Íbamos de puesto en puesto, aunque durante el trayecto estuve la mayor parte callado. Maldita desconfianza que me sostenía de la espalda.
Quería tomar de tu mano aunque la incesante pregunta llegaba a cada segundo. ¿Qué tal si tú no querías?
Me estabas contando algo que lamentablemente no llegué a escuchar, cosa que notaste. Contemplaste mi mano agarrándola ligeramente.
--Sólo tenías que hacerlo.
Sabía leer mentes o era tan predecible como un niño a dar su primera palabra.
Nos detuvimos en un negocio, ya que algo gigante había capturado mi interés. Un oso de peluche, su enorme tamaño era lo que hacía ser tan singular, sin omitir aquel botón negro que sostenía en su nariz. Fue ineludible el no considerar que aquel objeto tenía un gran parecido a ti. No pude descuidarte ni dos segundos, ya que cuando volteé estabas con el señor de dicho puesto.
--¿Cómo puedo ganarlo?-- apuntaste hacia el animal afelpado.
--Hablas del oso, niña. Desde ahorita te digo que es difícil de ganarlo. Tendrías que encestar la canasta en tres oportunidades.
Quedaste pensativa por una fracción de segundos, cuestionando entre si hacerlo o no. Aunque la última opción no la solías recurrir.
--Está bien-- aceptaste desconcertando al vendedor y llenando el orgullo en mí.
Aunque el primer juego no resultó ser como lo esperabas, no te rendiste. La positividad derrochaba aún después de varias derrotas.
--No es necesario que sigas jugando, yo te puedo comprar uno-- sugerí deliberadamente pero renegaste, colocando por tercera ocasión tu dinero sobre la mesa, como un mismo jugador de casino.
--Quiero hacerlo, tal vez pueda ser difícil pero no imposible, prometo no esforzarme demasiado-- emitiste alzando tu brazo derecho en forma de juramento --¡Mira eso, es algodón de azúcar!-- señalaste en mi dirección --¿Podrías traerme uno por favor?
Volteé hacia donde habías indicado, efectivamente había uno ubicado en aquella zona. No podía negarme a nada cuando se trataba de ti, así que fui. Ya estando ahí, los compré, regresando con uno en cada mano.
Pero cuando llegué hacia ti, accidentalmente estos cayeron. En vez de encontrarme con una chica, me hallé con un inmenso peluche cafesoso. Detrás de él apareciste tú con un semblante victorioso.
--Nunca te conté que soy buena encestando... O bueno lo era antes-- comentaste y elevaste hacia mi persona el objeto que estabas portando --. Ten es para ti, me di cuenta como lo deseabas y quería hacerte feliz.
Lo recibí sin rechistar, pues aquello provocaba en mí una felicidad.
--Incluso soy feliz cuando estoy contigo-- creo que era una costumbre que por cada cosa que dijera tus mejillas se tiñeran de rojo.
Empezaste a rascar tu cuello nerviosamente.
--Este... El oso lleva una nota en su patita izquierda. No dice la gran cosa, pero me gustaría que lo leyeras.
Hice caso a su petición leyendo el contenido.
“¿Quieres ser mi novio?”