Ramé

13, Leo

Subo con prisa a la casa árbol esperando que esté allí. Ya ha dejado de llover con tanta fuerza pero sigo empapado y preocupado por ella porque no está en la cabaña.

Cuando subo, la veo.

Está tumbada en el suelo, empapada como yo. Aún me duele la mejilla del guantazo que me dio, pero me lo merecía. Simplemente no podía dejar que ella hiciera algo con Zev en el coche y mucho menos saberlo y verlo.

No puedo olvidarla. No quiero que nadie la toque o la bese porque solo quiero hacerlo yo.

Entro en silencio y me tiendo frente a ella. Su cabeza está apoyada en el suelo y no tardo en levantarla para tener mi mano debajo.

Sus ojos bonitos se abren y me miran con una tristeza que me desgarra el corazón. ¿Qué he hecho?

— Veníamos aquí mi hermano y yo cuando mi madre nos dejó. Era el único sitio donde podíamos hablar de ella porque mi padre nos prohibió hacerlo. Era nuestra madre y la queríamos. No entendíamos el motivo de su marcha, e incluso ahora, no sé por qué se fue. ¿No éramos suficientes para ella? ¿Qué quería? Al principio yo me eché las culpas por ser un gamberro en el colegio. ¿Quién no se cansaría de un hijo así?

Ella sigue callada, mirándome. El lápiz negro y el rímel está debajo de sus ojos y mejillas y su cuerpo se sacude un poco.

Continúo: — Después, Diego me confesó que se había ido por su culpa, por sus malas notas. Ambos nos estábamos echando la culpa con sólo diez años cuando ninguno la tuvo. Así que, esto se convirtió en nuestro cuartel secreto. Un sitio donde poder escapar de las exigencias de mi padre, de la mirada triste de la abuela y de la decepción del abuelo.

— ¿No quieres buscarla para preguntárselo?

— ¿Vale la pena, B? Se llevó todo los ahorros de ella y papá. Vacío las cuentas y se fue. Papá tuvo que trabajar duro para poder sacarnos adelante, no sé si hay una explicación para lo que hizo.

Me acerco un poco más a ella pero mantengo la distancia.

— No puedo dejarte, B. Intenté hacerlo pero no puedo. Intenté hacer feliz a mi padre pero yo no soy feliz. No soy feliz sin ti. No sé cómo ha pasado y por qué me siento así respecto a ti, pero me hierve la sangre al pensar que otra persona está escuchando tu risa o viendo el brillo en tus ojos.

— Si eso sientes por mí, no sé por qué me dejaste. Te llamé tantas veces y te envié tantos mensajes...

Que no fueron respondidos, lo sé.

Ella se queda callada y nos quedamos mirando, escuchando la lluvia repiquetear en el tejado. El agua se está filtrando por algunas ranuras y sé que tengo que llevarla fuera de aquí y hacer que se dé una ducha de agua caliente.

Su vestido se pega a su cuerpo y se ve tan vulnerable que solo quiero estrecharla entre mis brazos y que me dé su dolor a mí.

— Es la primera vez que veo a mi padre feliz con una mujer después del daño que le hizo mi madre. Simplemente no quería arruinar las cosas.

— ¿Y no era más fácil hablarlo en vez de marcharte?

— No hubiera podido hacerlo.

— Entonces no sé qué haces aquí, Leo. Porque no vas a dar el paso.

— ¿Contarlo? —Ella asiente— ¿Te quedarías conmigo a pesar de que todo se desmorone? —Vuelve a asentir y mi corazón golpea fuerte contra mi pecho— ¿Te acuerdas que te dije que tenía un secreto? ¿Y que te lo iba a contar cuando ambos tuviéramos un secreto que contarnos? —Ella asiente— ¿Tienes ya tú secreto?

— Sí.

Cuando voy a dejar salir esas palabras de mi boca, esas que hacen que mi corazón se acelere porque nunca se las he dicho a nadie, alguien golpea la madera detrás de mí y me sobresalto. En ese momento pienso que B tenía razón el año pasado y que puede ser un asesino. Moriremos, seguramente, porque no tengo nada aquí con lo que defenderme.

— ¿Qué hacéis aquí? Está diluviando. Betty está preocupada.

Ver el rostro de mi hermano me alivia y me enfurece.

— Joder, Diego, casi me da un puto infarto.

Bambi ya se ha incorporado y no mira a mí hermano, mira hacia abajo, avergonzada. No era el puto momento para interrumpir y quiero darle una paliza.

— Vamos a casa, Bambi, necesitas una ducha caliente e ir a la cama, ha sido un día largo.

Mi hermano le tiende la mano y ella se levanta para pasar por encima de mí y bajar de la cabaña.

— No era el puto momento, Diego —gruño cuando él ha terminado de observarla bajar.

— ¿Para qué? ¿Para qué huyas mañana? Papá y Becky vienen mañana. Tienes que pensar muy bien lo que quieres hacer.

Diego baja de la casa árbol y lo hago detrás. Bambi se abraza a sí misma y mi gemelo pone su brazo alrededor de sus hombros para llevarla al trigal y cruzarlo. Me quedo allí, quieto, arrugando la nariz y con un estremecimiento en el corazón. Miro de nuevo la casa árbol, donde he pasado tanto tiempo en mi infancia y dónde iba a confesar lo que siento, pero era el momento, o quizás la vida no quería que fuera el momento.

Me hubiera gustado bañarme con ella a pesar de tener marcada su mano en mi mejilla. Jack me observa con una ceja alzada mientras miro como sus dedos están señalados en mi piel.

— Vaya, ha dado fuerte —dice mi primo.

— Eso parece —me separo del espejo mientras espero que ella termine de ducharse—. Adora las croquetas.

— Ya veo... —Se cruza de brazos— ¿Por qué no me lo has contado?

— No es algo para ir contando —respondo y mi hermano entra, quitándose la camiseta y tirándola al suelo.

— Papá llamó esta noche a la abuela para informar que venían mañana a pasar unos días en la granja. No sé dónde narices dormiremos todos pero vienen, al parecer Becky quiere conocer esta parte de la vida de papá.

— Sigo queriendo una respuesta —Jack no olvida el tema—. ¿Estás acostándote con Bambi?

— Estaba y cierra la boca —me quito mi camiseta y la tiro junto a la de Diego, después me quito los zapatos y los empujo a un lado.

— Así que Nancy tenía razón, os vio besaros, joder —se ríe—, y yo llamando a mi hermana mentirosa.




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