Ramé

Prólogo

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Londres, 2016

Aurora

El viento de la primavera acariciaba suavemente mi rostro. El dulce aroma de las flores llenaba mis sentidos, envolviéndome en su fragancia embriagadora. A nuestro alrededor, las hojas delicadas y rosadas del viejo árbol de cerezos caían en una danza suave y melancólica, creando un escenario mágico que realzaba aún más la belleza de aquel momento.

Sus hermosos ojos grises intensos, conectados con los míos como imanes, me regalaban una vista maravillosa que siempre me dejaba sin aliento.

Él estaba sentado sobre el suave césped, entregado a su pasión por la pintura, mientras yo me tumbaba boca abajo, intentando sumergirme en las letras de "Romeo y Julieta", la emblemática obra de William Shakespeare. Siempre habíamos compartido la misma pasión por el arte y los deportes: mientras a mí me gustaba cantar y deslizarme sobre el hielo con mis patines, a él le apasionaba pintar, dibujar y el baloncesto.

Cada segundo de su mirada fija en mí me hacía sonrojar, su atención inquebrantable me llenaba de una mezcla de emoción y timidez. Él había sido mi todo: mi apoyo, mi confidente, mi mejor amigo, mi crush, mi novio. Desde que nos conocimos siendo unos niños, habíamos sido inseparables. Nuestros padres se adoraban mutuamente, lo cual fortalecía aún más nuestra conexión.

― Deja de moverte, pequeña saltamontes.― me dijo con una mirada cargada de ternura, mientras sus hermosos ojos se clavaban en los míos.

― Quiero ver qué estás pintando.― le respondí con una sonrisa traviesa, mientras me incorporaba y me acercaba lentamente para ver lo que estaba haciendo.

Él, rápidamente, tapó el lienzo con su cuerpo y se tiró al suelo, evitando que pudiera echarle un vistazo.

― Es una sorpresa.― declaró con una sonrisa juguetona, intentando mantener el suspenso.

― Bueno, yo quiero verla.― respondí mientras me lanzaba dramáticamente sobre él, dejando escapar una risa llena de complicidad.

La pintura, escapándose de sus brazos, cae suavemente a su lado mientras él cae sobre su espalda. Yo me coloco encima de él, sumergiéndome en la profundidad de sus ojos tan hermosos. Mi mano se desliza por su cabello castaño y sedoso, acariciando su rostro mientras me acerco para besarlo. Sus labios son dulces y suaves, como si fueran la octava maravilla del mundo. Siempre encajamos perfectamente, nuestras bocas danzando en armonía. Una de sus manos baja a mi cintura mientras la otra sostiene mi cabeza, aferrándonos el uno al otro.

Nos separamos del beso y mis ojos se dirigen al lienzo. Es otra pintura mía, que muestra a una versión acostada junto al viejo árbol de cerezo, con mi cabello naranja destacando como el protagonista de la obra.

― ¿No te cansas de pintarme en cada segundo?― pregunté con una sonrisa, dándole un beso rápido.

Desde que él se adentró en el mundo del arte, la mayoría de sus obras son retratos míos. Aún recuerdo cuando presentó una de sus pinturas de mi retrato en la escuela, haciendo que me sonrojara frente a todos.

― ¿Y tú no te cansas de enamorarme constantemente?― preguntó sonriendo. Él dejó el lienzo a un lado.― Además, todos estos cuadros los exhibiremos en un museo algún día, y algunos de ellos adornarán las paredes de nuestro hogar.

― Prométeme que algún día nos casaremos.― dije, tomando su mano y entrelazando nuestros dedos.

Mi corazón latía con fuerza al tenerlo junto a mí. Cada día lo amaba más y no podía imaginarme una vida sin él.

― No sabes cuánto estoy deseando hacerte mi esposa. Falta poco para que cumplas 18 años y nos convertiremos en marido y mujer. Tendremos tres o cuatro hijos preciosos, con tus mismos ojos y tu hermosa melena anaranjada.― dijo, su sonrisa iluminando su rostro al verme.

En ese momento, sentí como el futuro se desplegaba ante nosotros, lleno de promesas y sueños compartidos. La certeza de que nuestras vidas estarían entrelazadas para siempre era abrumadora, pero en el mejor sentido posible. Juntos, crearíamos un hogar lleno de amor, arte y risas, donde cada pincelada y cada palabra serían una expresión de nuestro amor eterno.

― Faltan dos años.― dije haciendo un puchero, deseando que el tiempo pasara más rápido.

― Pasarán rápido, ya verás. Cumpliré mi promesa, mi pequeña saltamontes.― afirmó con convicción.

Una melodía suave comenzó a brotar de mis labios.

" Cuenta la leyenda que hay un hilo rojo que tenemos todos

Que aunque no podemos ver Nos conecta a otro ser

Y hagas lo que hagas, el destino ya está escrito en oro

Bendito tesoro Me encontraste y te encontré

Había guardado mi alma en un cajón

Junto a mi corazón

y un día de pronto tu amor me cambió

y me cambió para bien

Bendito aquel día en que

Pintaste de rojo mi corazón roto y te pude reconocer

Tú amor me cambió

Y ahora quiero ser yo

Quien te devuelva el favor




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