Después de meditar una decisión que ya había tomado desde un principio, me sentía anhelante a desligarme de una vida de exilio social en un colegio con contundencia a discriminaciones y la falta incipiente de la relación paterna.
En el último día de clases, y el inicio de las vacaciones de verano. No había empacado, no tenía mucho vestuario, por lo que considere hacerlas después de las clases, ir a casa, tomar unas cuantas cosas y listo.
El Sr. Miller o Jeff, como prefería que lo llamaran, vendría a recogerme a las cinco.
Mi padre no fue especialmente agradable con la directora Miller cuando realizó una visita a nuestra casa para hablar por la oferta de su Instituto para Jóvenes con Talentos Especiales. De hecho, se comportó reacio a su reencuentro con una antigua "camarada" del ejército.
Tenía la costumbre de no invitar a nadie a casa, por no pasar un momento desagradable, incomodo o vergonzoso. No por vivir en la parte más pobre y desagradable de la cuidad, sino porque mi padre no intentaba siquiera verse agradable por cinco segundos, ni siquiera por pedido de su hija. Se empañaba por estar ebrio todo el tiempo, tirado en alguna parte de la casa, fumando, armando alguna riña con alguien, en el complejo de departamentos o en las calles, a menos que terminara en el hospital o arrestado por un periodo de tiempo. Cuando no aparecía en casa en varios días, no me molestaba por saber si seguía vivo, no porque lo deseara muerto, sino porque siendo un exmilitar, aun en estado de ebriedad, contaba con una increíble habilidad para defenderse y recibir golpes.
Cunada tenía diez lo iba a buscar con la esperanza de llevarlo a casa, y pedirle que ya no hiciera "cosas malas". Una vez, intente persuadirlo de que no tomara, junto con la pregunta de porque lo hacía, si no le hacía bien y me contesto:
- ¿Quién eres? ¡Mi madre! - Lo sostenía con un brazo en mis hombros. A punto de contestar que era Rev, su hija, puesto que no había sido consiente del sarcasmo, me empujo. Subíamos las escaleras, por lo que me golpee la espalda con la baranda y el perdió el equilibrio cayendo los cuatro escalones, deteniéndose entre en tercero y cuarto piso. Empecé a llorar, creyendo que había muerto, pero abrió los ojos y me grito: - ¡Porque no te mueres, igual que tu madre!.- Me grito.
Desde ese momento, no volví a buscarlo ni a molestarme en pedirle algo o hablarle más de lo necesario. En ese momento, la relación se había… roto para siempre.
No sabía con exactitud en lo que aplicaba, pero me resulto agradable que me dieran la oportunidad de estudiar en otro lugar, en un internado. Lejos de mi padre, lejos de donde no era apreciada.
-Raven, es un instituto para Jóvenes como tú, que pueden aprender a controlar sus habilidades, además de las materias básicas avanzadas para su educación. - Abriendo una carpeta con una guía de las materias de enseñanza y horarios, y una serie de imágenes que mostraban el lugar. Parecía un campamento.
No pensaba que las directoras de su instituto vinieran en persona, para que te inscribieras en su escuela, ni ofrecieran becas. Ni tampoco, había reparado en saber a lo que ella se refería a "controlar mis habilidades", pensaba que sería la especialidad de la que terminada la escuela me haría seguir una carrera universitaria.
-Gabriel, es una oportunidad, para tu hija. No tendrías que pagar nada. - Le comunico a mi padre.
-Saber que no es por el dinero. - La atajo, cortante con la mirada. -No quiero que ella sea como yo. -
Estaba admirando el contenido del muestrario, pero solté la hoja cuando pasaba la página a la mitad. Observe de reojo a mi padre, él no se había molestado en querer saber nada de lo que nos ofrecía, aun si era para mí beneficio. La observaba con los brazos cruzados, sobre su barriga, con odio a todo lo que decía.
Sabía que, si daba mi opinión, se enojaría, o que cuando la Sra. Miller se fuera sufriría las consecuencias de mi desobediencia. Pero no me importo. Impulsada por "no ser como él", quería mi oportunidad de ser alguien.
-No seré como tú. - Dije en vos baja.
Jamás me había intentado rebelarme, así que lo dije con la cabeza gacha, ahogando el temor. No necesitaba verlo, sentía en la nuca que me miraba con desprecio.
-Quiero ir. - Dije, levantado la cabeza, mostrando la decisión a la directora, sin atreverme aun a mirar a mi padre.
El dio un resoplido, con una risa un tanto sarcástica. No supe si realmente me daba su consentimiento, solo se levantó de la silla y se fue de la cocina a tu cuarto.
La Sra. Miller tenía una expresión seria cuando lo observo retirarse, y sonrió cuando mi padre cerró la puerta, de inmediato se giró hacia mí con la misma sonrisa y me giño un ojo. Saco un formulario de su maletín y me lo entrego.
-Rellénalo y luego has que lo firme, ¿sí? - Bebió de un trago él té de manzanilla que le había preparado, tomo su saco y su maletín, y se dirigió a la puerta.
Sonreía como si hubiera ganado un juicio, y debí convencerme de que mi padre me daría el permiso. Aunque no supiera como pedirle que firmara, sin provocar una de sus rabietas, debía correr el riesgo si la recompensa sería una mejor vida.