Estaba dentro del auto cuando pude divisar la gran entrada de Arcanum High, era enorme, rodeada de un interminable jardín, con porciones de flores y otras de solo césped, también estaba lleno de árboles llorones, lo cual ya sabía por las fotos que había visto por internet. Llegamos a la zona de estacionamiento, que estaba a solo unos pocos metros de la puerta, y Elliot nos saludó con una sonrisa, me deseó suerte en mi primer día, por lo cual solo me limité a asentir. Bajamos del auto y comenzamos a caminar hacia la puerta, desvié la mirada hacia el edificio y parecía una antigua catedral pero muy bien mantenida. Por lo que había leído, solía ser un internado de monjas, no habían cambiado demasiado el estilo.
—Mamá me mostró tu ficha de inscripción y tuvimos la mala suerte de que te anotaran una clase distinta a la mía. Pero no hay ningún problema, podemos encontrarnos en el receso ¿sí? —dijo Ray, sonriéndome.
¿Por qué esta familia sonreía tanto? Aunque lo ocultaran, podía notar que eran sonrisas falsas llenas de secretos y oscuridad.
Asentí con la mirada fija hacia al frente y seguí caminando junto a él.
—¿Quieres que te acompañe a tu clase? Así llegarás más rápido y no te perderás.
—No gracias, puedo llegar sola —le respondí, secamente.
Quiso insistir, pero (para mi suerte) no lo hizo. Llegamos a la ridículamente gran puerta de entrada, Ray me saludó, diciendo que me buscaría más tarde, y entró. Lo vi alejarse y subir por unas enormes escaleras que estaban por dentro, y simplemente me quedé de pie allí, sin moverme.
No quería entrar, sabía que habría muchas personas y que debería hablar obligadamente, lo cual odiaba. El frío entraba por mi nariz y salía de entre mis labios en forma de nubecilla. En ese momento, sentí un vacío en mi estómago y una abrumadora soledad abrazándome por la espalda, cubriéndome por completo. Sentía que, si daba un solo paso, caería en un infinito hoyo de desesperación. Mi respiración comenzó a agitarse y mis manos temblaban, no por el frío, sino por la abrumante idea de tener que entrar en ese lugar. Estaba hondando en lo más profundo de mis oscuros pensamientos y no estaba segura de sí podría salir de allí.
—¿Te sientes bien? —escuché decir a una voz masculina en mi lado izquierdo.
Volteé frenéticamente llevándome ambas manos al pecho, me había dado un susto mortal. Era un muchacho, traía puesto el uniforme escolar y un camperón negro hasta las rodillas. Cuando vi su rostro entrecerré los ojos para verlo mejor, ¿era él? Saqué el celular de mi bolsillo y busqué en el navegador fotos de él, al encontrarlas, le enseñé la pantalla.
—¿Eres él? —le pregunté.
Vio la pantalla y sonrió negando con la cabeza.
—No, no —dijo riendo—. Él es Leonardo Di Caprio en los noventa, es mucho mayor ahora. ¿No lo conoces? —preguntó frunciendo el ceño.
Estaba muy confundida, no podía creer que eran personas diferentes, se veían idénticos. Cabello rubio, ojos celestes, rostro inocente, eran muy parecidos.
—No —dije guardando el celular.
—Perdón, pero volveré a preguntarte. ¿Estás bien? —preguntó, preocupado.
Suspiré y desvié la mirada. Estaba pasando lo que más temía, hablar con alguien. No podía decirle que estaba bien porque ya notó que algo me pasaba y no me creería, así que tuve que ingeniármelas para no tener que seguir hablando.
—Sí, sólo no sé dónde está mi clase —dije y di un paso hacia al frente, pero él se interpuso en mi camino.
—Oh. ¡Eres la chica nueva! Estás en mi clase, podemos ir juntos, no te preocupes —dijo con una amable sonrisa mostrando una perfecta y blanca dentadura—. Soy Caleb. ¿Cómo te llamas?
—Raven.
—Cuervo en inglés, me gusta. ¿Vamos?
Comenzó a caminar y lo seguí.
El interior del instituto se veía más remodelado de lo que había visto en las fotos. Pasillos largos y de techo muy alto, piso de cerámico blanco y casilleros violáceos en los costados, nuestra caminata parecía interminable.
—Entonces dime, ¿cuándo te mudaste aquí? —preguntó para hacer conversación.
—Ayer.
—¿Y ya comienzas el instituto? Que rápido. Tus padres no deben querer tenerte en casa —dijo bromeando y riendo.
Me limité a seguir caminando y mirando hacia adelante. Con ese intento de broma, supe que no sabía quién era yo realmente, lo cual me resultó extraño ya que era un pueblo pequeño y me imaginaba que todos ya lo sabrían, al final, estaba equivocada.
—No hablas mucho. Seguro porque debes estar nerviosa en tu primer día. No te preocupes, ya tienes un amigo —dijo, sin borrar su constante sonrisa—. Puedes sentarte conmigo en clase, mi compañero me avisó que no vendría hoy.
No respondí, pero él interpretó que había aceptado su oferta, lo deduje por su sonrisa al verme. Seguimos caminando hasta que llegamos a una puerta blanca con una inscripción en un costado, "4 A".
—Es aquí. ¿Te sientes bien? ¿Estás lista? —volvió a preguntar.
Suspiré y asentí. Ya estaba hartándome sus constantes preguntas, al fin y al cabo, no era de su incumbencia.
Él abrió la puerta y entramos. Todas las miradas se posaron en nosotros, esa intensa atención comenzó a angustiarme y mis manos ya habían empezado a sudar. El profesor (me imaginé que era el profesor porque estaba de pie frente a toda la clase y era alguien mayor, así solían ser los profesores en todas las novelas juveniles que he leído) nos dijo que vayamos a nuestros asientos y Caleb se disculpó por nuestra tardanza. Caminó unos pasos, pero se detuvo al verme de pie, estática en la puerta, sin poder moverme, así que volvió hacia mí y me tomó del brazo, llevándome adentro. Me arrastró hacia unos asientos vacíos al fondo de la clase y me indicó sentarme junto a la ventana, lo hice y él se acomodó junto a mí.
Me quité el abrigo, ya que había calefacción, y coloqué la mochila en la reposera de la silla. También puse allí el saco, ya que sentía calor allí dentro, quedando solo con la camisa y la corbata del uniforme. Posé la mano en mi brazo, en la zona exacta en donde Caleb me había agarrado, y traté de tranquilizarme, odiaba que me tocaran, más si era inesperadamente. Levanté la vista y todos estaban mirándome, como si fuese un animal exótico en peligro de extinción.