La luna llena brillaba en el cielo, acompañada por las elegantes estrellas, la noche estaba hermosa, como siempre solía estarlo. Mi familia estaba conmigo, con sus trajes de ceremonia, como cada luna llena, todos posicionados a mi alrededor y, en medio, flameaba con fuerza el fuego purificador. Pero en un parpadear, la escena armoniosa y cálida que estaba contemplando, se había tornado en una pesadilla, había sangre vertida por todo el lugar, mi familia yacía en el suelo, cubiertos de su propia sangre y heridos por afiladas navajas. Caí rendida sobre mis piernas y todo mi cuerpo comenzó a temblar descontroladamente, mi respiración estaba agitada y mi corazón latía tan fuerte que podía escucharlo retumbar por cada parte de mi ser. Un intenso zumbido resonaba en mis oídos, haciendo que la desesperación se apoderada de mí.
—¡Raven! ¡Despierta!
Abrí los ojos violentamente y me sorprendí al sentir unas manos sosteniéndome de los brazos. Estaba algo dormida así que veía borroso y no podía identificar quién era la persona que me tenía en brazos. Instintivamente metí la mano debajo de la almohada y saqué una navaja rápidamente, colocando el filo en su cuello. Esa persona se quedó inmóvil, con la vista en la navaja. Agudicé la vista y finalmente pude reconocerlo, era Caleb, el muchacho que había conocido esa misma mañana en el instituto. Tragó saliva y, nerviosamente, me soltó con lentitud, temeroso de hacer algún movimiento brusco. Levantó ambas manos y me miró.
—Te escuché gritar y no pude evitar venir rápidamente a ver qué te había sucedido. Ahora entiendo que no debí entrar sin tu consentimiento, lo siento mucho —dijo sin despejar los ojos de la navaja posada en su garganta.
Torné los ojos y volví a guardar la navaja donde estaba. Se alejó y tosió, nervioso. Preguntó si podía sentarse en la cama frente a mí y asentí.
—¿Qué haces en esta casa? ¿Entraste por la ventana? —pregunté, recordando lo que había hecho Jack la noche anterior.
Frunció el ceño y se le escapó una ligera risa, negando con la cabeza.
—Vine a visitar a Ray. Cuando estaba yendo para su habitación te escuché gritar y vine sin pensarlo bien —confesó.
Suspiré y me senté, alejándome de él. Miré mi celular, eran las cinco, había dormido demasiado, ayudar a ese hombre a pasar por el umbral me había quitado energías. La habitación estaba a oscuras, con excepción del pequeño velador en el escritorio. Fijé mis cansados ojos en los suyos e incliné un poco la cabeza hacia la izquierda.
—No debes preocuparte por alguien que no conoces, sólo preocúpate por quien lo merezca —dije con cansancio.
Me levanté y Caleb inmediatamente giró la mirada hacia la pared, con los ojos abiertos como platos por la sorpresa. Lo miré con curiosidad, no entendí su reacción, pero no le di importancia y continué con lo mío. Busqué la ropa que estaba en la silla, un suéter blanco y un jean negro, comencé a vestirme con cuidado de no caerme, ya que estaba dormida.
—¿No te avergüenza estar en ropa interior frente a un chico? —preguntó, sin mirarme.
—¿Debería? —pregunté sin entenderlo.
—Lógicamente sí, no deberías estar semidesnuda frente a cualquier persona —dijo con obviedad en su voz.
Terminé de cambiarme y di la vuelta para enfrentarlo.
—Todos nacimos así en este mundo, para lo único que sirven las telas es para protegernos del frío, no para cubrir nuestra piel. Aunque lo sociedad lo ha utilizado para eso durante miles de años, no significa que ese sea su único uso. No tengo problema con la desnudez, es mi verdadero yo, es el cuerpo que habito, sólo un contenedor.
Caminé hacia el interruptor de luz y la encendí, me giré y vi su rostro lleno de asombro mirándome, como si hubiese hablado en otro idioma. Claramente yo no lo entendía, y él no era capaz de entenderme a mí, nada fuera de lo común. No tenía las energías suficientes como para comenzar una conversación interminable así que simplemente señalé con cansancio la puerta.
—Puedes ir de Ray, ya comprobaste que estoy bien. Ahora vete —dije seriamente.
Caleb se levantó de la cama y caminó hacia la puerta, al pasar a mi lado se detuvo repentinamente y volvió.
—Eso que dijiste sobre no preocuparme por quien no lo merece. ¿Crees que no mereces que se preocupen por ti? —dijo mirándome a los ojos.
Abrí la boca para responder, pero llegó Ray y comenzaron a charlar, me saludaron y se fueron a su habitación. Cerré la puerta y caminé unos centímetros hasta que escuché que alguien tocó. ¿Los chicos? La abrí y no vi a nadie, escuché un "hola" así que bajé la vista, eran los pequeños Robin y Rosslyn, sus grandes ojos negros estaban fijados en mí y sus rostros tenían una gran sonrisa. "Mierda" pensé.
—¿Nos llevas al parque? —dijo Rosslyn alegremente.
—Mamá dijo que podíamos ir pero que alguien tenía que acompañarnos —dijo Robin tímidamente.
Suspiré y asentí. Ellos ya estaban vestidos y abrigados, supe que no esperaban un "no" por respuesta. Bajamos y tomé mi abrigo, salimos y ellos me guiaron por dónde ir. Me resultó extraño que los dejaran salir tan tarde, faltaba poco para que bajara el sol, pero no hice ninguna pregunta y simplemente los seguí.
Habíamos llegado a un pequeño y vacío parque, a solo una cuadra de la casa. Me preguntaron si podían irse a jugar y les indiqué que sí, pero que tuvieran cuidado. Salieron corriendo y apenas escucharon lo que dije. Me senté en uno de los bancos que estaba justo en frente de los juegos, para poder observarlos mejor.
El tiempo pasaba y la noche ya había caído, las luces del parque se encendieron, y quedamos iluminados con lo justo y necesario. Los vi corretear, bajar por los toboganes, escalar y mecerse en los columpios. Miré mi celular para saber la hora, ya habían pasado las seis, así que decidí que deberíamos volver. Me puse de pie y quise caminar hacia ellos, pero vi a lo lejos que un hombre se estaba acercando peligrosamente a los niños. Inmediatamente, me sumergí entre los árboles y arbustos y rodeé el parque, acercándome sin que me viera, logré llegar a sus espaldas y, rápidamente, con mi brazo derecho, le hice un gancho en la garganta y lo arrastré hacia los arbustos conmigo, sin que los niños lo notaran. Mientras lo sostenía con la otra mano saqué mi navaja y se apoyé en las bolas.