Ramé

V

«¿Secretos?»

ISABELLA

―¿Quién era? ―pregunta Marie desde la sala, levantando la cabeza por encima del respaldo del sofá.

―Elliot ―respondo con tono neutral, intentando sonar despreocupada.

Marie se levanta y camina hasta la entrada. Al ver a Elliot con el ramo en la mano, sonríe amablemente.

―Hola, Elliot. ¿Quieres pasar? Estamos viendo una película.

Sin esperar mi opinión, él asiente con una sonrisa encantadora y entra.

Pasa junto a mí como si nada, sin siquiera preguntarme si quiero que se quede. Su proximidad me provoca un escalofrío, pero no de emoción, sino de incomodidad. Su perfume me envuelve, familiar pero molesto esta vez.

Suelto un suspiro casi imperceptible y regreso a la sala con él. Al llegar, noto que ya está sentado en mi lugar, como si fuera natural. Me siento a su lado de mala gana, sin entender del todo por qué me molesta tanto. Después de todo, es mi novio... ¿cierto?

Intento concentrarme en la película, pero mis ojos no dejan de moverse por la habitación, hasta detenerse en un detalle que hace que mi estómago se hunda.

La tarjeta.

La tarjeta de presentación de Alexander sigue sobre la pequeña mesa frente a nosotros. Justo al alcance de cualquiera... justo al alcance de Elliot.

Si él la ve... estoy en problemas.

Respiro hondo y pienso con rapidez. Necesito tomarla sin parecer nerviosa ni levantar sospechas.

Marie se levanta del sofá y se dirige a la cocina. A su regreso, le extiende una lata de Coca-Cola a Elliot.

Este es mi momento.

Finjo torpeza y, al pasar la mano cerca de él, presiono mal la lata. El líquido se derrama directamente sobre su camisa.

―¡Ay, no! ¡Lo siento mucho! ―exclamo con falsa desesperación, alzando una servilleta mientras él intenta limpiarse―. ¡Qué torpe soy!

Aprovechando que está distraído, deslizo la tarjeta rápidamente hacia mí y la escondo dentro del bolsillo de mi pantalón de pijama.

―Déjame ir por pañuelos ―digo, levantándome con prisa.

Llego a la cocina y, al cerrarse la puerta tras de mí, suelto un suspiro de alivio. Me apoyo contra la pared y cierro los ojos. Siento el corazón latiendo acelerado dentro de mi pecho.

Abro un cajón, saco unos pañuelos de papel y me doy la vuelta.

Me detengo en seco.

Elliot está parado en la entrada, mirándome con el ceño ligeramente fruncido.

―¿Te pasa algo? ―pregunta con voz baja, casi preocupado―. Te noto... nerviosa.

Sus ojos me observan como intentando leer algo entre líneas.

Yo solo atino a tragar saliva.

Me recompongo tan rápido como puedo. Acomodo mi expresión para que no refleje el torbellino de emociones que me atraviesa. Con los pañuelos en la mano, doy un paso para salir de la cocina, pero Elliot ya está ahí. De pie. Inmóvil. Sus ojos me examinan como si buscara algo más allá de lo visible.

―¿Estás bien? ―repite, su tono más insistente.

―Claro que sí. ¿Por qué lo dices? ―pregunto fingiendo sorpresa.

―Desde que llegué te noto distraída... ―da un paso hacia mí―. Estás pálida, como si estuvieras asustada. ¿Pasó algo?

Trago saliva, intentando sostener mi mentira.

―No, en serio... solo fue un mal día. Estoy cansada. Y lo de la soda me puso más nerviosa. ―Le extiendo los pañuelos, intentando mantener las distancias―. Toma, límpiate bien antes de que se manche.

Intento rodearlo para volver al salón, pero no me lo permite. Se interpone en mi camino, y antes de que pueda reaccionar, me toma de la muñeca con suavidad, pero con firmeza, obligándome a mirarlo.

―Isabella... mírame ―dice con voz baja, casi como una súplica.

Yo levanto lentamente la vista. Sus ojos me buscan, pero no logran calmar el huracán dentro de mí.

―¿Qué te pasa? ―pregunta en un susurro―. ¿Por qué estás así?

―¿En serio me preguntas eso? ―le espeto, sintiendo la ira hervirme por dentro―. ¿Te parece poco lo de anoche?

Él frunce el ceño, confundido.

―¿Qué con anoche?

―¡Te desapareciste, Elliot! ―mi voz se eleva, aunque trato de no gritar―. Me dejaste sola. Rodeada de desconocidos. Y ni siquiera tuviste la decencia de llamarme después. Nada. Ni una maldita disculpa hasta ahora. ¿Tú crees que eso está bien?

Su expresión cambia, parece avergonzado... por un segundo.

―Tienes razón ―admite―. Me equivoqué. No debí irme así.

―Ni siquiera me dijiste a donde ibas ―sigo reclamando―. Me hiciste pasar un momento horrible.

Elliot suspira profundamente. Baja la mirada un instante y luego la fija en mí con un gesto más suave.

―Por eso estoy aquí ―dice, soltando mi muñeca pero manteniéndose cerca―. Quiero enmendar lo que hice. No me gusta verte así... Quiero que vengas a cenar esta noche a mi departamento. Cocinaré para ti. Haré lo que esté en mis manos para que me perdones.

Mi mente lucha entre aceptar o rechazar. Parte de mí solo quiere alejarse por momentos, pero otra parte... la que está cansada de discutir, de sentirse culpable, de sostener la tensión... asiente a regañadientes.

―Está bien ―respondo, sin entusiasmo.

Elliot sonríe, como si acabara de ganar algo importante.

―Te espero a las ocho. No llegues tarde ―dice, con un tono que intenta sonar encantador, aunque lo siento autoritario.

Sin más preámbulo, se acerca y me besa. Es un beso rápido, pero brusco, como si quisiera marcar territorio. No hay ternura en él, solo una urgencia incómoda.

Yo no respondo.

Cuando se separa, su mirada aún se mantiene fija en mí, como esperando algo. Pero no digo nada. Simplemente observo cómo se gira y se marcha por la puerta, despidiéndose con un simple ademán con la mano.

Cuando la puerta se cierra tras él, me quedo ahí, sola. El silencio vuelve a llenar la cocina.

Sin pensar, llevo una mano a mis labios y me los limpio con la manga del pijama.

No fue solo un beso... fue una invasión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.