Ramé

24; Bambi

Esᴛᴀ́ sᴏɴᴀɴᴅᴏ Aᴍɪʀ ғᴛ Iɴᴅɪʟᴀ ﹣ Cᴀʀʀᴏᴜsᴇʟ
 

La granja vuelve a encontrarse frente a mí y ahora estoy tan nerviosa que podría echar a correr por la carretera hasta llegar a casa de nuevo. Es más, no me importaría que la cabra Lola me envistiera o algo así, o el toro o la vaca que nunca he visto porque eso sí que me da miedo. Cosa que al viejo no le gustó un pelo, todos teníamos que ayudar en todo, pero Bárbara siempre se ofrecía por mí si no querían enterrarme allí mismo.

Sin embargo, adoro a la abuela, y cuando su sonrisa bondadosa aparece en su rostro al vernos, sé que sabe más de lo que aparenta, cosa que me da un poco de miedo claro. ¿Sería adivina? Leo y Diego nos contaron que antes, cuando era más joven, echaba las cartas y era bastante buena, así que supongo que algo ve, o quizás es que es demasiado observadora, o que nosotros no tuvimos cuidado ninguno y Nancy abrió su pequeña bocota.

— Tengo una araña aquí —canturrea la niña con sus manos cerradas.

— Pues ojalá te pique —le saco la lengua dándome igual quién esté mirando— Hay que ser mala —murmuro sentándome en una de las sillas que hay.

— No teníais por qué venir todos —dice la mujer con lágrimas en sus ojos cuando ve a su hijo entrar y a mi madre detrás.

— Sabes que siempre lo haremos —se acerca a su madre y besa su mejilla.

— Hola Bambi, ¿cómo estás? —Me mira.

— Bien —le sonrío y mi madre se acerca a mí para besar mi mejilla.

Y esta obra podría titularse "El beso de Judas". Sé que debo dejarlo ir y perdonar. Que el rencor no llega a ninguna parte y que es mi madre y quizás no se comportó como debería, pero me dio la vida. Una vida que no pedí, por supuesto, yo no elegí nacer para estudiar durante casi toda mi vida y después trabajar y ganar dinero para mantenerme en esta sociedad que te oprime.

— Quita esa cara de enfado —susurra Leo sentándose a mi lado—. ¿Ya vuelves a estar enfadada con el mundo?

— Eso creo —arrugo mi nariz y lo miro para sonreírle— ¿Así mejor?

— Así mucho mejor.

Betty saca el pastel de la cocina y todo el mundo canta el feliz cumpleaños, menos yo, que me da vergüenza. Odio cantarlo y que me lo canten, por lo que cuando es mi cumpleaños, lo único que hago es apagar las velas sin ningún tipo de canción ridícula que me haga sonrojar hasta convertirme en un tomate. Y Leo lo sabe, por lo que sé, que cuando sea mi cumpleaños, se dejará la garganta cantándome el cumpleaños feliz.

Ochenta años cumple la abuela y el viejo le da un regalo y un beso en su mejilla. Es la primera vez que lo veo con una sonrisa en su rostro mientras mira a su mujer. ¿Cuántos años llevarán juntos?

Cada uno le tiene un regalo y verla sonreír y con los ojos llenos de lágrimas me hace replantearme muchas cosas. Como por ejemplo que no necesitamos mucho para ser feliz. Aunque yo solo necesito acabar la carrera y a Leo y su gran cuerpo aplastando el mío por las mañanas mientras yo me quejo porque no puedo respirar.

Siempre he querido vivir en una gran cuidad y tener un buen trabajo, por eso siempre me he esforzado en mis estudios y ahora veo que eso no es lo más importante.

Sigo a los chicos cuando salen a fumar y me siento en las escaleras como el año pasado. No me gustan las tartas y es el momento para salir de ahí, aunque Nancy viene y sé que tiene que ser muy aburrido para una niña de su edad no tener a nadie con quien jugar; por suerte, yo tenía a Bárbara, aunque muchas veces acabáramos pegándonos por cualquier tontería. Aunque meterse debajo de la cama y tocar mis pies no es una tontería, y tampoco fue una tontería meterle bolitas de papel en la nariz mientras ella dormía. O saltar de cama en cama y caerme.

Hemos sido traviesas.

— Felicidades, abuela —la voz de Charlie hace que mi hermana de un brinco y se tense.

— Gracias, Charlie. ¿Quieres un poco de pastel?

— Seguro que después sí —le responde este y sale hacia la parte de atrás donde todos estamos.

El pelo negro rizado de Charlie aparece en mi campo de visión y sus ojos negros pasan por todos nosotros hasta encontrarse con los de mi hermana.

— Hola —saluda—, debería estar enfadado con vosotros porque este verano nos habéis abandonado —mete las manos en los bolsillos de sus jeans gastados.

— Ojalá no nos hiciéramos mayores, Charlie —responde Leo después de expulsar el humo— ¿Cómo está tu madre después de su caída?

— Bien, está mucho mejor. ¿Podemos hablar? —Le pregunta esta vez a Bárbara. Ella, con un solo asentimiento de cabeza, le da vía libre para que camine a su lado y se alejan de nosotros.

— Terminarán juntos —responde Diego.

— Sí, ese chico no deja de preguntarme por ella —responde Jack.

— Hacen buena pareja —Ginger se enciende un cigarrillo—. Quizás no fue la mejor forma de empezar algo, pero todo puede arreglarse —mira a Jack y mi primo guapo y potente le sonríe de lado.

Leo me tiende su mano y la miro con el ceño fruncido. Me anima con una sonrisa y pongo mi mano encima de la suya mientras Diego nos avisa de que no hagamos nada malo vayamos donde vayamos.

— ¿Dónde vamos? —Le pregunto.

— A la casa árbol —responde dejando a Charlie y Bárbara hablando debajo de los naranjos.

— ¿Vas a decirme tu secreto?

— Puede que sí.

— ¿Hay algún cadáver enterrado aquí? No entiendo qué tiene que ser tan importante como para tener que decírmelo allí.

— Tienes razón, B, es un cadáver. Mi padre seduce a madres con hijas, y yo me encargo de seducir a una de ellas y matarlas. Diego hace la vista gorda porque no está de acuerdo pero no quiere meternos en problemas —llegamos al maizal y él me mira.

Empezamos a cruzarlo, yo detrás de él. Rapidito porque me sigue dando repelús que me salga un bicho porque jamás voy a acostumbrarme. Veo la casa árbol y estoy ansiosa por llegar, subir y que me cuente su maldito secreto, aunque sinceramente, yo no tengo ningún secreto. Antes sí lo tenía. Era virgen, no había dado mi primer beso y él me gustaba y me ponía caliente. ¿Ahora? Solo queda una cosa que tiene que saber.




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