiene desde el año pasado.
Cuando entro en casa, ella está en la cocina y me apoyo en el quicio de la puerta mientras la observo beber agua. Ella me mira. Sus preciosos ojos marrones no se despegan de los míos y cuando deja el vaso en la encimera, lame sus labios.
— ¿Qué?
— Tenemos que hablar.
— No lo creo.
— No quiero que me odies.
— Haberlo pensado antes —se acerca a mí porque quiere salir de la cocina pero no me aparto— Quítate.
— No puedo seguir retrasando mi disculpa, B.
— No me llames B —me empuja pero no me muevo— Apártate.
Sé que está deseando chillarme pero no es una buena idea, así que, hablamos en voz baja porque no deseamos que nadie se entere. Aunque quizás, es lo mejor.
— Quería pasar esa noche contigo, te echaba de menos tanto como tú a mí.
— Lo dudo —se separa un poco de mí con una mueca en su rostro—. La cabra Lola me echa de menos más que tú.
— Bambi, nunca fue mi intención hacerte daño. Sé que no he hecho las cosas bien —me acerco un poco a ella.
— No has hecho nada bien, Leo. Respeta la decisión de tu padre y déjame en paz. ¿No es eso lo que te ordenó? ¿Que me dejaras en paz?
— Sí —paso una mano por mi pelo desordenado— Pero...
— Nada, Leo West. Tomaste una decisión como si yo no tuviera voz ni voto en lo que teníamos —se queda firme en el sitio y me mira, dura—. Si es que alguna vez tuvimos algo.
— Claro que sí. ¿Crees que jugué contigo? ¿Crees que arriesgaría todo por un juego? ¿Un capricho?
— Sí, y ahora, olvídame —me esquiva y pongo mi mano alrededor de su brazo para que pare.
— ¿Y ya está? ¿No hay más?
— Te perdoné en la boda, Leo. Acepté que desaparecieras seis meses y me dejaras sin ninguna explicación. Al día siguiente volviste a hacerme lo mismo cuando te dije que no lo hicieras si no ibas a volver. No volviste, no hay más oportunidades para ti.
Tengo que soltar su brazo y dejar que se vaya porque mi pecho arde.
La he jodido bien y no veo ninguna manera de recuperarla, ha pasado de página y si ella es feliz haciendo que se yo con el imbécil de ese chico, la dejaré.