Ramé

VII

a29b4aa3fdb5d1bdad6383913ca3b8af.gif

«Onírico»

ALEXANDER

La puerta entreabierta deja escapar una luz cálida y tenue que apenas ilumina su figura dormida. Me recuesto contra el marco, los brazos cruzados, en un intento inútil de contener todo lo que me hierve por dentro. Sé que está mal. Sé que estoy invadiendo su espacio. Pero no puedo apartarme. No todavía.

Sus cabellos anaranjados se esparcen sobre la almohada, enredados en un desorden tan perfectamente natural que me hace doler el pecho. Es tan... idéntica. A ella. A mi Aurora. Esa coincidencia imposible me atormenta desde que la vi por primera vez. Pero no es solo por eso que no me puedo alejar.

Mi mirada se desliza, casi con miedo, por sus brazos expuestos. La sábana le cae ligeramente a un lado, dejando ver las marcas. Las veo bien ahora. Los dedos de Elliot. Sus labios. Su violencia. Mordidas, moretones, chupetones que ni siquiera pueden disfrazarse como pasión. No. Son manchas de fuerza. De ego. De propiedad. De abuso.

Siento que se me revuelven las entrañas.

Me acerco. Siento que mis pasos pesan toneladas mientras camino hacia ella. Me siento en el borde de la cama, en silencio. Observo. No quiero despertarla. Quiero proteger este pequeño momento de paz que parece tener entre las sombras de esta noche de mierda.

Llevo una mano a su rostro, sin tocarla del todo. Solo la rodeo, como si mi calor pudiera envolverla sin invadirla. Es hermosa. Dolorosamente hermosa. No entiendo cómo Elliot puede tener algo así entre sus manos y hacerle daño. ¿Qué clase de hombre hace algo así? No, no es un hombre. Es un cobarde. Un desgraciado.

Me levanto, de golpe. El corazón me late con tanta fuerza que parece sacudir todo mi pecho. Camino fuera de la habitación y tomo las llaves del auto. No pienso. No planeo. Solo actúo.

Cierro la puerta con cuidado. No quiero que se despierte. No quiero que me vea así, consumido por una rabia que me quema desde adentro. Una rabia que no es solo por ella. Es por todas. Por cada mujer que ha llorado en silencio mientras el mundo mira hacia otro lado.

El ascensor tarda demasiado. Mis manos tiemblan. Mis pies pican con una urgencia que no sé controlar. Cuando finalmente llego al estacionamiento, subo al auto como si el asiento me escupiera. El motor ruge. Acelero. La ciudad pasa como un borrón de luces. Ya no me importa nada.

Sé dónde encontrarlo.

El edificio aparece ante mí como un recuerdo reciente. Hace apenas unas horas, la dejé allí. Inocente. Insegura. Iba a ver a su novio. Y él...

Aparco sin siquiera fijarme si hay espacio. Bajo del coche, mis pasos retumban en el concreto. Pico el botón del ascensor. Subo. Llego a su puerta. Golpeo. Fuerte. Dos veces. Tres. Silencio. No me importa. Golpeo de nuevo. Insisto. Hasta que...

La puerta se abre.

Y ahí está él.

Elliot.

Sin camisa. En pantalones de pijama. Despeinado. Sudado. Con marcas de labios en el cuello que no son de Isabella.

Su sonrisa nerviosa me enciende como gasolina. Está agitado, como si acabara de salir de una escena pornográfica y me mira como si yo fuera el intruso.

Antes de que pueda decir algo, lo tomo del cuello y lo lanzo al suelo con un solo golpe que parte el aire. Mi puño arde. Su rostro se desfigura por el impacto. Cae de espaldas, jadeando.

―¡Maldito hijo de puta! ―le grito, temblando de ira―. ¿¡Cómo te atreviste a tocarla!?

Elliot se incorpora, furioso, y me lanza un puñetazo directo al estómago. Apenas lo siento. Lo empujo de nuevo. Vuelve al suelo como una muñeca rota. Lo encaro.

―¡¿Quién carajo te crees tú para venir a mi casa y faltarme el respeto así?! ―grita él.

―¡A una mujer no se le toca! ―le escupo, cada palabra cargada de desprecio―. ¡No se le marca, no se le fuerza, no se le hiere! ¡Hijo de puta! ¡Cobarde!

Se limpia la sangre del labio. Me mira con odio.

―¡No es asunto tuyo! ―escupe―. ¡Es mi novia! ¡Veré qué carajos hago en mi relación! ¡Tú no tienes derecho!

Le lanzo otro golpe, esta vez directo a las costillas. El crujido que escucho es suficiente para que caiga al suelo gimiendo de dolor, hecho un ovillo.

―¿Solo porque es tu novia crees que puedes tratarla como propiedad? ―le gruño entre dientes―. ¡Es una mujer! ¡Con eso basta! ¡Con eso basta para que vengas y te lleves lo que te mereces!

Me enderezo, mi pecho sube y baja con furia.

Entonces lo veo.

Una cartera. En el suelo, a un lado del sofá. De una mujer.

No es de Isabella.

Miro a Elliot con asco. Como si fuera menos que basura.

―Das pena ―le digo. Me agacho a su nivel―. Das asco como persona. Y si vuelves a acercarte a Isabella, te juro que no te vas a levantar la próxima vez.

Me incorporo y me giro sin esperar respuesta. Camino hacia la puerta. No escucho pasos detrás. Solo un gemido apagado y cobarde.

Salgo. El ascensor tarda menos esta vez. Mis nudillos sangran, pero no me importa. La imagen de Isabella llorando en mis brazos vuelve a mi mente. Sus ojos azules como un mar en la oscuridad. El temblor en sus labios.

Y una sola idea me sostiene: no voy a dejar que vuelva a romperse.

No otra vez.

✧✧✧✧✧✧✧✧✧✧♡✧✧✧✧✧✧✧✧✧✧

El cielo empieza a aclarar por entre las ventanas del salón. No he dormido. No puedo. Cerraba los ojos y todo volvía: sus sollozos, el temblor de su cuerpo en mis brazos, las marcas en su piel. Todo me sigue ardiendo por dentro, como si la rabia no encontrara por dónde salir y solo me devorara por dentro.

Estoy sentado en el sofá, el cuerpo entumecido y los pensamientos enredados. El silencio del departamento es tan profundo que cualquier pequeño sonido se vuelve una explosión. Me inclino hacia delante, con los codos sobre las rodillas, frotándome el rostro con fuerza, intentando despejar un poco la mente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.