Umbolrt
Estaba en mi habitación cuando había llegado la noche, vestí mis pantalones de cuero y mi chaleco del mismo material. Tomé los guantes negros encima del tocador y me los puse pensando en el placer que me proporcionará torturar a ese pobre chico, hace mucho tiempo que no hago esto. Me dirigí a la sala de castigos, mi hija Ice estaba de pie en un rincón de la habitación y Gor colgaba por los pies del techo, con la cabeza hacia abajo, los guardias ya lo habían preparado para mí. Me agaché frente a él y lo observé con detenimiento – Te daré otra oportunidad, muchacho – Dije – ¿Dónde está Diana? – continué, pero no obtuve respuesta – Justo como pensé – Me levanté, me puse frente al expositor de látigos y elegí uno hecho de cadenas – Me pregunto si un hada podría aguantar toda la furia de un elfo – Me paré detrás de él y di el primer golpe, el chico soltó un grito desgarrador que resonó en toda la habitación, y ni siquiera había puesto todas mis fuerzas, lo azoté tres veces más, entonces llevé la mirada a mi hija Ice. Ella tenía los ojos cerrados y los labios apretados, esta situación me hacía recordar los días en que la torturaba con la misma intensidad que lo hago ahora con Gor, aunque nunca lo hice yo personalmente, siempre estuve presente. Supongo que ella está recordando esos días también – Ice, si esto te molesta, puedes salir de la habitación – mi hija asintió con la cabeza y se apresuró a marcharse.
Ice
Salí de la sala de castigos con prisa, cerré la puerta y me recosté a esta. Estar ahí dentro me hizo recordar tanto, escuchar el sonido de las cadenas golpear la piel de Gor, cerré mis ojos y dejé caer una lágrima, los gritos del chico me recordaban a los míos, y su dolor yo lo comprendía más que todos lo que estaban ahí dentro. Lloré silenciosamente, no quería que me escucharan, pero no podía controlar las abundantes lágrimas que recorrían mi rostro.
Por otro lado, mi padre se veía tan diferente, hacía mucho tiempo que no usaba ropa como esa, solo lo hace cuando cree que una lucha podría presentarse en cualquier momento. Odio cuando él sale al campo de batalla, es como si estuviera hecho para eso y como si todo su cuerpo fuera una máquina de matar, aunque nunca le he temido a la guerra, esto me asustaba.
Diana
En la noche no podía dormir y en la cueva solo se escuchaba los ronquidos de Grador, espero que Gor llegue pronto. Salí al exterior y me senté en una roca, miré el cielo estrellado y pensé en mi madre. Los ojos se me empañaron y los cerré con fuerza para contener el llanto – Te extraño tanto – susurré – Ayer estuve en la aldea y no imaginas cómo se sintió no poderte dar un abrazo, hubiera querido que al menos supieras la verdad antes de morir, que yo no soy tu hija realmente, pero te prometo que no olvidaré tu nombre, jamás – Agaché la cabeza y dejé caer dos lágrimas
Aunque ambas estábamos confundidas con la propuesta de Dafer, la aceptamos, hay algo que sí es cierto, si él hubiese querido entregarnos ya lo habría hecho, además teníamos curiosidad, así que los tres nos dirigimos a la gran montaña y alcé mi mano para crear los escalones
Editado: 15.01.2022