Rapture; el éxtasis de la juventud

2. | "El camino de la amargura"

Dulce para la vista, amargo para saborear.

ENRICO MORETTI
 





La alarma de mi móvil sonó a las siete treinta de la mañana. 

Gruñí por el molestó sonido. Estaba despierto desde las cuatro de la madrugada, el insomnio asaltándome, odiaba mis dificultades para dormir me hacían ser más hijo de puta de lo que ya era. Pero odiaba aún más las pastillas para dormir, en especial desde que mi madre se había hecho adicta a ellas. 

Observo con pesadez el techo color crema de mi habitación. Era otro maldito día en mi infierno personal. La gente veía mi apariencia, el dinero de mi familia y pensaba que la vida estaba resuelta para nosotros. Pero no, papá y mamá llevaban semanas sin venir a verme y yo tenía que drogarme de noche para tener una buena noche de sueño, lo peor era que no eso servía. Tenía un mal sabor en la boca, y lo más probables es que fuera producto del porro que había fumado antes de acostarme, con la esperanza de dormir con más facilidad. Si Marcia lo viera en ese momento, le habría pateado las bolas, pero ella no estaba. 

Apreté los dientes, con furia reprimida. Aparte las sábanas de mis cuerpo y se levantó. Camino hasta el baño e hizo su procedimiento rutinario de todos los días. Se ducho, cepillo los dientes, peino su cabello y deslizó su cuerpo dentro del uniforme escolar. 

Tomo su mochila y la colgó en su espalda, salió de su habitación, bajo las escalera hasta llegar a la sala de estar para luego detenerse en la cocina, coger una manzana e ir al garaje. 

Vivía prácticamente solo, papá y mamá se la pasaban en Venecia, teniendo unas “vacaciones en pareja”, forma sutil de decir que no soportaba estar en la casa ni conmigo. Y desde la muerte de Marcia, solo tenían tiempo para los viñedos. Dedicaban su día y noche al cuidado de los viñedos, suponía que eso era lo que les daba paz. A parte de discutir el uno con el otro. 

Cogí un auto, ni siquiera sabia que marca era, no le interesaba la mecánica, a su padre si. Se puso en marcha al instituto. Anteriormente habría tomado el coche más ostentoso y estrambótico, para lucirse con los chicos en el Instituto. Pero hoy era uno de esos días que odiaba todo, odiaba el bonito sol en el cielo, las bonitas vistas de la ciudad, odiaba a las personas felices. Odiaba todo lo que era feliz. 

Era un envidioso amargado. 

Llegué al St. Anne, aparcando mi coche en el estacionamiento, salí de mi auto y camine con parsimonia hasta las puertas altas e imponentes de madera. La estructura donde se impartirán las clases en el St. Anne, había sido en el pasado una Abadía, donde residían muchos curas, monjes y monjas, estaba en el folleto del Instituto. Una completa muestra de la gran historia que marcaba el edificio, y el porque era tan caro y valía tanto la pena estudiar aquí. 

Resople interiormente. 

Entre en el instituto, el cual ya estaba lleno de imbéciles, la mayoría se volvió a mirarme. Ignore el escrutinio público y camine por el pasillo, teniendo en mente buscar a Bruno y Robín, mi dos mejores amigos. O bueno, mis únicos amigos en esos últimos meses. 

Bruno, Robín y yo habíamos crecido juntos. Habíamos pasado el jardín de niños y la primaria juntos, y sus padres y los míos eran socios de un montón de negocios que no me interesaban. Camine por los pasillos, con mi cara de culo habitual, lanzando miradas de odio a todo el que  conectar a sus ojos con los míos. 

Al fondo del pasillo principal, estaba Bruno recostado a su casillero con la vista puesta en su móvil. Suspire, aliviado y sentí que el nudo de amargura en mi pecho se destensaba, ellos eran mi oasis en medio del desierto. 

Estuve a punto de llegar, cuando Michella Pastrinni se detuvo frente a mi, deteniendo mi paso. 

Enarque una ceja, con hostilidad. 

—¿Qué quieres? —increpe, queriendo alejarme de ella. 

—Necesito hablar contigo. 

—Ahora no quiero, búscame más tarde. 

La rodee, pero ella me detuvo tomándome del antebrazo. 

—¡Necesito hablar contigo, Enrico! ¡Y es urgente! 

Respire hondo y cerré los ojos con fuerza. Odiaba a Michella cuando no estábamos desnudos y mi polla no la estaba penetrando, no soportaba su voz chillona, ni su malcriadez. Pero ese día… no tenía ganas de discutir. 

—Esta bien—acepte. 

Con su mano aún en mi antebrazo, me guio casi corriendo a través de los pasillos, hasta meterme en un salón vacío. 

—Muy bien—dije, luego de que ella había metido el pestillo a la puerta—. Más vale que lo sueltes rápido, hoy no tengo ganas de escuchar tu voz por más de media hora. 

Michella me lanzo una mirada de muerte, para luego cruzar los brazos sobre su pecho. 

—Necesitamos hablar de la pequeña espía de ayer. 

Le lance una mira de fastidio. 

—¿Para qué quiero yo hablar de esa chica? 

—Puede que tu no, ¡pero yo si! —sus ojos botaban chispas—. Si esa chiquilla habla puede arruinar mi reputación, y si llega a oídos de mis padres, ¡me considero muerta! 

Suspire, pidiéndole al cielo o a cualquier deidad que se detuviera a escuchar los pensamientos de un adolescente de dieciocho años, que me diera paciencia. 

—Michella—pronuncie su nombre entre dientes, acercándome a ella—. Este será un favor que luego te cobraré, ¿qué quieres que haga? 

Michella caminaba en círculos. 

—¡No lo sé! —alzo las manos al cielo—. Hazte su amigo, enamórala, follala. No me interesa, sólo haz algo. 

—¿Quieres que la enamoré y la folle como si esto fuera una de esas ridículas novelas adolescente que lees? 
Se encogió de hombros, con una mirada decidida. 

—Si la haces sufrir, mejor. 

Me reí. Era tan ridícula. 

—Ya veré que hago, lo único que te diré, es: que no te acerques a mi a menos que yo te lo diga—le di la espalda—.  Te llamaré cuando tenga resultados. 

No me respondió, sólo escuche la puerta siendo cerrada a mi espalda. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.