Ramé

Capítulo 1

Olivia

Hoy empezaba una nueva vida en Italia. Después de acabar con esos angustiosos años decidí irme y vivir esa vida que tanto merecía, esa vida que tanto soñaba de pequeña.

Había aterrizado unos minutos atrás en Milán, a eso de las dos y media de la tarde. Salí del aeropuerto con una sonrisa que no tenía desde hace años y caminé por la acera en busca de un taxi.

Cuando estaba en el instituto me encantaba el idioma Italiano, así que lo hablaba perfectamente.

Encontré un taxi vacío y me asomé por la ventanilla.

—Mi scusi, posso prendere il lime...

(Perdona, podría llevarme a la calle...)

Le di la dirección y el hombre asintió, bajó del vehículo y me ayudó a meter las maletas en el maletero.

Le agradecí y nos subimos en marcha hacia lo que iba a ser mi nuevo hogar.

Había aprendido.

Había aprendido quien era de fiar y quien no.

Había aprendido que no todo lo que brilla es oro.

Pero sobre todo, había aprendido a valorarme.

Cuando me miraba a un espejo, ya me reconocía.

Era Olivia González.

Esa era yo.

No la chica débil y miedosa que fui en estos seis años.

No la chica que suplicaba, si no la que no iba a permitir que le pusieran más una mano encima.

Sonreí orgullosa de mi misma.

Cuando le conté a mis padres y mis hermanos todo lo que viví en ese tiempo, no me echaron la bronca como pensé, si no que, mamá se puso a llorar, papá y mis hermanos dijeron que lo mataría.

Pero lo que ellos no sabían es que...

Bueno eso no importa.

Salí de mis pensamientos cuando el coche frenó. Miré por la ventanilla y entonces lo vi.

Mi nuevo apartamento.

Le pagué al taxista y le agradecí cuando me ayudó a bajar las maletas.

Escuché como arrancaba y se marchaba, pero yo me quedé un momento observando la calle, a las personas que iban de aquí para allá, a mi nuevo hogar.

No podía creerlo.

Por fin tenía algo a lo que llamar hogar.

Por fin podía vivir.

Me encaminé con paso decidido hacia el edificio. La fachada era blanca, en algunos balcones había flores, otros estaban vacíos. Cómo el mío, el ático, el edificio constaba de tres pisos y el ático, osea cuatro, bueno cinco si tenemos en cuenta que el ático tenía dos pisos.

Abrí la puerta del establecimiento y entré. Me recibió un olor a lavanda que me encantó. Sonreí más si es que podía.

Me fijé que habia un chico bajito y menudo tras una recepción.

Levantó la mirada en cuanto escuchó mis pasos y si río amablemente.

—Buon pomeriggio signorina —saludó con una sonrisa— Sai parlare italiano vero? —asentí— Sì? Ok perfetto.

(Buenas tardes señorita, ¿Sabe hablar Italiano verdad?. ¿Sí? Vale, perfecto.)

Empezó a buscar algo en un cajón y me tendió tres pequeñas llaves. La primera y más grande que las otras, era la de mi apartamento, las otras eran, una de la puerta de entrada al edificio y la última del garaje.

Me explicó también las normal.

No mucho ruido.

No animales peligrosos.

Y no mucho más.

Le agradecí y subí al ascensor, marqué el número cuatro, las puertas se cerraron de inmediato.

En pocos minutos estábamos en mi piso, había otra puerta junto frente a la mía.

Tenía intriga por ver quién vivirá ahí.

Metí la llave más grande en la cerradura, ésta cedió y entré a mi hogar.

Cuando entrabas, a la izquierda estaba el salón-comedor-cocina, me encantaba que fuera un espacio abierto, a la derecha del salón había una pequeña puerta, y yo como curiosa que soy la abrí, y bueno, sólo era el baño.

A su derecha estaban unas escaleras de caracol, monísimas.

Las subí con las maletas en las manos y me encontré con un espacio que claramente usaría para mi rincón de lectura.

Seguí observando aquí y allá.

Más adelante, otra vez, a la derecha había una puerta. Era una habitación no muy pequeña, pero estaba muy bien. Si giraba mi cuerpo veía una habitación abierta.

Era. Enorme.

Caminé por la habitación para abrir el balcón pero paré en cuanto divisé el vestidor que había. Me giré lentamente con los ojos muy abiertos y sonreí con malicia.

Mi yo de nueve años estaría súper feliz de tener uno.

Habia otra puerta, cerca de la cama frente al balcón, era otro baño.

Bueno, ya os he hecho un toque voy a deshacer la maleta.

¿Con quien hablas?

Perdón, por un momento me he sentido como si estuviera grabando un vídeo para YouTube.

Levanté ambas maletas y las tiré a la cama de mala manera. Empecé a sacar, doblar y meter ropa en el armario.

Casi una hora después —tenía que quedar todo perfecto— terminé con la ropa. Cómo no tenía nada en la nevera fui al super a comprar.

Cuando llegué del super lo coloqué todo en su sitio agarre unos croissant de la despensa y me senté en el sofá viendo ofertas de trabajo.

Hace cinco años terminé la carrera de diseño de interiores. Siempre me había encantado eso. Era... no sé, de alguna forma decir esto lo he hecho yo y poder sentirme orgullosa, aunque sólo fuera un diseño, pero me sentía orgullosa por haber hecho algo en la vida.

No encontré nada. Hasta que vi un nombre que me llamó la atención.

Martinelli enterprise.

Mmm... interesante.

Era una empresa de arquitectura.

Y NECESITABAN UNA DISEÑADORA DE INTERIORES.

Sonreí de oreja a oreja y llamé al número que aparecía en pantalla.

Le conté que tenía una carrera de diseño y que siempre que hacía algo así lo hacía con mucho amor.

La mujer me consiguió una cita con el jefe.

Gianmarco Martinelli.

Tenía nombre de ser un hombre potente, de ser un hombre frío y distante, de empresario poderoso.




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