Rapture; el éxtasis de la juventud

10. | "Vete a la mierda"

LAU GENOVIEVE

 

 

 

—Sabes que ese chico es un idiota—me defendí—. Además, no lo golpeamos, no veo porque me retiene cuando tendría que estar viendo clases.

Respire hondo luego de terminar de debatir el porque no merecía estar en su oficina, sí Gus, Adriano y Francesco ya se habían ido.

—¡Esto es injusto! —exclame, con dramatismo—. Es porque soy negra, ¿verdad?

No pude evitar la broma al final, Greg presionó sus labios para evitar reír. Aunque yo sabía que le hacía mucha gracia mis incoherencia. Pensándolo bien... no eran incoherencias, estaba perdiendo la clase de matemáticas, Capecchio no me iba a perdonar la falta.

—Vamos, Greg—rogué—. No seas malito, Capecchio me va a hacer la vida imposible si no asisto a su clase de hoy—hice un puchero, que pretendía ser tierno—. Hazlo por el amor que aún le confiesas a mi mamma, te conseguiré una cita con ella. Sólo, por favor.

Greg puso los ojos en blanco.

—Sabes por qué estás aquí y los demás chicos no, ¿verdad?

—Obvio que no, si lo supiera no preguntara.

—Laurent—me observó con severidad—. No es normal que te busques tantos problemas.

—Te equivocas, no es normal que los problemas me busquen a mí.

—¿Sabes quién era ese chico?

—¿Un imbécil chupa pollas?

—Es Adriano Mascheranno—nombró, mirándome expectante. Cuando se hizo consciente de que el nombre no me sonaba para nada, suspiro antes de continuar—. Es el hijo de Margareth y Giovanni Mascheranno.

—Ya lo sé, ¿qué quieres que haga?

Greg alzó sus manos al cielo.

—Agradezco que no seas mi hija, Laurent. Te habría dado unas buenas nalgadas.

—Ojala hubieras sido mi papi—reí—, quizás así mi mamma no tuviera episodios de ansiedad.

Greg y yo nos quedamos en silencio. Las miradas enganchadas, me dio la impresión de que Greg sentía cierto arrepentimiento por haber dicho aquello, pero yo no le veía razón para arrepentirse, yo no era una chica fácil de sobrellevar. Así que no lo culpaba, de todas maneras, amaba ser sólo mi mamma y yo.

—Discúlpame—dijo, al fin—, no quise decir eso.

—No veo porque tengas que disculparte—me encogí de hombros.

—En fin, Margareth y Giovanni son grandes donadores del St. Anne.

Me mordí el labio inferior. Miurda.

—Ahora que caes en con quién te metiste—musitó—, sí ellos me piden que haga algo en tu contra, no podré negarme.

Me dejé caer en el respaldo de mi silla. ¿Debía estar asustada? Me preocupada, sí. Pero no veía peligro, yo sabía suficientes cosas de Adriano como para tener la certeza de que no se arriesgaría a que se divulgará tan jugosa información. En cualquier revista pagarían una muy buena cantidad por semejante chisme.

—No creo que pase nada grave.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Adriano se acuesta con el profesor Rinaldi—expliqué—. Y Margareth no es su madre biológica, no se arriesgará a que eso salga fuera de los pasillos del St. Anne.

Greg abrió la boca, frunció el ceño y me observó como si nunca antes me hubiera visto.

—¿Cómo tú sabes eso?

—Yo lo sé todo.

Sonreí, simulando inocencia.

—Tengo miedo de ti, Laurent—negó con la cabeza—. No es normal tenerle miedo a una joven de dieciocho años.

Mantuve mi sonrisa.

—Lárgate, tú y tu espeluznante sonrisa.

—¡Cómo usted mande!

Recogí mi mochila del suelo y me levanté lo más rápido que pude de mi silla, no vaya a ser que luego se arrepintiera.

—¿Me das una nota para Capecchio?

—Aquí tienes—estiró un papel en mi dirección.

Lo cogí sin miramiento y le guiñe un ojo, para luego salir por la puerta de su oficina.

 

 

 

 

 

 

 

Esa misma tarde, quedaban diez minutos para que sonara el timbre de la salida, había tenido mi ultima clases y está culminó antes de lo previsto. Con mi mal humor incrementado por las miradas indiscretas que recibía, había ido al baño a cambiar mi toalla sanitaria. ¿Por qué no usaba tampones? Porque me incomodaba de sobremanera, no me gustaba quitarlo y que la sangre retenida comenzará a salir sin cuidado alguno. Así que yo optaba por las toallas, además, como el primer día era de flujo abundante, utilizaba unas toallas a las que yo llamaba pañales.

Salí del cubículo, lave mis manos, y me encamine al jardín trasero del St. Anne, a esa hora nadie transcurría por esos lares.

Mi rostro se mantuvo impasible, cuando un par de estudiantes de primer año pasaron a mi lado y no quitaron su mirada de mi persona en ningún momento. Malditos estudiantes chismosos. El rumor había corrido como la pólvora, al final del día, toda la sociedad estudiantil estaba al corriente de mi enfrentamiento con Adriano. ¿Me apenaba? Ni un poco, estaba acostumbrada a la atención y esta no hacía ningún efecto en mí.

Debería estar arrepentida, Adriano había sido humillado de una forma tan... humillante, no había otra palabra mejor que esa. Si era sincera conmigo misma, sí que me había apenado ligeramente verlo en el suelo, con sus mejillas enrojecidas y una mirada de vergüenza. Pero, rápidamente esa pena se había esfumado, cuando recordé la forma en que había tomado mi brazo y como nos había insultado a Gus y a mí. Luego de eso, se podía ir a la mierda.

Abrí la puerta de cristal que me llevaba al jardín, y cuando camine a mi banca favorita me encontré la figura solitaria de... de Enrico.

No vacile a la hora de sentarme a su lado. Éramos separados por un pequeño espacio.

Descolgué mi mochila y la puse sobre mis muslos. Revisando los bolsillos delanteros, extraje una pequeña piruleta, del mismo paquete con el que Enrico pago mi silencio. Abriendo la piruleta, recordé de Francesco se había quedado con mi pañuelo, ese hijo de fruta.




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