Ramé

15; Leo

Que papá y Becky estén aquí me tiene jodidamente tenso y la abuela lo nota. Sabe que algo pasa y no ha dejado de
mirarme de reojo. La relación con mi padre desde el año pasado es completamente inexistente y se nota porque no le dirijo la palabra.

Ni siquiera lo miro.

Estoy en la cocina, con la abuela, Betty y Becky ayudando en lo que puedo, esperando que vengan los chicos. He estado toda el día poniendo en orden la casa árbol porque creo que es el momento oportuno para arreglar las cosas con Bambi.

Esa chica se ha metido en mi cabeza, bajo mi piel e incluso en mis sueños. ¿Cómo? No lo sé, pero si ella está a mi lado, no me importa nada más. No me importa lo que papá piense o lo que quiera, solo necesito que a ella tampoco le importe lo que piense la gente.

Sé que es un poco arriesgado estar los dos juntos en la casa árbol esta noche, pero necesito hacerlo.

— ¿Puedes llevar esto a la mesa, Leo? —Becky me da un plato y asiento para después llevarlo a la mesa.

Hacía mucho tiempo que toda la familia no se reunía aquí. Desde que la señora que me dió a luz nos abandonó. Ver a papá sonriendo ahora entre estas paredes, me hace estar tranquilo porque sé que está bien ahora, que lo ha superado y que Becky le da el amor y la tranquilidad que él necesita.

Dejo el plato en la mesa y salgo a la entrada de la casa para fumarme un cigarrillo. Cuando le doy una calada, suspiro y miro hacia el atardecer. ¿Dónde están los chicos?

Aún me duele la mejilla. O imagino que no es dolor físico sino mental. Estoy dispuesto a decir en esta cena que quiero estar con ella, solo si ella quiere.

La necesito y jamás me había sentido así con alguien. Es nuevo para mí y no sirvo para controlar mis sentimientos ni para actuar.

— ¿Todo bien?

La voz de Becky me hace girarme y la veo. Es un poco más alta que Bambi y la pequeña chica sale a ella. Tiene una sonrisa dulce y unos ojos que enamoran. Entiendo a mi padre, no entiendo por qué el no lo hace conmigo.

— Sí, todo bien. ¿Quieres un cigarrillo? —Le tiendo la cajetilla.

— Gracias —ella coge uno y yo me sorprendo porque no sabía que fumaba— Hace años que no fumo —ríe un poco—, pero hoy me apetece.

Se sienta en el escalón que da al porche y yo la imito. Nunca ha habido mucha conversación entre los dos, o bueno, es u apenas nos hemos visto.

— ¿Cuándo empiezas a trabajar?

— Dentro de dos días.

— ¿Estás nervioso?

— Impaciente, más bien.

— Tú padre está muy orgulloso de ti, aunque no te lo demuestre. Lo sabes, ¿verdad?

Me encojo de hombros porque no quiero hablar de mí padre y le doy una calada al cigarrillo.

— Todos estamos orgullosos de ti, y de todos. Gracias por cuidar de mis chicas, Leo. Gracias a ti y a tu hermano. Sabía que os ibais a llevar bien —la miro y me sonríe abiertamente, con sinceridad.

¿Qué pasaría si supiera que me fui con su hija un fin de semana y la hice mía? ¿Qué pasaría si supiera que le hice daño?

— No tienes que darlas, somos una familia —digo con una mueca, mirando hacia el frente.

— Siempre es bueno darlas. Hoy me he enterado que mi hija tenía un rollo de verano —suelta una risita—. Me alegro que se haya abierto a conocer gente. Siempre ha sido muy prudente. Como madre, no quiero que nadie le haga daño, pero eso es inevitable, ¿no?

— Sí que lo es —respondo mirando fijamente al frente esperando que mis hermanos aparezcan y me salven de esta conversación que se está volviendo un poco incómoda.

— Sé que Bambi tiene más cabeza que Bárbara y no se deja llevar. Tiene muy claro lo que quiere en la vida y estoy tranquila con ella respecto a eso, sin embargo Bárbara... —Se ríe— Ni siquiera sé cómo está durando con Asher tanto tiempo.

Si supiera que lleva desde que llegó acostándose con Charlie...

— El amor —me encojo de hombros— O la costumbre.

— Exacto. A veces creemos que es amor pero no lo es. Confundimos sentimientos —la miro un poco confuso—. Suele pasar a menudo.

Me quedo callado. Nunca he confundido sentimientos porque solo los he experimentado con una persona.

— Bambi... Es fuerte y decidida. No necesita a nadie y es muy independiente, pero cuando alguien le da un poco de atención... Bueno, confunde sentimientos. Le ha pasado unas cuantas veces en el instituto —suspira—. Lo llamaba obsesión porque no era sano. Pero bueno, aún es una niña, le queda mucho que aprender.

— ¿Y me dice esto porque...?

— Zev, ese chico... Bueno, no quiero que le haga daño. ¿Qué opinas tú?

Me relajo porque pensé que lo sabía. Por un momento pensé que ya el secreto no era tan secreto y ella me estaba pidiendo que me alejara de su hija de forma indirecta.

— No lo sé.

— Te golpeaste con él, creo que sí lo sabes.

Muevo mi cabeza de un lado a otro y tiro el cigarrillo ya consumido. Escucho mis pisadas en la arena mientras camino de un lado a otro sacando otro cigarrillo de la cajetilla. La noche está despejada y hace bochorno. La camiseta de tirantes blanca que llevo se pega a mí torso y sé que debo ducharme de nuevo.

— Ellos estaban en una situación en el coche, no pensé que fuese adecuado.

— Me alegra haber hablado contigo, Leo —se levanta del escalón y me sonríe— Y no fumes tanto, te harás polvo los pulmones.

Se levanta y vuelve a entrar en casa, pasando una mano por el pelo de monito, que lleva un conejo blanco entre sus brazos.

— ¿Qué pasa, monito? —Le doy una última calada al cigarrillo y lo tiro para acercarme a ella.

Nancy se sienta en el escalón donde antes ha estado Becky y me siento a su lado. Me da al conejo y me mira con sus ojos llorosos.

— Me ha mordido, ya no quiero ser su amiga.

Suelto una carcajada y acaricio al conejo al que aún no le ha puesto nombre.

— Hay que tener cuidado y tratarlo con cariño. He visto que eres un poco intensa con él.




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