El poder de la palabra es inmenso. Una sola es capaz de curar hasta al alma más rota, como también una sola basta para romper al más duro corazón. Un arma de doble filo.
Sin embargo, existe otra arma que, a mí, particularmente, me resulta más dolorosa y es el silencio. El perturbador e incómodo silencio como el que se extiende durante el café matutino con mi padre.
El mismo hombre que en estos momentos tiene los ojos fijos en los detalles inexistentes del salero. Las muy visibles canas blancas entre el pelo negro evidencian las pasadas cuatro décadas de vida y las líneas de expresión se acentúan en su desgatada piel. Me pregunto sí, las cosas se hubiesen dado de una manera distinta tal vez él no se vería tan exhausto como aparentaba estar.
Suspiro bebiendo del café sin saber qué tema abordar hoy. El clima fue lo primero y luego la universidad para después terminar con su trabajo. La conversación más larga que podemos establecer antes de volver a sumergirnos en el silencio.
Mi vida parece desarrollarse en base a un libreto preestablecido con conversaciones fastidiosas, si es que se podían llamar conversaciones. Un libreto que la vida disfruta releer miles de veces.
Alzo los ojos hacia él y parpadeo repetidas veces cuando siento que empiezan a aguarse. El órgano que bombea sangre parece contraerse dentro de mis costillas. El dolor sordo se extiende por todo mi cuerpo esperando que papá haga algo, guardando la esperanza de que volverá a ser como antes.
Él al sentir mi mirada levanta la cabeza para darme su atención, pero su entrecejo se frunce cuando ve las emociones en mi rostro. Sus ojos azules que un día compare con el cielo azulado, hoy me observan con una gran tormenta desatada en ellos.
Antes cuando el tiempo estaba feo y los truenos resonaban por toda la casa yo me refugiaba en sus brazos. Era la fortaleza más segura que había conocido en vida. Cálida, llena de paz, tan reconfortante que me encantaba. Él me abrazaba con fuerza susurrando al oído que era la niña más bonita e inteligente, y que era el número uno en su vida, pero eso no tenía que decirle a mamá. Aunque estoy segura de que ella escuchaba todo lo que él me susurraba, porque solía sonreír con complicidad.
El refugio de aquel tiempo terminó convirtiéndose en la tormenta de la cual huía cuando era más pequeña.
Un carraspeo me trae a la realidad solamente para ver como él abandona la cocina.
Cada día es más difícil soportar toda esa indiferencia que antes era tan ajena a nosotros. Repito mentalmente que todo esto es temporal, que las cosas mejoraran. Quiero creer que todo mejorará.
***
Camino al bufete de abogados en el que trabaja un amigo. Hace unos días atrás le había comentado que buscaba empleo para el verano. La universidad suele consumir mi tiempo completo, pero el semestre quedó atrás y las gloriosas vacaciones se instalaron.
Tengo tiempo de sobra antes de iniciar mi último año y no quiero gastar ese tiempo en casa. Si las cosas siguen de la misma manera en la que están terminaré mal. Me siento enferma en ese ambiente. Por esa razón voy a buscar una solución ahora mismo.
Mi salvavidas se llama Thiago y es el amigo que hice en la universidad. Seguimos profesiones distintas, pero por motivos de la vida coincidimos en muchos lugares y nos hicimos amigos.
Él es abogado, se graduó hace dos años. En cambio, yo por cuestiones personales aun no terminaba la universidad.
No sé qué trabajo tiene para mí porque no me quiso comentar la última vez que hablamos. Tanto misterio está por llegar a su fin.
Con cierta desconfianza entro al sofisticado edificio de un tono sólido, con azulejos y paredes de cristales con una pulcritud nunca antes vista.
Puedo jurar que mi reflejo se ve en el suelo y no quiero imaginar cómo se verán las señoritas que entran con falda.
Sacudo la cabeza antes de regalarle una sonrisa a la bella recepcionista.
—Buenos días, busco a Thiago Becker.
—Buenos días ¿Tienes una cita agendada?
¿Tan solicitado es? Niego con la cabeza pensando en llamarle al celular ya que él me había dicho que lo encuentre aquí. Aunque nunca especifico si dentro de su lugar de trabajo o afuera.
—No... Él me pidió que lo encuentre aquí.
Ella asiente pensativa.
— ¿Cuál es tu nombre?
—Olivia Smith.
Coge el teléfono y llama, le murmura mi nombre antes de cortar. Tal vez está ocupado con asuntos muy importantes. Debía haberle dejado un mensaje como mínimo, me muevo inquieta.
—Si está ocupado vendré en otro...
—Para ti siempre hay tiempo libre, Olivia.
Me interrumpe saliendo deprisa por una puerta. No puedo evitar que la sonrisa se expanda en mi rostro al verlo todo profesional en ese traje negro. Él no duda en envolverme con sus brazos, pero yo tardo un poco en corresponder porque estamos en su lugar de trabajo. No sé cómo se verá esto.
—Pensé que no ibas venir—señala antes de hacer un ademan por donde vino—, sígueme.
—No iba a faltar. Por cierto ¿En serio es necesario hacer una cita para hablar con el abogado Becker?
Me burlo sin poder evitarlo a lo que él me da un codazo antes de abrir la puerta como el caballero que es.
Ingreso a lo que creo que es su oficina.
—Soy solicitado.
Me siento delante de escritorio y él se instala del otro lado. Alza las cejas divertidas mientras que con arrogancia acomoda su traje.
—No puedo creer que seas el mismo que antes usaba horribles chaquetas de esos clubes de béisbol.
Me observa ofendido.
—No había nada de horrible en ellas.
Luce realmente ofendido mientras mira su portátil. Hago una mueca, pero él logra captar la expresión y suelta una carcajada.
—Para los gustos los colores.
— ¿Cómo van las cosas?
Sé a lo que se refiere, pero me callo llevando los ojos a cualquier otro lugar menos en él. Una vez mi psicóloga me dijo que los humanos somos muy similares a los globos. Que puedes hincharlo con aire, pero si te sobrepasas puede estallar. Nosotros nos llenamos de tantas cosas intangibles hasta llegar al punto donde una simple palabra, simulando ser el alfiler, nos puede hacer estallar.
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Editado: 18.04.2023