Había llegado a mi hogar, si es que podría llamarlo así. Como siempre al entrar no recibí ningún saludo, pero sí miradas frías por parte de mis padres.
Iba a subir las escaleras, pero la voz de mi progenitor detuvo mis pasos.
--¿Qué llevas ahí?-- sabía a lo que se refería, pues el peluche era demasiado grande como para lograr esconderlo ante su vista.
--¿Hablas de esto? Es un regalo de una amiga-- respondí con un tono cansino.
Nunca terminaba este juego del sube y baja. No se cansaban de hastiarme por querer lo mejor para ellos.
--Así que de una amiga-- cruzó los brazos mi madre sin creer mi respuesta --¿Esas cosas de peluches no son para mujeres?
--Hijo-- su entonación era severa, de ahí surgía una advertencia --. Espero que no se vuelva a repetir lo que pasó hace tiempo, que esta vez no te tendré compasión. Recuerda que ya tienes una prometida, y esa es Regina. Aunque ahorita no sean pareja, tú y ella terminarán juntos.
Bajé mi mirada, recordando esos días de mi infancia, la etapa la cual arrebataron toda mi inocencia sólo por un bien de negocios.
--No volverá a pasar, la próxima se lo negaré-- continué con los peldaños hasta aproximarme en mi habitación.
Situé al peluche en mi cama y luego me acosté en ella hundiéndome entre el calor que me brindaban las sábanas. Cubrí mis ojos con mis manos mientras varios recuerdos avecinaban por mi cabeza.
Aquel parque, donde por primera vez besé a alguien. Sobre la calidez que me proporcionaba aquella niña cuyo nombre desconocía. Del como me habían alejado de ella sin alguna razón aparente.
Una notificación interrumpió mi ahondo de pensamientos. Miré la pantalla dándome cuenta de que era un mensaje tuyo.
“Sé que llevamos poco tiempo de vernos... Pero te extraño mucho, te quiero no lo olvides. ¡Besos y corazones!”
A pesar de ser corto sabías como quitarme este malestar.
“Yo también te extraño, te quiero más.”
Por varios años creí ya no ver más la felicidad, la sentía lejana a mí. Sin embargo, tú llegaste y te convertiste en la razón del ser feliz. Gracias por estar aquí.