Finalmente habían terminado las clases, fue una completa tortura para mí ya que te habías ido mucho antes, porque se te habían presentado unos problemas de salud.
Mientras me dirigía hacia la salida, sentí como me halaron del brazo hasta arrinconarme en uno de los casilleros amarillentos. Al parecer nunca se cansaba.
Suspiré hastiado --Lo siento, Regina. Acepté tus disculpas, sin embargo, eso no implica que volveré a retomar la relación-- intenté soltarme de su agarre a lo que ella reaccionó presionándolo con más fuerza.
--Te amo, no me hagas esto por favor. Yo sé que me amas, no te mientas a ti mismo.
Ya no creía más en sus lágrimas, eran tan falsas como su dueña.
--Si me amaras, no me hubieras engañado desde un principio, así de simple.
Aunque ahora dudo de que si alguna vez la amé.
--Por favor, no hagas más esto. Vete de aquí-- continué.
Duró un buen tiempo de silencio, hasta que ella decidió romperlo.
--Ya veo, ¿es ella no?-- rió burlonamente --No me digas que me estás rechazando por esa retrasada, ahora eres un lolicon.
El enfado empezó acumularse en mí. Podría la gente decir de mí lo que quisiera, pero si se trataba de ti no lo podía pasar por alto.
--Te prohíbo que hables así de...
--Te cansarás de ella, ese tipo de mujeres no van contigo.
--¡Y tú quién eres para decidir quién me va y me viene!
Ante mi reclamo sostuvo mi barbilla, depositando apenas un pequeño roce de sus labios.
--Te estaré esperando cuando reconozcas tu error-- jactó para luego abandonar aquel lugar.