Salgo de la oficina después de un largo día de trabajo y me recibe una calurosa noche despejada en Sacramento. La luna llena brilla con fuerza y me despido de mi compañero para ir a mi coche.
Hace dos semanas que no sé nada de Bambi y no he podido contactar con ella. Tampoco sé en qué parte de California está y Bárbara no me lo quiere decir. Tampoco quiero saber nada de ella porque intentó darme un puñetazo.
Imagino que no le ha sentado nada bien que Charlie le haya dicho que no puede seguir con ella si no deja a Asher; y tampoco le ha sentado bien que su hermana y yo estuviéramos en algo el año pasado.
Me monto en el coche después de quitarme la chaqueta gris y la pongo en el asiento del copiloto. Dejo escapar un largo suspiro y miro móvil, deseando tener una respuesta de ella a mis mensajes o mis llamadas.
Lo dijo. Le dijo a su madre y su hermana que habíamos tenido algo y desapareció porque no salió bien. Me lo esperaba e hizo lo mismo que yo, no puedo culparla.
Arranco el coche y me pongo rumbo a mí pequeño y desordenado apartamento. Las luces de la ciudad me acompañan a mi triste camino hacia casa y cuando llego, la vuelvo a llamar.
El buzón de voz me salta y suspiro pesadamente.
— B... Necesito que me llames, por favor, tenemos que hablar. Estoy contigo en esto, nena, no huyas de mí como yo hice. Te echo de menos...
Niego con la cabeza y cuelgo. Tiro el teléfono a la cama y me quito la corbata, tirándola al suelo, dispuesto a irme a la ducha y despejarme un poco después de todo el día frente a la pantalla de un ordenador.
Cuando entro en el baño, miro mi rostro en el espejo y apoyo mis manos en el lavabo. ¿Dónde estará?
No sube nada a sus redes sociales y su teléfono sigue apagado, o al menos cuando llamo. Le he enviado una cantidad inmensa de mensajes y no dejo de llamarla.
¿El problema? He empezado a trabajar y ni siquiera puedo concentrarme.
Mi móvil suena y me doy patadas en el culo con el corazón latiéndome a mil. Es ella, tiene que ser ella.
Ver el nombre de mi hermano en la pantalla me hace gruñir y acepto la llamada.
— ¿Qué pasa?
— Leo, ya sé dónde está Bambi.
Mi corazón da un vuelco en el pecho.
— ¿Dónde está? —Me apresuro a ir a la entrada y coger las llaves del coche y la cartera.
— Está en San José.
— ¿Tienes la dirección? —Abro la puerta de casa para salir y me apresuro a cerrarla correctamente.
— Leo, está en el hospital. Ha tenido un accidente de coche con su padre —Me mareo y tengo que agarrarme al pomo de la puerta—. Ella está bien, ha llamado a su madre para informar. Nuestros padres están buscando un vuelo para ir.
— ¿Seguro que está bien? ¿En qué hospital está? —Bajo por las escaleras a toda prisa, comiéndome, casi, a un vecino, que no duda en insultarme.
— Hospital Buen Samaritano, iré también cuando pueda. No corras, por favor, Bambi está bien, no te quiero también en el hospital.
— Estaré bien, gracias —cuelgo y me monto en el coche.
Estoy a casi dos horas de ella. Llevo dos semanas estando a dos horas de ella y no lo sabía.
Intento no incumplir el límite de velocidad mientras sigo el GPS porque no quiero problemas ahora. Quiero llegar lo antes posible y comprobar con mis propios ojos si está bien.
Estoy nervioso. Las piernas me tiemblan y el corazón sigue latiendo con rapidez. Las manos me pican por la necesidad de tocarla y abrazarla. Necesito verla, es como una droga y he estado demasiado tiempo sin ella.
Las dos horas se me hacen eternas porque estoy preocupado, muy preocupado. Solo se escucha el GPS hablando y cuando estoy en San José, me pongo nervioso. La he estado llamando mientras iba de camino, pero nada, sigue sin coger mi llamada.
Paso una mano por mi rostro mientras espero un semáforo y cuando se pone en verde, aprieto un poco el acelerador para llegar cuanto antes al hospital.
Me bajo del coche y entro en la recepción como una bala.
— ¿Bambi Haley? —Pregunto.
La mujer morena que está detrás del mostrador me mira por encima de sus gafas y frunce su ceño.
— ¿Perdone?
— Maldita sea, necesito saber dónde está Bambi Haley —doy un golpe en el mostrador y miro hacia la derecha.
— Cálmese, señor —se levanta y la ignoro.
Ella está allí. Su piel está roja, su frente tiene un apósito y su rostro varios rasguños. El aire se me queda atrapado en la garganta mientras la miro y camino hacia ella lentamente, observando sus ojos rojos e hinchados y su ropa llena de sangre.
Trago saliva duramente y con manos temblorosas, estrecho a la chica rubia entre mis brazos con cuidado. Sus brazos se ponen alrededor de mí con lentitud, insegura.
— No puedo creer que estés bien —susurro y beso su coronilla. Ella solloza entre mis brazos y me separo de ella un poco—. Eh, eh —me doblo un poco para estar a su altura—, estoy aquí, B, todo está bien.
— Mi padre —solloza. El corazón se me parte al verla así— Está muy grave —limpia sus lágrimas con el dorso de su mano— Un camión impactó con nosotros, por su lado —su voz se rompe mientras habla y no la entiendo, por lo que se calla porque no puede seguir hablando.
La abrazo de vuelta, sintiendo su pena y deseando tenerla yo en vez de ella. Deseando hacer su dolor mío y que deje de sufrir. Quiero hacerla sonreír y que sea feliz, solo si ella me deja esta vez. La llevo a una de las sillas de la sala de espera de la Unidad de Cuidados Intensivos en la que nos encontramos y ella limpia sus lágrimas con un clínex que tiene arrugado en su mano.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunta.
— Diego me ha llamado, nuestros padres están intentando buscar un vuelo para venir.
— No quiero que vengan.
Suspiro y cojo su mano suavemente, ella se muestra un poco reacia y me mira. — ¿Qué se sabe de su padre?
— Aún nada claro, se golpeó la cabeza —dice y aprieto su mano.