Rapture; el éxtasis de la juventud

6. | "¿Tierna o extraña?"

Si cada cabeza es un mundo, la de él es una galaxia. 

ENRICO MORETTI



Mis objetivos de hoy eran: pasar la resaca de mierda y entregar las putas piruletas.

A pesar de que fue el sábado que esnife la mierda que llevo Bruno, ayer también bebí hasta la inconsciencia. Por lo que hoy el día iba de mal en peor, el inicio fue despertar vomitando y la cumbre en tener que volver a hablar con la chica extraña. No había querido forzarme a mi mismo a desayunar, tenía el estómago cerrado. Aunque sabía que agua y comida le haría bien. Las clases fueron una tortura, pase todas y cada una de las horas preguntándome porque si quiera se había dignado a aparecer ese día.

Muy bien habría podido llevar las piruletas otro día, y por las clases ni hablar. Estaba sentado en el salón, pero no lo estaba. Esa mañana mis ojeras estaban tan marcadas, que habían tomado una tonalidad azulada.

Me veía asqueroso.

Bruno, por el contrario, estaba fresco como una lechuga. ¿Cómo lo hacía? Suponía que era el hecho de que yo no estaba acostumbrado, y el sí. No entendía con claridad que mierda pasaba con el papá de Bruno y el. Bruno no contaba nada de esas cosas, lo único que yo sabía era que le regalaba coca. Pero nada más, y era un mal amigo por apenas darme cuenta de cuan extraña relación se gastaban esos dos.

Ahora, era el receso y no tenía hambre, solo unas inmensas ganas de fumarme un porro. Pero por ahora iba a conformarme con caminar hasta el jardín trasero del St. Anne. Le había preguntado a Gustaine sobre el paradero de su amiga, y el, muy amable, me lo dijo. Ahora, la mochila me colgaba del hombro derecho, mientras lanzaba miradas de muerte al que se paseaba frente a mí. Estaba jodidamente loco.

Cuando llegue al jardín, el aroma floral y natural golpeo mis fosas nasales con fuerza. El jardín era una extensión de césped, con plantaciones de árboles y flores de todo tipo. Cada quince días venían jardineros a podar los setos para que conservaran su forma simétrica, y el césped para que no creciera más de lo requerido.

Y... ahí estaba la chica extraña.

Me acerque a ella, preparándome mentalmente para otra tanda de extrañeza. La chica me daba la espalda, estaba sentada en una de las bancas de concreto, desde ahí me di cuenta de que tenia los auriculares puestos. El cabello corto, le caía liso hasta la barbilla, y se le despeinaba en la raíz. Admitía que era guapa, tenía un aire de misterio que llamaba la atención.

No me moleste en hablar, me senté a su lado y espere a que se diera cuenta de mi presencia. Ella, como la vez anterior, me ignoro al inicio. Se limaba las uñas, mientras movía la cabeza al ritmo de la melodía que solo escuchaba ella. Me di cuenta de que sus pies se movían inquietos, siguiendo con sincronía los balanceos de su cabeza, me daba la impresión de que en su mente estaba bailando.

Un auricular se deslizo fuera de su oído, esa era mi oportunidad.

—Vine a hacer mi pago.

Detuvo sus movimientos. Alzo su mano, hasta ponerla frente a ella, la evaluó en silencio.

— ¿Y si me prestas atención, bella? —insistí—. Que no tengo todo el día.

Estaba impaciente por un porro.

—Mejor relájate un rato—hablo ella, por primera vez—. Me agobia que seas tan errático, ten...—puso el auricular en mi oído—. Escucha música y relaja el ano un momento. Ahora dime, ¿crees que están simétricas?

En mi oído exploto una mezcla de sonidos que no conocía. Arrugue el cejo sin saber que decir, ¿otra vez me dejaba enredar por las redes de extrañeza de esta chica?

— ¿Qué dices? ¿Tienen simetría? —hizo bailar sus dedos frente a mis ojos.

—¿Y yo que mierda se?

—Me ha parecido que tienes ojos, ¿no? ¿Están simétricas o no?

Les eche un vistazo por encima.

—Pues, si.

—Venga...—sonrió—, me parece que puedes hacerlo mejor.

Exasperado, tome su mano y observe con atención sus uñas. Eran largas, pero no de una forma excesiva, tenían una bonita forma y se notaba que las cuidaba.

—Me parece que la del dedo índice está un poco más larga que las demás.

Alejo su mano de la mía, y arrugo el cejo mientras la observaba.

—Tienes razón.

Luego procedió a coger la lima, y empareja la uña con las demás. En ese instante, una canción comenzó a sonar en los auriculares, y la melodía contenía lo que parecían gaitas. Si no supiera tanto de ingles, habría pensado que estaba siendo cantada en gaélico.

El sonido era hipnotizante, me quede como un idiota con la mirada clavada en como limaba sus uñas. Mientras la canción se escuchaba en mi oído, todo era tan extraño.

—Listo—murmuro, dejando la lima a un lado—. Dime, ¿ahora qué tal?

No queriendo cometer el mismo error pasado—pues sabía que iba a insistir—, ahora si le di mi atención completa a sus uñas. Me parecía que estaban perfectas.

—Creo que ahora si están bien.

Sonrió, satisfecha. Mientras guardaba su lima en un pequeño bolso. Me sorprendía que siquiera la hubiera traído, en el St. Anne no se permitían objetos afilados de ningún tipo.

—Oye...—llame su atención—, ¿cómo se llama la canción?

Ella me miro.

— ¿Te ha gustado?

Asentí.

—Se llama The Sky Boat Song, no sé quien la canta, pero búscala como la intro de Outlander y te aparecerá.

Fruncí el ceño, el nombre me sonaba.

— ¿Es un programa de televisión?

Inmediatamente sonrió.

— ¡Sí! Lo pasan en HBO y Fox, deberías verla. Es fenomenal.

Ya sabía porque le sonaba. La había visto varias veces haciendo zapping pero no le había apetecido verla.

— ¿De qué trata? —pregunte, considerando seriamente sobre verla.

—Sobre una mujer del siglo XX, llamada: Claire. Que va a un viaje a Escocia con su marido: Frank. Y es trasportada en el tiempo doscientos años atrás.

De ahí comenzó a hablar con entusiasmo sobre el programa de televisión. Incluso repitió la canción varias veces, me hizo olvidar por un momento a que había ido a verla. La chica poseía ese don, absorbía al receptor con sus palabras, gesticulaba con las manos mientras seguía hablando con entusiasmo. Yo solo la observaba con los ojos entrecerrados, envidiándola desde lo más profundo de mi alma.

¿Por qué yo no podía ser así? Tan feliz y chispeante como ella, rezumaba alegría por los poros, a la vez me hacía sentir confundido. ¿Esta era la chica que inspiraba temor en el St. Anne? Era dulce como un pastelillo, no entendía ni mierda. Además, ¿por qué sentía yo envidia de ella? Una simple becada, que apostaba tenía que partirse el culo para comer, mientras yo solo tenía que levantar el móvil y ya tenía la comida servida, el plato que yo quisiera. Pero... apostaba que ella tenía el amor de sus padres, que su casa era cálida, que todas las mañanas era despertada con el cálido aroma del desayuno recién hecho.

—He venido a traerte el pago—la corte a media oración, se quedo en silencio mirándome, mientras yo abría mi mochila y sacaba el paquete de piruletas.

Le ofrecí el paquete, pero ella solo se quedo mirándome fijamente.

— ¿Qué? —pregunte, cuando no acepto el paquete.

— ¿Te he tratado mal los minutos que has estado aquí sentando a mi lado?

— ¿Uh?

—Te he hecho una pregunta, ¿te he hecho sentir incomodo de alguna forma?

Negué con la cabeza, mientras fruncía el ceño. ¿Ahora qué? 

—Entonces, ¿crees que merezco ese mal trato de interrumpirme mientras hablo? —con una mano, arrebato el paquete de la mía, y con la otra el auricular de mi oído—. Has sido grosero, ya no podemos ser amigos. Lárgate.

Se giro, dándome la espalda, mientras yo me quede ahí con los labios entreabiertos y una cara de: wtf?

La chica se coloco ambos auriculares, mientras seguía limando sus uñas como si yo nunca hubiera estado ahí. Me sentí un imbécil. 

¿Por qué era así? A pesar de que me parecía una chica extraña y con un tornillo zafado, admitía que tenia cojones y mucha razón. Ella se había comportado muy bien con él, no era culpa de ella mis problemas familiares.

Aspire hondo, preparándome para hacer algo a lo que no estaba acostumbrado a hacer: pedir disculpas.

—Oye...—toque su hombro, recibiendo la ignorada del año, pues ella hizo como si no lo hubiera sentido.

Puse los ojos en blanco. Le quite un auricular.

—Lo siento—dije, muy rápido—. Soy un capullo.

Me miro sobre su hombro, con una sonrisa brillante.

—Es cierto, eres un capullo—se acomodo en la banca, quedando frente a mi—. Pero esa disculpa sonó como si te costara, así que te disculpo. Somos amigos de nuevo.

—Imagino que tienes muchos amigos.

— ¿Por qué?

— Tienes una rapidez anormal para decidir quién será tu amigo, y quién no.

Rio.

—En realidad solo tengo un amigo—musito, mirándome seria—. Solo elijo a los que valgan la pena, y hasta ahora solo han sido dos. Incluyéndote a ti.

Desvié la mirada para que no viera la pequeña sonrisa que se había formado en la comisura de mi labio. En ese momento sonó el timbre, anunciando el final del receso y la siguiente jornada de clases. Laurent se levanto de la banca como si tuviera chinches.

Ciao—se despide.

Guardo sus cosas, y se fue regalándome una sonrisa. Me quede sentado en la banca, pensando en lo muy extraña que era. Pero extraña... de forma, ¿tierna?

Me levante de la banca, caminando con las mismas ganas de antes de ir a clases. Eso quería decir: ningunas. Lo pensé mejor, ¿para qué iba a ir? Si ni que prestara atención, se dio la vuelta para ir a la salida.

—Alto ahí, guapo.

No preste atención e hice a mis piernas moverse con más rapidez. Mi cuerpo no tenía ni una puta fibra de ganas de intercambiar palabra con Michella. Aunque sabia que iba a preguntarme sobre Laurent, yo solo quería largarme.

—Espera, joder. Que tienes un motor en el culo—corrió para ponerse a la par de mi, cuando me alcanzo me cogió del antebrazo, deteniendo mi avance. 

Le arrebate su agarre, molesto.

—No me toques al menos que me la vayas a chupar.

—No seas gruñón, Enrico. Que solo quiero hacerte una pregunta.

Suspire, mirando al techo.

—¿Qué quieres?

—¿Hablaste con la putilla?

—Si—respondí. 

Se quedo en silencio, como esperando algo. Yo solo la observe con mi cara de culo habitual.

—¿Y...?

—¿Y qué?

Michella aspiro aire con lentitud, como pidiendo paciencia.

—¿Va a callar la boquita?

Rodé los ojos.

—Sí, ¿me puedo ir ya?

No espere una respuestas, comencé a alejarme.

—Espera—volvió a detenerme.

Se me acababa la paciencia.

—¿Qué?

Sonrió, mordiendo su labio inferior.

—¿Qué has hecho para que se quedara callada? —pregunto, con malicia en sus ojos—. ¿La has follado?

La mire con el ceño arrugado, ¿qué clase de empatía era esa? Me aleje dejándola con la palabra en la boca. A veces no entendía a las chicas.

No sabía si era por envidia o que mierda. Pero, ¿cómo Michella siendo mujer, me pedía que follara una chica y luego le rompiera el corazón? No entendía, ¿no era ella mujer también? ¿Le gustaría a ella que le pasara lo mismo? Por su parte, a el no le gustaría que a Marcia le pasara lo mismo. Que le hubiera pasado lo mismo, se corrigió mentalmente.

Aun le costaba acostumbrarse al hecho de que ella ya no estaba. A pesar de que ya había pasado un año.

Estuvo a punto de pasar la puerta, estuvo a punto de ver la libertad. Pero... a veces las cosas no sucedían como queríamos, ¿no es así?

— ¡Eh, tú! —reconocí la voz, por lo que me apresure—. Ven aquí, Enrico.

Maldita sea, me había reconocido. Me detuve sabiéndome atrapado, y espere hasta que Greg se detuvo a mi lado.

— ¿Pensabas escaparte en mi territorio? —pregunto lo obvio.

— ¿Fue muy obvio?

—El sarcasmo déjalo para las tontas a las que te follas. A mi háblame con respeto, soy el director. Y si no quieres que me ponga en tu contra, vete a clases.

— ¿Para qué? Si no estoy pendiente de una mierda.

— No me interesa—ordeno—. Largo, largo. Y aprende que bajo mi territorio nadie escapa, ni de Johny el portero.

Resople. Greg era director del St. Anne desde como hace diez años, quien sabia. Era un buen tipo, y empatizaba mucho con los estudiantes—quizás de más—, era guapo. Claro, si te gustaban los maduros.

Me había escapado varias veces, tenían razón no podía escapar de Johny, pero si podía comprarlo. La última vez fue una tarta de fresa, esta vez iba a darle un par de billetes.

Lo mejor de Greg, era que al contrario de Johny, no se dejaba comprar.

No fui a clases, no estaba de humor para ver a la profesora Orazia, me desvié hasta el campo de futbol. Sabía que si me escondía bajo las gradas, no iban a encontrarme.

Camine, quejándome mentalmente por el hecho de que el campo de futbol estaba al otro lado del St. Anne. Todo por no ir a clases. Mi mente se dividía entre Laurent, Michella, Marcia y fumarme un porro. 

Estaba tenso y sabía que tenía los labios crispados, una mueca de: vete a la mierda, y las cejas arrugadas. No entendía porque siempre tenía semblante de estar enojado, incluso cuando no lo estaba. Pensaba en Laurent, en que era una chica sencilla, y a él le parecía que era muy feliz.

A pesar de que no tenía muchos amigos, ni dinero. Los estudiantes le temían, y aun no entendía el porqué. Laurent no llegaba ni al metro sesentaicinco, tenía el rostro pequeño y redondo, pecas en la nariz y cejas arqueadas, sobres unos ojos pequeños y en forma de almendra. Lo que más daba miedo de Laurent eran sus ojos, eran dos pozos negros, y te miraban como si evaluara tu alma. Era espeluznante. Pero no lo suficiente como para espantar a una sociedad estudiantil entera.

Llegue hasta el campo, sintiéndome como James Bond, buscando los puntos ciegos de las cámaras de seguridad. Podía ser que Greg estuviera paseándose por ahí, pero Julia, su asistente, vigilaba las cámaras mientras el no estaba. No quería otra regañina.

Cuando estuve a salvo debajo de las gradas, me deje caer en el suelo de concreto áspero, lo más seguro es que luego tuviera el culo sucio, pero no me importaba. Dejé caer la mochila a mi lado, revisando los pequeños bolsillos delanteros, saque lo que quedaba de mi último porro.

Observe mis dedos con aprehensión, me sentía extraño. Sabía que si seguía por el camino por donde iba, terminaría cayendo en un pozo oscuro de absoluta adicción. Pero no sabía cómo canalizar su ira y dolor, yo no era de esos que golpeaba las paredes hasta dejarme los nudillo amoreteados. Ni los que alzaban pesas en el gimnasio hasta que su cuerpo no daba para más. 

No, yo era más silencioso, era un fiel creyente que dejando que el tiempo pasara, poco a poco la herida iría cerrándose y el dolor menguando. Pero, ¿qué hacia mientras? ¿Cuánto tiempo tenía que esperar? Perdía su tiempo culpando a sus padres ausentes, pero sabía que su dolor solo podía cargarlo él. La presencia de sus padres no lo haría sentir mejor, pero al menos lo haría sentir... acompañado.

Era un imbécil total. Patético e imbécil.

Suspire, desviando la mirada del porro. Tome mi móvil del bolsillo de los pantalones de mi uniforme, me di cuenta de que faltaban dos minutos para terminar la jornada estudiantil. Era ahora, o nunca.

Busco el encendedor del mismo bolsillo de donde saco el porro, y encendió la punta. Observo cómo se chamuscaba el papel, y poco a poco el humillo blanco salía.

Lo llevo a los labios y tomo una calada profunda. Lo retuve y trague el humo, tosí un poco, aun no estaba acostumbrado a fumar, y menos marihuana. Dieciocho años sin fumar, y solo varias semanas abusando de mis pulmones. Llevaba cierto tiempo fumando, hasta jure escuchar el sonido de la campana, anunciando el final de día. Yo estaba ido.

Luego, comencé a sentirme mal. El estomago se me revolvió, me maree, tuve nauseas. Y un pitido se instalo en mi oído, justo antes de desmayarme.




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