Rapture; el éxtasis de la juventud

7. | "Gato quemado"

Las cosas más sorprendentes, vienen en frascos pequeños.

LAU GENOVIEVE

 

 

 

Todo el mundo alguna vez en su vida ha escuchado la frase: la curiosidad mato al gato. Yo siempre fui un gato curioso, pero nunca me había quemado por culpa de mi curiosidad. 

También hay otro dicho que dice: para todo hay una primera vez. Este fue el día en que todos los putos dichos me dieron un puñetazo en el rostro. Supongo que lo merecía, el karma no podía dejarme ir por ahí libre sin recibir mi merecido por ser tan chismosa. 

Este día todo ocurrió de forma normal... hasta que decidí quedarme todo el receso en el jardín trasero, en vez de sentarme en el comedor con Gus, como solía hacer. Luego: Enrico. Me había dado mis piruletas y habíamos tenido una conversación extraña, dirigida mayormente por mí y mis balbuceos. 

Luego había, a última hora, estaba teniendo mi examen de Ciencias Naturales. Adivina, lo hice excelente, fui la primera de la clase en entregar el examen, por lo tanto tuve el derecho de retirarme del salón de clases. 

Ahí todo se torció, fui testigo de la reprimenda que Greg le dio a Enrico. Y también observe como Enrico se desviaba de su salón de clases, al que debería ir. Hoy mi lastima por Enrico se había acrecentado de forma considerable, ¿cómo una persona puede siempre estar tan amargada? Para mí era incomprensible. Yo que siempre tenía una sonrisa de oreja a oreja, incluso cuando lo que más quería hacer era llorar. Supongo que nunca lograría entenderlo, pero, mientras, lo intentaría porque estaba aburrida. 

Enrico se creyó inteligente por darles el esquinazo a las cámaras de seguridad, pero no lo fue lo suficiente para darse cuenta de que yo lo seguía. Era increíble como una persona se podía refugiar dentro de su mente y hacerse ajeno al mundo exterior, Enrico no sintió ni siquiera mi mirada ansiosa. Nada de nada. 

Por lo tanto llegamos al campo de fútbol y él se refugió debajo de las grada, mientras yo me refugiada justo frente a él, a la vista total. Nunca se dio cuenta. 

Observe como encendía un porro de marihuana, y también como inmediatamente su rostro se metamorfoseaba. Una mirada ida se apoderó de su rostro, de hecho se quedó observando el cielo con una cara de imbécil, mientras tenía los labios entreabiertos. Tenía los ojos como dos canicas, grandes y sin pestañear. Era espelúznate. Pero ahí permanecí. 

Luego... luego todo se torció el quíntuple. Enrico frunció el ceño, se observo las manos con extrañeza y luego... luego se desplomó. Todo fue tan rápido y repentino, que yo me quedé como una tonta mirando a ver si es que de repente había decidido que acostado se sentía más cómodo. Pero no, jodida mierda. 

Tarde ciertos minutos en reaccionar, minutos que en los que sabía los estragos que este episodio causaría en mi. Y aunque yo pude correr al edificio a pedir ayuda, no confiaba en dejarlo solo, tenía la absurda idea de que si me quedaba con él a su lado, nada grave de ocurriría. 

Corrí con el corazón desbocado por el nerviosismo, no podía ser. El espacio que nos separaba era corto, por lo que no tarde ni dos minutos en llegar a su lado. 

Deje caer mi mochila a su lado, y me arrodille para palmear su mejilla. 

— ¡Enrico! —la voz me salió entrecortada—. ¡No te duermas, mantente despierto! 

Enrico movió los labios, lo que me dio a saber que no había caído en una completa inconsciencia. Tenía los pensamientos revueltos y las manos me temblaban. 

En el rostro de Enrico, visualizaba el de mi mamma cuando en el pasado tuvo episodios similares, pero por cuestiones diferentes. Cogí los hombros de Enrico, para acomodar su cabeza en mis rodillas, toque su frente sintiéndola pegajosa por el sudor. Tenía cierto conocimiento sobre que debía hacer en estos casos, pero la mente no me dejaba procesar lo que estaba pasando. 

Me sentía al borde, quería llorar. Ver situaciones de este tipo revivía experiencias que quería olvidar. 

¿Qué hacia Greg cuando tenía bajones similares? Me daba dulces, ahora, ¿dónde encontraba dulces? 

Pensé y pensé, hasta que recordé las piruletas de Enrico. ¡Lo tenía! Me incline hacia atrás para coger mi mochila, la abrí recogiendo la bolsa del interior, el grueso plástico sonando cuando mis dedos presionaron el borde. Tenía las manos tan inestables y temblorosas, que saque la bolsa de mi mochila, intentando abrirla y cuando lo conseguí las piruletas se desparramaron en el suelo de concreto. 

Tenía los ojos cristalizados, y con la respiración acelerada cogí una piruleta y me llene de una frustración enfermiza al intentar quitar el plástico que envolvía la piruleta y este no se quitaba. 

—¡Maldita sea! —grite, con la voz ronca. 

Sin darme cuenta, un par de lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas. Logre quitar el envoltorio, y apenas tuve el dulce descubierto, me incline en dirección a Enrico tomándolo por la mandíbula y apretando hasta que entreabrió los labios. Introduje la piruleta en mi boca hasta morderla, cuando el caramelo se partió en pequeños pedazos los introduje en la boca de Enrico.

—Enrico—murmure en su oído—. Chupa el caramelo, por favor. 

Sabia que Enrico seguía consciente, pues su pecho daba bruscas respiraciones y sus ojos se removían detrás de sus parpados cerrados, el tiempo en que Enrico tardo en reaccionar fueron mis peores momentos desde hace mucho tiempo. Estaba tan nerviosa, que mi piel transpiraba de forma asquerosa, tenía los cabellos pegados a la nuca. Enrico se mantuvo con sus ojos cerrados, pero sus labios se apretaron con firmeza y sentí que podía respirar con tranquilidad nuevamente cuando sus parpados revolotearon, intentando abrirse. 

—Abre los ojos—dije—, déjame ver que estas bien. 

Enrico gruño y poco a poco sus ojos se abrieron, hasta que un par de orbes enrojecidos me devolvieron la mirada. 

—Creo que voy a vomitar. 

Quito la cabeza de mis rodillas y vomito a mi lado. Apreté los labios, resistiendo las arcadas que sobrevenían a mí, y desviando la mirada del asqueroso aspecto de su vomito blancuzco, me moví hasta estar tras él y dejar caricias reconfortantes en su espalda, esta se sacudía mientras el soltaba las bilis de su estomago. 

Transcurrieron unos minutos hasta que él se recuperó por completo, incorporándose de forma temblorosa se sentó a mi lado. 

—Lo siento por eso—se disculpo, con la mirada vidriosa. 

—No tienes porque. 

Mi susurro ronco atrajo su mirada a mi rostro. El observar que estaba bien y que solo había sido una falsa alarma, me hizo sacar todo el nerviosismo y miedo que traía dentro. Y con gran vergüenza... comencé a llorar. 

—Oye...—tomo mi mejilla con su mano temblorosa—, no llores, ¿por qué lloras? 

—Lo s-siento...—solloce. 

Las imágenes de mi mamma en el mismo estado en el que el acababa de estar minutos atrás, sobrevino a mi mente con una fuerza demoledora haciéndome llorar con más intensidad. Enrico me atrajo a su pecho y me envolvió con sus brazos, el olía a marihuana y sudor, dos aromas para nada reconfortante pero que me hicieron anclar los pies en la tierra. Mi mamma está bien, me dije, no hay porque llorar

Pero aún así, no logre recuperarme de una vez. Transcurrieron unos segundos en los que las últimas lágrimas se secaron en mis mejillas, y ya más calmada, lleve mi mano a mi nariz limpiando los mocos que se habían escapado de esta. 

—Lo siento, de verdad—me disculpe—, solo ha sido un colapso nervioso. 

Me separe de él. El solo asintió, a mi me pareció ve una sombra de vergüenza ensombreciendo su mirada. Alzo su mano para rascarse la nuca.

—Yo...—se aclaro la garganta—. Gracias por lo que acabas de hacer. 

Sonreí débilmente. 

—Cualquiera en mi lugar lo habría hecho. 

—No, créeme que no. 

Arrugue el ceño, si Gus hubiera estado en mi lugar el lo habría hecho, pero como no tenía fuerzas para contradecirlo, decidí dejarlo así. 

—No fue ningún problema—murmuré, con mi mirada adherida a la suya. 

El solo asintió. Como no teníamos más decirnos, me puse de pie. El me imito, aunque sus pasos eran precarios, se tambaleo un poco antes de estabilizarse por completo. Hice el amago de ayudarle, pero me detuvo con un gesto de su mano. 

—Estoy bien—me dijo—, solo un poco mareado. 

—Es normal, acabas de tener un casi desmayo, de hecho... ¿desayunaste? 

—No. 

— ¿Cenaste ayer? 

—No. 

Abrí la boca, consternada. 

— ¿Y se te ocurrió la maravillosa idea de drogarte con el estomago vacío? 

El se encogió de hombros, con una mueca de asco dirigida al charco se vomito a unos pasos de él. 

—No sería primera vez—respondió, sin darle importancia. 

Sentí como mi rostro se calentaba. Yo no era de piel pálida, más bien era lo que se llamaba trigueña y no solía sonrojarme. De hecho, yo era quien hacia sonrojar, pero solo había una gran excepción en la que mi piel se tornaba de un color rojizo: cuando estaba furiosa. Enrico era la prueba viviente de un joven imbécil y necesitado de cariño, solo una persona así sería capaz de quererse tan poco como para maltratar su cuerpo de aquella forma. Ni siquiera me tomé la molestia de responderle, ¿para qué si lo seguiría haciendo? Me limite a caminar hasta mi mochila, agradecí al cielo porque el vomito no la había salpicado. 

Me arrodille en el suelo de concreto, siendo consciente de la irritación en mis rodillas por haber pasado tanto tiempo en esa posición, tome el paquete de piruletas y lo guarde, al igual que recogí las que se habían esparcido. Cerré mi mochila y me levante. 

—Pues espero que luego de esto vayas y... 

Me calle al darme cuenta de que Enrico se había ido. 


 




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