--¡Abuela!-- dejaste salir un tono melodioso.
En el otro lado de la puerta yacía una señora que ya cruzaba por la tercera edad, ésta plasmaba una gran sonrisa que podía a cualquier persona contagiarse de ella.
--Pasen chicos-- su voz era tan suave, casi tanto como la tuya.
Ambos ingresamos a la casa, el recibidor era muy acogedor y agraciado, varios cuadros decoraban las paredes al igual uno que otro espejo. Todo esto era lo contrario a donde vivía, donde solamente el color blanco y la frialdad se establecía.
Nos presentaste a cada uno, después de eso la mujer me tenía estrechado entre sus brazos. ¿Esto es a lo que llaman amor maternal?
--Mucho gusto en conocerla, señora Hernández-- pronuncié ya separándome de ella.
--Llámame María. Para mí también es un gusto en conocerte, no sabes cuanto ha hablado de ti mi...
--Abuela, ¿pusiste una tarta?
La mujer no tardó en salir corriendo del lugar, puesto que percibí un leve aroma a quemado. Tomamos asiento en el pequeño sofá anaranjado, conectando nuestras miradas por un corto lapso de tiempo.
--Creo que tardará un poquito en venir-- comentaste.
Mis labios se acercaron a los tuyos para después presionarlos con suavidad, duramos así por unos breves segundos.
--Chicos, mi abuela pregunta si quieren tarta...-- una joven entró a la sala y en ese instante nos separamos, ella nos miró avergonzada y salió como alma que lleva el diablo.
Estábamos perplejos, pero después de unos minutos reímos por nuestra pequeña travesura.